Recordar que empezó en el Parakultural junto al grupo Las gambas al ajillo y hace pocos meses Alejandra Flechner pisaba la alfombra roja de los Oscar con la delegación de Argentina 1985 es una manera de definirla. Actriz y directora, ahora estará en dos escenarios. Los domingos a las 17 junto a la Compañía La espada de pasto interpreta La madre del desierto con dramaturgia y dirección de Ignacio Bartolone, ahora junto a Juan Isola en El Galpón de Guevara (Guevara 326). Mientras que los martes a las 20 continúa con Tarascones de Gonzalo Demaría en el Metropolitan. Sin olvidar que en Viena estrenó La obra, última creación del grupo Marea de Mariano Pensotti (Ver Recuadro).
—¿Qué hubo antes de Las gambas al ajillo?
—Muchos años de estudio autodidáctico. Desde muy chica estudié música, hasta la adolescencia tocaba el piano. A los dieciocho quise estudiar Letras, pero había que dar un examen de ingreso y me anoté en danza con Nenúfar Fleitas, allí las conocí a Silvia Vladimisky y a Roxana Grinstein. Me empecé a conectar con Freddy Romero y los de Nucleodanza. Después me puse en pareja con un fotógrafo, mimo y artista –Olkar Ramírez- quien trabajaba con todos ellos e hice la asistencia de sus espectáculos. Buscábamos a nuestros propios maestros, como Miguel Guerberof y Cristina Moreira. Aprendimos a autogestionarnos. Fueron años previos a la llegada de la democracia, los últimos de la dictadura y su horror. Teníamos pactados que si nos agarraba la policía decíamos que éramos empleados, temíamos que nos llevaran por portación de caras o de raros.
—En esa década del ochenta: ¿qué realidad vivías?
—Nosotras, María José Gabin, Verónica Llinás y Laura Markert, en 1986 fuimos Las gambas al ajillo y elegíamos nuestros maestros, así armábamos los espectáculos. Todo lo que sucedía en ámbitos teatrales, televisivos o cinematográficos en ese momento eran espacios donde nosotras sentíamos que no teníamos ninguna cabida.
—Dirigiste dos espectáculos: Turba y Camarín 19. ¿Cuándo nace la directora?
—Dentro de Las gambas cada una tenía una habilidad, aunque todas hacíamos todo, me recuerdo armando las bandas sonoras, viendo las luces y siempre pensando en la totalidad. Me doy cuenta que como actriz tengo esa mirada. Cuando dirigí sentí que me era natural, el estar fuera y permitiendo siempre el intercambio.
—¿Por qué volvés a La madre del desierto, espectáculo del 2017?
—Vi La piel del poema de Ignacio Bartolone, me fascinó y con mucho pudor le escribí proponiéndole reunirnos. Así nació la idea de tomar la historia de la Difunta Correa. Empezamos con improvisaciones. Luego lo llaman a él para estrenar en el Cervantes y la propuso. Siento que tenemos mucho en común, con mundos artísticos similares. Compartimos un amor por el artificio teatral y por el no realismo. Creo que las alianzas son fundamentales, pensar con otras o con otros. A partir del 2010 había recorrido muchos espacios, desde el teatro oficial, el comercial, televisión, cine y tuve un hijo. Para mí el trabajar siempre estuvo ligado a un deseo más profundo. Me pregunté qué quería hacer, ya que el mundo del trabajo sabemos que te quiere encasillar. Si hiciste reír, tenés que hacerlo durante diez años. Correrse de esos lugares no es fácil. Si hago la lista he dicho más no, que sí. Tuve una crisis con la profesión. Creo que cuando llegás a los cincuenta años estás grande y no hay roles para vos. Existe una presión por la eterna juventud. Ponerse vieja es tener menos trabajo. La mirada del afuera es o maravillosa o un infierno.
—¿Por eso continúas con Tarascones?
—Un año antes aparece Gonzalo Demaría con Tarascones y me dice que uno de los personajes lo escribió pensando en mí. En cuanto la leí dije quiero hacerlo. Me llaman del Cervantes –Claudio Gallardou y Rubens Correa- y me dicen “queremos que estés en el teatro”. Así se convoca a Ciro Zorzoli y al elenco: Paola Barrientos, Eugenia Guerty y Susana Pampín.
—¿Cómo fue pasar del teatro alternativo a la alfombra roja de Venecia con Argentina 1985?
