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Tiempos difíciles

Un manual para navegar entre las falacias de Milei

El libro de reciente aparición del economista Guido Agostinelli revisa una extensa lista de falacias sobre las que se construyó el “sentido común” del experimento político en marcha en la Argentina. Nacido como una obra de divulgación en economía política, funciona como un verdadero “manual de zonceras libertarias”.

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Javier Milei. | cedoc

La etapa abierta en la Argentina desde el triunfo electoral de Javier Milei concita la atención del mundo: salvo el fugaz paso de Liz Truss como primera ministra británica -solo 45 días en el poder- es la primera vez que se consagra jefe de Estado a alguien que se define como “liberal libertario” o “anarcocapitalista”, y que pregona como su enemigo al Estado que ahora preside. El hecho, que de por sí amerita variados análisis, parecía una imposible ucronía meses antes. Sin embargo, hay personas que ven con más claridad lo que acontece y por eso, abriendo el paraguas con tiempo, intentan advertir sobre las consecuencias de pasearse bajo la tempestad sin protección.

Eso se planteó Guido Agostinelli con su libro Falacias libertarias, subtitulado “Cómo evitar caer en la estafa de moda”. A los efectos electorales, el subtítulo quedó abstracto, como dice la jerga judicial. Pero eso no impide valorar el aporte de este economista y académico argentino, docente de Macroeconomía y Política Económica en la UBA, y de Geografía Económica en la Universidad de Avellaneda. Su trabajo ofrece un eficaz manual para navegar tiempos minarquistas, anarcocapitalistas, “libertarios” o ultraneoliberales, como se prefiera. 

Disecciona las principales nociones que la prédica mileísta instaló en el ágora argentino, en pocos años y como consecuencia (y con la colaboración inestimable) del descrédito del sistema político tradicional y la crítica situación socioeconómica resultado de políticas aplicadas por gobiernos populistas, neoliberales y neodesarrollistas por igual. 

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Zonceras libertarias. Arturo Jauretche fue una figura prominente de las letras políticas de la Argentina. Uno de sus textos más leídos fue el Manual de zonceras argentinas, un compendio de lugares comunes que, según el autor, no resistían un análisis agudo, pero sin embargo habían sido inoculadas en el “sentido común” de las clases medias. 

Publicado en 1968, allí Jauretche enlistaba una serie de nociones que, aseguraba, encapsulaban la conciencia social obturándole la posibilidad de registrar los verdaderos problemas nacionales. Ese resultado, óptimo para mantener privilegios y prebendas, se lograba mediante la escuela pública y se consolidaba gracias a los medios de comunicación. El libro fue un best seller de la prosa política para varias generaciones, y fue emulado (con resultados dispares: algunos ridículos, otros patéticos) por funcionarios de la era kirchnerista.

En un sentido similar, el autor de este libro articula conceptos técnicos con datos empíricos, siempre con un lenguaje claro. En cada capítulo, la lupa de Guido Agostinelli se detiene en los mantras que recitan Milei y sus seguidores, mostrando cómo, invariable y sistemáticamente, se basan en argumentos “endebles, vetustos y, por lo general, engañosos, cuando no falsos”. En poco más de doscientas páginas, ofrece un muestrario que sirve a la vez como ejercicio de aplicación del análisis de falacias al discurso político cotidiano. 

Parece, pero no es. Las falacias son formas de argumentar que a primera vista pueden parecer correctas, pero esconden razonamientos inválidos, conclusiones apresuradas o simples zonceras. La definición estándar de falacia es “un argumento que parece válido, pero no lo es”. Las falacias se estudian por lo menos desde Aristóteles, quien identificó y clasificó trece tipos, que ordenó en dos grupos: las falacias que dependen del lenguaje y las que no. Desde entonces, las trece falacias iniciales se multiplicaron en centenares y se han propuesto varios sistemas de clasificación.

Repasemos las principales falacias que analiza el texto, que va por su tercera reimpresión y seguramente seguirá siendo una fructífera fuente de consulta en lo que dure la experiencia “libertaria”. No es tan fácil refutar falacias. Nunca lo fue. Pero es posible. 

Un ejemplo: es conocido el planteo de “dinamitar” el Banco Central, al que suelen presentar como causante de todos los males. Agostinelli muestra que es una discusión vieja y saldada: hoy ningún país desarrollado funciona sin Banco Central. Los países que carecen de esa institución entran en un par de líneas: Panamá, Andorra, Mónaco, Micronesia, Islas Marshall, Isla de Man, Palaos, Kiribati, Nauru y Tuvalu. A excepción de Panamá, el resto, sumados, no supera la población de Rosario o Córdoba. Son microestados que operan con moneda extranjera (dólar estadounidense, euro o dólar australiano). 

