Cuando se analiza el teatro argentino, desde 1989 hay un nombre que no puede faltar: Ricardo Bartís. Se inició como actor, pero casi inmediatamente asumió la dirección y la docencia, creando espectáculos que trascendieron fronteras.
El Teatro Nacional Cervantes lo convocó para armar el primer laboratorio. “La propuesta fue muy generosa –relata hoy–. Me llamó en octubre del año pasado Alejandro Tantanian para preguntarme qué quería hacer. Ahí surgió la posibilidad de buscar algo parecido a lo que hago en mi teatro, Sportivo Teatral, pero convocado por el Cervantes. La idea fue un intercambio para trabajar con actores que ya tenían una formación. Se hizo una selección muy rigurosa, porque se presentaron casi mil con sus antecedentes. Nos sorprendió la cantidad. En la primera etapa el teatro eligió 400 personas, y empecé a trabajar con ese número. Nos quedamos con cien, y en mayo elegimos treinta. Sabemos que siempre se cometen injusticias, pero ésas eran las condiciones. Fue un proceso muy intenso, con encuentros de cuatro horas, y luego se buscó un lugar. Así apareció la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), que tiene muchas posibilidades espaciales”.
Este laboratorio tuvo hasta ahora pocas representaciones, siempre gratuitas. Se prevé que se repita antes de fin de año, en el Centro de las Artes de la Unsam (Sánchez de Bustamante 75). “Trabajamos muy limitados por el encuadre de tiempo: dos meses con dos encuentros semanales de tres horas, en horarios bastante difíciles –subraya Bartís–. La gente hizo un enorme esfuerzo. Cuando se nos propuso mostrar, elegimos 15 trabajos con una ocupación en el espacio y un tema. Aludimos a la manipulación del poder, a la posverdad, donde todo es verdad. Queríamos discutir teatralmente temas como la actuación y necesitábamos claridad de relatos. Buscamos cuestionar los procedimientos. Tenemos una sensación de vivir un momento delicado y complejo en el país, donde desde hace tiempo el teatro tiene un lugar preponderante dentro del arte. Sabemos de la construcción imaginaria, la verdad parece no
tener importancia, sino que vale más la potencia de la forma en que se dice. Está la Argentina de manera ambigua, lateral, con mapas, como una cartografía, no meramente paródica, sino que esta forma performática nos puso en el riesgo de la kermés o varieté, infectada por el tinellismo. Para mí, no hay grandes diferencias entre Marcelo Tinelli y Marcos Peña, con una realidad ficticia, una supuesta alegría y una fiesta tonta”.
Cuando se le piden las fuentes, no duda en afirmar: “Son robos a la literatura, referencias que nos permitieron asociar. No queríamos escribir, no fue el objetivo. Se tomó a varios filósofos, como Spinoza, Deleuze, Derrida, más autores como Arlt, Borges, Piglia, Berger, Gombrowicz y muchos más. Tuvimos claridad en los temas narrativos, pero libre la actuación. Está el origen de la tragedia, que es un héroe que cree entender el mensaje de los dioses. Argentina está plagada de malentendidos. Y también una pareja que parece haber perdido su casa por culpa de los impuestos. Nos interesaba la repetición también como un tema político, ya que la Argentina repite y repite. Lo que estamos viviendo tiene eco en otros momentos históricos. Sabemos que el público estará incómodo, parado y eligiendo qué y cuánto ver. Todo requiere una concentración. Los teatros oficiales tienen una producción distinta. Siento que
es un reconocimiento del Cervantes a quien más aporta al teatro nacional, que es la escena alternativa”, finaliza.
Los elegidos y la grieta
Los nombres de estos actores “elegidos” son: Facundo Aquinos, Ariadna Asturzzi, Diego Benedetto, Cristina Blanco, Marina Carrasco, Fabián Carrasco, Delfina Colombo, Brenda Costa, Luciana Cruz, Carolina Deznán, Martín Diese, Luciana Dulitzky, Alejandra Endler, Natalia Giardineri, Nicolás Giménez, Francesca Giordano, Martín Goldber, Nicolás Goldschmidt, Juan Isola, Cristian Jensen, Sang Min Lee, Tomás Mesa Llauradó, Sebastián Mogordoy, Gabriela Pastor, Melina Peresson, Juan Prada, Guillermo Roig, Juan Santiago, Daniela Salerno, Martín Scarfi, Clara Seckel, Rocío Stellato y Sol Titiunik.
“El Estado empezó a perseguir a los teatros independientes –recuerda Bartís– cuando explotó Cromañón. En nuestras salas no se murió nadie, siempre fuimos muy cuidadosos y favorecimos culturalmente a la Argentina en el exterior. Buscamos retener a los alumnos que tenemos, por eso en el Sportivo casi no aumentamos la cuota, mientras los impuestos y la vida subieron enormemente. Este momento se parece a 2001, la gente tiene ganas de juntarse y dialogar”.
“No proliferó la grieta –analiza Bartís–, existió siempre entre los que buscan sobrevivir y los que no quieren perder sus privilegios. Hubo un desarrollo ex profeso de confusión del enemigo. Se quiere hacer creer que somos pobres por culpa de las bolsas de López. La corrupción es estructural en el país. Macri ganó democráticamente la presidencia con causas judiciales. El gobierno que nos debe dar respuestas por la desaparición de Santiago Maldonado nos dice que los mapuches son una versión de la ETA. Es absurdo”.