ESPECTACULOS
KATJA ALEMANN

“No todo es ramplón, entretenimiento y consumo”

La actriz, performer y música vuelve a la pantalla grande de la mano de La sudestada, de Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, película que acaba de ser premiada en la reciente edición de Bafici. Reflexiona sobre que es lo que quiere contar en este momento de su vida y la construcción de su imagen en la sociedad.

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Regreso. La artista celebra la oportunidad de poder volver al cine de la mano de una historia que siente cercana a su experiencia. | Nestor Grassi

Lo primero que pasó es que me pareció una historia divina, una historia para contar. Una que no es usual, que no suele ser contada. Y una historia que tiene que ver conmigo: si yo me aleje, y no aparecí más, o al menos tanto como antes, tiene que ver con que no me ofrecían muchos relatos que me interesaran”: de esta forma, Katja Alemann deja en claro que fue lo que la entusiasmo de la bailarina que interpreta en La sudestada. Y suma: “Quería historias que me gustaran contar. ¿Viste que si no tenes un abanico comercial donde todo es bastante predecible, no? En este caso se habla de otra y habla de algo fundamental para mí, que es el arte, que es proceso creativo”. Alemann fue un figura crucial de la cultura de los años 80 y el under, en los 90 llegó la TV y la etapa de sex symbol, pero hoy celebra la reunión con “Diana Szeinblum, que hizo un excelente laburo de coacheo, los directores Daniel Casabé y Edgardo Dieleke, mi compañero Juan Carrasco…todos fueron geniales en esta propuesta”. 

—¿Qué historias sentís que te interesan contar después de todo lo hecho a lo largo de tu carrera y en diferentes décadas, y momentos, de nuestro país?

—Bueno, esto que te decía, justamente: historias en un mundo posible, que puede significar para las personas el sentido de su vida. No me quiero poner grandilocuente pero todo lo que tenga que ver con elevar el espíritu, aunque suena medio raro, con lo sublime, con acceder a otro espacio de la vida que no es el sencillo y común, que vas y trabajas, comes y dormir. Hay mucha gente que no entiende para que sirve la cultura y el arte. Tiene que ver con el intangible. Con eso que profundamente nos da alegrías, revelaciones y epifanías, que de golpe comprendemos algo. Como le sucede al Sabueso, al personaje de la película. Él entiende que se perdió toda una parte de la vida, que no conocía: la belleza del trabajo creativo. Y de entender que las cosas pasan por otro también, que no todo es ramplón, entretenimiento y consumo… Hay más ¿no?  

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—¿Cómo construiste entonces a tu personaje, la bailarina celebrada que saca al Sabueso de ese letargo y que lo hace desde el mundo de la danza?

—Yo creo que Elvira está en un momento muy complicado de su vida. Primero, porque se está separando. Segundo, porque tiene este desafío de que lo hizo en su vida, ahora, con esta retrospectiva que está trabajando, tiene que lograr la cereza de la torta, hablando artísticamente. Ella siente ese desafío frente al mundo, pero también frente a ella misma. tiene el desafío de hacer lo mejor. Está en la parte del proceso creativo que conlleva cierta angustia. Es angustioso el proceso creativo.  

—¿Decis en el caso de ella, el tuyo o pensas que es algo que aplica al general de la creación?

—Sí, en el caso de ella es angustioso, pero en el general te diría que también. Siempre tenes que pelear con tus propios demonios. Te lo digo porque lo vivo cuando hago cosas. Siempre aparecen tus demonios: “¡pero esto es una porquería!”, “¡vos no servís para nada!”, “¿por que haces eso?” y “¿quien te va a venir a ver?”. Y esta cuestión de estar permanentemente con este parámetro interno de querer la excelencia. Eso refleja tus imposibilidades, tus falencias. Le grita al oído a tus falencias. Y esa angustia creativa es necesaria, es necesario atravesarla. Si hago algo, y no entro en ese barro, después no tengo con que crear. 

—¿Qué te interesa de crear en este momento de tu carrera, de tus ganas y de tus convicciones?

—En este momento de mi vida, y es algo muy personal, y suena a autobombo, yo tengo un significado mítico, en el país. Una carga del imaginario colectivo. ¿No? Proyectan en mí muchísimas cosas: que porqué sex symbol, que porque Cemento, que porque la belleza y un montón de cosas, cosas que tiene como de referencia mítica conmigo. Lo que estoy haciendo es un trabajo sobre el contenido de mi figura, sobre eso. Sobre los arquetipos diversos que encarno y lo voy a hacer en un espectáculo que se va a llamar El reino de Shambhala. Los arquetipos me refiero a los términos junguianos. Todos los tenemos, que nos regulan y que nos rigen. Son colectivos, son universales. Justo estoy leyendo un libro de Joseph Campbell y él dice que el poder de los arquetipos son los símbolos, que se manifiestan así. Por ende, mi trabajo sobre eso es humorístico, no es que quiero hacer algo suntuoso. Soy sencilla en mi forma de comunicarme.  