Pero ¿eso alcanza para desactivar la falacia? No, porque eliminar el Banco Central no es una propuesta aislada: se la conecta con la dolarización de la economía. Y aquí se necesita un desarrollo algo más extenso. Ningún país industrial dolarizó su economía, explica el autor. Hay muchas otras razones, pero puestos a explorar horizontes improbables, ¿por qué funcionaría aquí lo que no funcionó en ningún lado? Y a la inversa ¿por qué dinamitar aquí lo que en otros lados funciona bien, en lugar de revisar y corregir para que también funcione en nuestras latitudes? 

La libertad “libertaria”. Los liberales más destacados en Argentina han tenido vínculos muy fuertes con las dictaduras. Hace unos treinta años, Mariano Grondona –desconocido para las nuevas generaciones, pero un icono liberal para la Argentina durante décadas– hizo una reflexión autocrítica ante las cámaras de TV en su programa Hora Clave. Dijo algo impactante con relación a los crímenes de la dictadura y la complicidad (o abierta simpatía) de esos sectores: durante demasiado tiempo “a los liberales argentinos les importaba más la flotación del dólar que la flotación de cuerpos en el Río de la Plata”.

Uno de los retrocesos graves que presenta la nueva era anarcocapitalista que propone Javier Milei tiene directa conexión con esa frase de honestidad brutal. Agostinelli muestra en su trabajo la curiosa conexión entre dictaduras y gobiernos autoritarios con las recetas “libertarias”. Tanto en el pasado, al revisar los elogios a las políticas económicas de José Alfredo Martínez de Hoz por parte de Friedrich von Hayek –emblema de la escuela austríaca, una de las principales referencias mileístas– o la colaboración con la dictadura chilena de Pinochet por parte de Milton Friedman –el autor de una de las falacias más repetidas por Milei, la de la emisión como única o principal causa de la inflación–, como en el presente, en donde algunos de los países modelo para esta cofradía ideológica son ejemplos de autoritarismo y represión. 

Es el caso de Singapur, que encabeza el ranking de “libertad económica”, es decir los países donde el Estado menos interviene en los mercados. Pero Agostinelli muestra, por un lado, que Singapur tiene un Estado muy presente –por ejemplo es propietario de la mayor parte de las tierras– y por otro, que es bastante autoritario: hace más de 60 años gobierna el mismo partido, se censura a la prensa, hay pena de muerte para más de cuarenta delitos y la homosexualidad es ilegal. Todas esas libertades no parecen importar a Milei y sus seguidores. 

Del mismo modo, sostienen que los países “más libres” en sus economías son los que tienen un mayor crecimiento económico. Pero lo cierto es que los países que más crecen en términos de PBI no son los mismos que lideran el ranking de libertad económica, cosa que cualquiera puede constatar revisando esos indicadores. Algo no cierra en el índice que aman los “libertarios”. 

Lista esclarecedora. El discurso libertario aparece en las páginas del libro como un impresionante muestrario de razonamientos engañosos y (encima) burdos mientras, paradójicamente, suele acusar de argumentar falazmente a todos los demás.

Por eso vale la pena repasar algunas de las falacias que enlista Agostinelli. Serían muy útiles en clases de filosofía para secundaria, y quizás, muy fructíferas para eludir la facilidad con que tanta gente cae en manos de “la estafa de moda”:

Falsa equivalencia: describe una equivalencia aparente, pero en realidad no la hay. El discurso libertario equipara como si fuesen sinónimos, “capitalismo y liberalismo”, que no son lo mismo. El laissez faire, el libre comercio absoluto, no es la definición de capitalismo, sino una de las variadas formas de entenderlo. El talón de Aquiles de esta falacia es que, de tener razón los “libertarios”, cualquier simple intervención estatal convierte a un Estado en no liberal, y, por ende, no capitalista. El propio gobierno de Milei, al anunciar retenciones a productos no agropecuarios, o al aumentar el impuesto PAÍS, estaría cayendo fuera del capitalismo.

Alegato especial: esta falacia se da cuando se arguye que el oponente no puede comprender el tema en discusión, porque no posee el nivel de entendimiento requerido, o por desconocimiento. No es infrecuente (ni mucho menos casual) ver a quienes impulsan estas ideas descalificar a los gritos y con sesgos autoritarios a quienes se las cuestionan.

Cherry picking o falacia de prueba incompleta: consiste en citar solo los datos o casos que confirman nuestra postura, e ignorar los que la contradicen. El discurso “libertario” hace uso y abuso de esta falacia. Por ejemplo, enarbola con frecuencia a Adam Smith –padre del liberalismo económico– pero en el relato dejan de lado lo que escribió y no los favorece. Smith señaló problemas del sistema capitalista que requieren un Estado activo, pero ese tipo de señalamientos son obviados por completo. (“El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre en algunos aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto”, escribió el filósofo liberal). Lo mismo con Alberdi, de quien jamás mencionan sus durísimas críticas a los liberales de su época. Y una y otra vez: cuando ponen a Irlanda como modelo de libertad económica, y ocultan el gran peso del Estado en su vida social y económica. 