—Fue alucinante representar al país con esa película. A esos festivales en general van los protagonistas y el director, no una actriz de reparto, como fue mi caso. Todo el mundo estaba disfrazado para jugar ese juego. Lo pude disfrutar. Compartir entrevistas con Santiago (Mitre, director y coguionista) para hablar con la prensa internacional sobre la historia argentina fue un gran orgullo. Lo que nos pasó, ya que fue la primera vez que se proyectaba con público significó una experiencia inolvidable para todos.
—¿Y perder el Premio Oscar?
—Le preguntaron a Steven Spielberg que sintió al perder el Oscar con The Fabelmams y dijo: “Habíamos hecho la película más judía que te podés imaginar y otra vez nos ganaron los alemanes”. Al estar nominados todos fantaseábamos con poder ganarlo, pero al mismo tiempo al estar en esa lista era muy importante. Creo que Argentina 1985 podría integrar la currícula en las escuelas secundarias.
—¿Cómo pasaste de la televisión abierta con El tigre Verón a la plataforma con Diciembre 2001?
—Hoy las plataformas ocupan el lugar de la televisión. Lo digo con sentido de realidad. Es tremendo que no existan casi ficciones, imperan los panelismos y gente conversando, barato, barato. Sigo pensando que la televisión abierta se sigue consumiendo, no creo que no se vea más. La producción de Diciembre 2001 la hicimos en pandemia casi en simultáneo con Argentina 1985. Me encantó la idea de hacer a Chiche Duhalde, encarnar a alguien cercano. Fue un compromiso y una responsabilidad. Me interesa cuando podemos contar historias nuestras. A veces las plataformas traen contenidos de otros lados, no siempre salen de aquí. Es difícil que el estado entienda que la cultura no es solo un bien simbólico, sino también una industria. Siempre somos los últimos en la fila mendigando dinero, pero después nos reconocen afuera por una película. Seguimos teniendo un problema. No podemos dejar todo en manos del mercado, sería como perdernos. Me da miedo, porque a mi edad sé que siempre remamos, abriendo espacios pero creo que en algún momento se va a acabar. Tuvimos una historia muy fuerte, aunque todo se puede agotar.
—¿Seguís militando en el Colectivo Actrices Argentinas?
—Hoy no está en un modo muy activo. Creo que los feminismos tenemos que armar alianzas con las otras partes de la sociedad. Ahora las luchas están más entrecruzadas con el cuidado de los recursos naturales y los territorios.
Entre las luchas y las giras
Trabajó con grandes actores, la última experiencia teatral y televisiva la tuvo junto a Julio Chávez (obra de su autoría) Después de nosotros (2020) y en ElTrece coprotagonizó El Tigre Verón (2019). Ganó muchos premios, como el más deseado: el Trinidad Guevara, sumó Martín Fierro y Estrellas de Mar. Hoy reflexiona: “Hay una escalada de las derechas y los contra derechos, con candidatos negacionistas y no sólo en Argentina sino en todas partes del mundo. Nosotras con el Colectivo de Actrices Argentinas podemos estar más o menos activo. Pero cuando pasó hace poco el fallo sobre el caso de Thelma (Fardin) enseguida estuvimos presentes buscando acompañarla. Lo bueno es que nos juntamos cuando una causa nos requiere. Desde que nací, el que ganen los buenos es lo menos común. El mundo está en manos de los más poderosos. Es una lucha y no creo que podré ver algo diferente”.
Estrenó el último espectáculo de Mariano Pensotti -La Obra- primero en el Festival de Viena, después fueron al Festival Epidauro en Grecia con Rami Fadel Khalaf, Diego Velázquez, Susana Pampín, Horacio Acosta y Pablo Seijo. “Seguiremos la gira –anticipa Flechner- en la Islas Canarias luego en octubre vamos a varias ciudades de Francia. Fue muy fuerte actuar frente al público griego. Esperamos presentarlo en Buenos Aires, pero con el dispositivo complejo que tiene debería ser en un teatro público. Pero no sabemos nada por ahora. Una siempre espera poder estrenarla en Argentina, lo mismo me pasó con la película, el corazón se te sale por la boca cuando sabés que la van a ver nuestros espectadores. Es una experiencia maravillosa poder hacer una gira en momentos tan complejos para el trabajo y para los ánimos”.