ESPECTACULOS
'Falling Skies'

Cuando los aliens vienen marchando

PERFIL estuvo en los estudios donde se realizan los efectos especiales de la serie de TNT. Cómo es Spielberg como productor.

Unida. Noah Wyle  al frente de su familia, todos sobrevivientes a la primera oleada extraterrestre.
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En las afueras de Los Angeles –esa moderna ciudad medieval donde la etnia latina se dedica a la servidumbre y los blancos y negros pueden llegar a lo más alto de la cúspide social o caer al abismo y transformarse en parte del ejército de vagabundos que deambula por las calles– se erige el edificio de los Zoic Studios, responsable de los efectos visuales de la serie Falling Skies (que el 14 de junio estrenó su tercera temporada por TNT, canal asociado para la ocasión con DreamWorks Television, es decir Steven Spielberg). Es un cubo de cemento que no haría sospechar que allí se dedican a realizar los costosos efectos visuales de la ficción que ha generado un legión de fanáticos en los Estados Unidos.

Falling Skies es, a los fines culturales, heredera directa del 9/11. Si bien habla de un tema clásico de la ciencia ficción como una invasión extraterrestre, lo hace a partir de la victoria de los alienígenas y de cómo se conforma la resistencia para recuperar el terreno perdido. Es decir: somos vulnerables, nos pueden atacar, pero también podemos recuperarnos.

Resulta curioso, pero la primera temporada guarda llamativas similitudes con la historieta argentina El eternauta, de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López: los invasores capturan a seres humanos para realizarles un implante que les permite manejarlos como robots, los seres con forma de insectos que en un principio parecían ser los invasores luego se descubre que son comandados por otra especie más inteligente que también les había realizado un implante para manejarlos a distancia; asimismo, quien organiza a los sobrevivientes para la resistencia es lo que quedó, desperdigado, del ejército. Antes de que alguien se apure a denunciar un plagio, es justo señalar que en la segunda temporada la trama diverge mucho de la historieta nacional (y, ahora, según parece, propiedad popular).

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“La historia está en constante evolución, y literalmente no sabemos a dónde puede ir a parar”, dice el guionista y productor ejecutivo Remi Aubuchon, “aunque por arco argumental lo idóneo sería que realizáramos seis temporadas”. “La serie es cada vez mejor”, agrega el protagonista (y también productor ejecutivo), Noah Wyle, aunque enseguida reconoce: “El primer año no sabíamos exactamente lo que queríamos hacer; tuvimos una muy buena idea y la pusimos en práctica; la segunda temporada fue mucho más sólida porque ya sabíamos qué funcionaba y qué no; y en esta tercera, que quedó bien establecida la trama, podemos meternos más en las contradicciones de los personajes”.

Wyle compone a Tom Mason, un profesor universitario de historia bélica. Tras la muerte de su mujer en la primera oleada de la invasión, queda con sus tres hijos a cargo: Hal (el mayor, que se destaca con el uso de armas), Ben (el del medio, que fue secuestrado por los extraterrestres y luego rescatado) y Matt (el menor). Tom es el punto intermedio entre las fuerzas armadas y los civiles, el interlocutor válido entre ambos bandos y quien, en esta nueva temporada, es elegido presidente de (lo que queda de) los Estados Unidos.

—En la historia muestran a un hombre honesto, totalmente ajeno a la política, que llega a la presidencia. ¿Es un síntoma de la crisis política actual?
Wyle sonríe, y luego dice:
—Puede ser. En esta temporada Tom va a tener que hacer lo que hace un presidente: manejar mucha información, guardar secretos y mentirle a la población.
Noah Wyle adquirió fama mundial en su paso por E.R. Emergencias, no casualmente producida por Steven Spielberg, que aquí vuelve a figurar en los créditos y que volvió a confiar en él como protagonista. Cuando se le pregunta al elenco por el creador de E.T., todos remarcan las muchas influencias que tiene sobre la serie. Sin embargo, la voz discordante es nada menos que el guionista y productor Aubuchon:
—Bueno, a ver. Es probable que Steven sea el hombre más ocupado del mundo. Resultaría imposible que esté atrás de todos los detalles de la serie todo el tiempo. Sí se ocupa de coordinar los lineamientos generales.
Spielberg es otra de las grandes figuras que hicieron pie en la pantalla chica escapando un poco de las condiciones de la grande. Cuando se le pregunta si hoy la calidad en la narrativa audiovisual pasa más por la televisión que por el cine, Aubuchon de inmediato muestra su acuerdo.
—Lo que pasa es que gracias al formato de las series podemos desarrollar una historia más larga, y por lo tanto más compleja y con mayores matices para los personajes. Eso el público lo agradece y se transforma en seguidor.
—Yo creo que a eso se agrega otra cosa –se suma el actor Doug Jones–: la continuidad. Al público le gusta saber que hay un espacio de reencuentro, que un día a una hora podés ver una historia y sus personajes y luego, siete días después, volver a verlos. Eso genera un lazo... Aunque pensándolo bien, son sólo diez capítulos por año y luego tienen que esperar meses a la siguiente temporada. “¿Por qué no hacen más capítulos al año?”, es la pregunta que más me formulan los fanáticos.
—Bueno –le responde Aubuchon–, sería fantástico hacer más capítulos. ¡Pero para eso necesitamos que nos aprueben un presupuesto mayor!
Al final surge el dinero, claro. Capaz de dividir en estamentos a las distintas etnias que habitan Los Angeles. Más poderoso, por lo visto, que los extraterrestres que algún día podrían invadirnos. Y para lo que no parece haber resistencia.

 

Cosita loca llamada censura

Una de las sorpresas que depara viajar a otras latitudes es descubrir virtudes del propio terruño. Desde 1984, la Argentina carece de organismos que ejerzan censura. Están, por supuesto, los que califican filmes, pero en ningún momento las entidades determinan qué puede haber o no en un contenido. Eventualmente, si se quiebra alguna ley, existe una penalidad posterior.

En Estados Unidos, en cambio, cada emisora de televisión posee una oficina de censura. Allí recalan los guiones antes de ser producidos, y allí un grupo de especialistas determina, a priori, si tal o cual imagen es permitida o no para el horario en que está programado. No es casual, entonces, que en Falling Skies, como en tantas otras series, no se aprecien desnudos aunque por la trama, en algunos casos, resultarían consecuencias lógicas. El cuerpo humano al natural continúa siendo tabú en ciertas latitudes e incluso en países supuestamente desarrollados.

Este régimen anticuado no rige para señales como HBO, donde los desnudos abundan, porque forman del paquete premium, es decir que el cliente sabe al pagar que se expone a eso. Parece que, para gozar de la libertad plena de expresión, hay que pagar.