 

Falacia de composición: toma como verdadero un enunciado sobre un conjunto cuando en realidad solo es verdadero acerca de una de sus partes. Es el caso de la falacia “libertaria” sobre la Argentina como potencia mundial a comienzos del siglo pasado, porque tenía uno de los PBI per cápita más altos del mundo. Agostinelli desmenuza este caso y muestra que es insostenible. También es interesante ver cómo mixturan falacias, usando cherry picking, porque ocultan que en 1895, supuesto auge del modelo “liberal”, los aranceles a las exportaciones eran en promedio del 28%, tres veces más que el actual. 

Falacia circular: pretende probar una proposición con un razonamiento que vuelve a la afirmación inicial, como demostración de su propia veracidad. (Ejemplo clásico: “La Biblia es infalible porque es la palabra de Dios y la palabra de Dios es infalible, porque así lo dice la Biblia”). Los “libertarios” echan mano de esta trampita retórica cuando usan el “Índice de Libertad Económica”. Este es un índice de lo que ellos deciden identificar como libertad económica, y no de lo que en efecto es libertad económica. Así, la intervención del Estado no afecta la libertad económica cuando es para resguardar la propiedad privada: por ejemplo si el Estado, en una crisis financiera, corre en ayuda de los grandes bancos para salvar al sistema. Pero si al Estado se le da por gravar a la actividad financiera, en ese caso sí la afecta. 

Argumento ad nauseam: consiste en reiterar un enunciado insistentemente. El mejor y muy empleado es que el principal problema económico de la Argentina (y causante de todos los demás) es el déficit fiscal que genera el Estado, y asociado a eso, que el gasto público es muy elevado. Pero ocurre que, según datos del FMI, entre 181 países del mundo, 140 tuvieron déficit fiscal en 2022, y por ejemplo Francia, Alemania, China o Japón tuvieron déficits mayores al de la Argentina. Con el gasto público es similar: nuestro país no está entre los que encabezan la lista. Tienen mayores cifras porcentuales todos los mencionados antes, además de Italia, Reino Unido, Dinamarca, Bélgica. Y, no por casualidad, cinco de los siete primeros son países sin banco central: Nauru, Tuvalu, Kiribati, Islas Marshall y Micronesia. La evidencia, entonces, indicaría que la mayoría de los países sin banco central tienen pronunciado déficit fiscal. Pero ese dato los “libertarios” no lo registran ni lo mencionan (otra vez el cherry picking).

Otras falacias que releva Agostinelli son la del espantapájaros (cuando se deforma deliberadamente el argumento del oponente para atacarlo como si fuera eso lo que sostiene); las de causa falsa (hay diferentes versiones, pero todas muestran como causa algo que no lo es, o que lo es solo parcialmente); la falacia del Nirvana, o de solución perfecta (que compara situaciones reales con alternativas idealizadas); el argumento ad novitatem (una idea es mejor simplemente por ser más moderna) aunque la vieja idea del laissez faire ya fue refutada hace 170 años (como mostramos en esta nota); la de pista falsa, también conocida como red herring, que consiste en correr el eje de la discusión, y es tan burda como evidente (y perversa: los “libertarios” discuten el número de víctimas de la dictadura para no asumir su preocupante simpatía con ese tipo de regímenes); la falacia anecdótica, que apela a hechos aislados para argumentar una conclusión general (por ejemplo la idea meritocrática, cuando sobra evidencia de que la mayoría de las personas, aun en sociedades prósperas, mueren siendo parte del segmento socioeconómico en el que nacieron).

Hay más, bastante más. Y prometí en el inicio de esta nota no spoilear demasiado. Sin embargo, vale señalar el abuso que el discurso “libertario” hace de la falacia del falso dilema, que los emparienta con sectores a los que odian. Ellos también, como otros pensamientos autoritarios o dogmáticos, ven un mundo binario, donde solamente existen dos opciones: socialismo o liberalismo. Y por eso ven socialismo hasta en el Imperio Romano. Pero la realidad, y el libro de Guido Agostinelli, muestran que es posible un capitalismo con intervención estatal y con buenos resultados. 

Dijo Adam Smith (y lo cita el autor de este libro necesario): “Si abordas una situación como asunto de vida o muerte, morirás muchas veces”. Tal vez, la mejor síntesis de los dramas nacionales.

*Licenciado en Filosofía y periodista. Integra la cooperativa periodística y cultural El Miércoles, de Entre Río.