Una de las cosas que hacen único a un festival de cine, en este caso particular el Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, es la posibilidad de alterar por un período, del 15 al 25 de abril aquí, no sólo una anémica cartelera sino también aquello que podemos esperar de los satélites del cine. El cine, entonces, deja de ser aquello que dicta el estreno gigante del jueves y por un par de días se convierte en algo que camina, literalmente, entre nosotros: directores, actores, guionistas, productores, periodistas, curadores que están en Buenos Aires, vienen con su cine, pisan nuestras salas. El cine, entonces, deja de ser un link ilegal de descarga o la mera noticia digital para convertirse en real posibilidad, en algo tangible, en algo que se separa de nosotros ya no por carteleras cercenadas, caprichos de mayores o los propios problemas de distribución local sino por metros.
En este caso, en esta 17 edición del Bafici, donde Francia es el país invitado, esa idea del cine entre nosotros queda en evidencia, casi científica, con la visita de Isabelle Huppert, la actriz que ha colaborado con nombres clave y que han definido el cine de autor (o el cine a secas) como Jean-Luc Godard, Michael Haneke, Claude Chabrol, Wes Anderson, Hong-Sang Soo y Claire Denis. La actriz favorita en el mundo de John Waters, la más elegante actriz del planeta, tendrá una retrospectiva de 13 filmes en el festival (con películas como Madame Bovary, La profesora de piano y Pasión) y tendrá el miércoles 22, junto a Guillermo Kuitca, una charla pública en el Salón Dorado del Teatro Colón (las entradas deben retirarse el martes 21 desde las 10 en el Centro Cultural Recoleta). No sólo eso: Huppert llega también con una muestra llamada Mujer de muchos rostros: Isabelle Huppert, curada por Ronald Chammah y Jeanner Fouchet, y se ocupa de dejar en claro las múltiples facetas de la actriz. Otro nombre de lujo que viene desde Francia al festival es Pascale Ferran, la directora, entre otros filmes, de El amante de Lady Chatterley, cuya obra es asociada a un cine distinto (de la mejor forma) dentro del panorama mundial.
Pero Francia, con Huppert y Ferran, es sólo la punta de un iceberg contra el que vale la pena chocar y no hundirse. Más oculto, por ende más tesoro quizás, se podrán oír en vivo a Bob Stanley, eminencia (por amable e incisivo) de la cultura pop contemporánea como periodista y parte de ese milagro etéreo que es la música de Saint Etienne. O, por ejemplo, oír al director del Museum of Moving Image (el MoMA del cine, por ponerlo en términos brutales), David Schwartz, reflexionar sobre la obra de Chuck Jones, director de animación clásico que será homenajeado en el Baficito y que es en gran parte responsable de la comedia contemporánea (¿recuerdan al Coyote y sus ojos angustiados por la inminente caída al vacío? Lleva la firma de Jones), la sección de cine infantil del festival.
Otra opción es oír al escritor chileno que emocionó a Francis Ford Coppola, Alberto Fuguet –quien pasará su película de cinco horas, Invierno– reflexionar sobre literatura y cine. O al director del fundamental –sobre todo en este mundo– documental O mercado de noticias, Jorge Furtado, que extiende su reflexión sobre el panorama de los medios de comunicación en el área del periodismo a una charla pública.
Esos pequeños instantes, esos pequeños cruces son los que nos ayudan a humanizar al cine, a ponerle no sólo rostro sino verlo reaccionar frente a nosotros. Nathan Silver, director de renombre en ascenso y que pasará en el Festival Stinking Heaven, es un ejemplo de eso. De un cine que se busca leer “para pocos” y tan mote, tan frazada, es sólo reactivo y descartable. O la posibilidad de oír a Luke Flower, alma de Heavenly Films, milagro inglés pop como pocos. O la visita del gran Hugo Santiago, el director argentino radicado en Francia cuya película, El cielo del centauro, es la apertura del festival y el retorno del autor de Invasión. O del enorme documentalista chileno Patricio Guzmán cuya obra ha capturo el primer año de Allende en el poder y la enorme La batalla de Chile. O la obra en permanente movimiento de Jodie Mack o el documentalista que alguna vez llegó tarde al funeral de Hitchcock y que se obsesionó con la historia detrás de la clásica Archie, Gerald Peary. En fin, una lista amable, que sólo muestra que uno de los poderes (y deberes) de un festival de cine es, precisamente, ir más allá de las pantallas para, paradójicamente, hacernos volver a ser felices frente a ellas.