—Entonces, ¿como sintetizarías aquello que vos necesitas del arte?

—Que venga la gente a verme. Al espectáculo y al cine. (Se ríe)

—¿Cómo definirías tu vínculo con el cine teniendo en cuenta tu pasado?

—Mi madre, Marie Louise Alemann, ha sido mi primera directora. Lo primero que hice fue con mi mamá, de chiquita. Primero las fotos, y después las películas. Yo tengo algo muy fuerte de ella. Yo primero estudié música, no teatro. Vengo de la música a la hora de la disciplina artística. La actriz vino después. La actriz, en su primera etapa, quería ser una actriz de cine. Después la vida fue a la performance, por Cemento y todos los bares por lo que anduvimos, eso quedó más anclado. Y eso lo heredé de mi mamá, porque mi mamá era una performer increíble. Mi mundo artístico es un poco el legado de mi madre. Además, ella se lo propuso en ese sentido. Ella se propuso ser mi ejemplo. Me lo dijo: hasta que yo nací vivía medio en babia, y ahí sintió que tenía que darme un ejemplo. Ahí empezó su derrotero artístico. Mi vieja fue una artista con palabras mayores. Siento que tengo el legado de ella, y lo hizo solo con todo lo que hizo. Tomó esa fuerza personal, para legarla por el hecho en sí, como un acto de amor. Ella me apoyó siempre en todo, y estaba muy orgullosa, no cabía en sí. 

—¿Cómo ves, a grandes rasgos, la cultura en Argentina en estos momentos de sobreabundancia de información y de crisis?

—La pregunta es complicada. Yo soy bastante curiosa, y estoy quizás un poquito al tanto de lo que pasa con la pendejada. Creo que hay un gap generacional importantísimo en esta época. Tiene que ver con el cambio tan radical estético, y además con que, en general, están nuevas generaciones no tienen una relación con el pasado. Es todo hoy, y hoy. Es la inmediatez, es la red social, que se comunican ya. Imaginate que estamos en una época que yo no puedo creer, con la inteligencia artificial que se metió de lleno. Ellos, los jóvenes, saben mucho de lo que pasa, pero no tienen referencia de antes. Ni escuchan, ni saben, ni están enterados de muchísimas cosas. Y ahí, obviamente, se genera esta especie de gap, donde lo que somos de otra época nos quedamos asombrados de este nuevo código.

 

El pasado vanguardista

—¿Qué sentís es lo importante de lo que hicieron en los años 80 a la hora de Cemento, otros rincones de la ciudad de Buenos Aires, y la performance?

—Era un nuevo mundo por explorar. Ahora, lamentablemente, se siente que todo ya está visto. Una y otra, y otra vez. Nosotros veíamos revistas, por ejemplo, y nos impresionamos, investigamos, y nos metíamos en rincones, y nos formábamos. Yo podía viajar afuera, tenía esa enorme suerte y de ahí volvía con cosas, pero ahora hay una abundancia de interconexión, de información. Te enteras de todo ya. En aquel entonces, descubrías algo y podías sorprender con eso; esa sensación es más difícil de generar hoy en día. Teníamos data en aquella década, de la cultura, del mundo, que podía sorprender a un público ingenuo que salía de una cápsula represiva que había sido la Dictadura militar. En algunas cosas que hacíamos la gente corría aterrorizada de la sala. Hoy si haces cosas que hacíamos en ese entonces, viene y se sacan una selfie. Todo pierde potencia en la selfie.

—¿Cómo es tu espectáculo “El reino de Shambhala”?

— Es un espectáculo que va a integrar mis diferentes partes. Yo tengo mi parte ambientalista, mi parte patriótica (que es mi parte política), tengo mi parte musical (que tengo canciones nuevas que compuse, tres que estoy practicando mucho, y eso mucha gente no lo sabe). El reino de Shambhala es el reino de la percepción de la armonía, es un reino del Tíbet, donde todo está bien, todo es perfecto, y donde todos vivimos en la abundancia, en el amor y en la paz. Lo que deriva de ahí es¿por qué no podemos vivir ahí, en un mundo perfecto? Y ahí desgranó desde mi perspectiva personal porque no podemos hacer esto.