El fútbol argentino, cierta pasión filial y la Buenos Aires de los potreros pocas veces ha sido retratada con la belleza que puede verse en Llamarada, la historieta de Jorge González que acaba de publicar Hotel de las Ideas. El punto de partida de un relato tan particular, que trabaja nuevamente sobre la identidad (algo que González ya había hecho en Fueye y en Dear Patagonia), es tremendamente poderoso, y pone en escena el legado del abuelo de Jorge, José María “Colorado” González, un jugador destacado, un ídolo en el momento donde nacían los ídolos del fútbol. Una pieza y alma muy querida en la historia fundacional de Racing Club. El instante, casi una viñeta, que alteró a Jorge hasta el punto de ser el big-bang de este relato generacional fue el siguiente según el autor: “Fui a ver mi hijo mayor, en esa época tendría cuatro años, y él estaba en un club de fútbol, jugando. En un determinado momento de un descanso se apoyó en el suelo y lo hizo en la misma manera que mi abuelo lo hacía. De hecho, hay una imagen del abuelo en esa pose. Aparte tienen el mismo color de pelo, colorado, entonces la imagen y la semejanza que se generó fue muy fuerte. Pelo pelirrojo, así anaranjado, eso fue muy llamativo. Toda la imagen fue un disparo muy fuerte, que hizo que de repente se cruzaran en mi cabeza mi abuelo, yo, mi viejo y mi hijo”.
—Hay una búsqueda en tus viñetas que apela mucho a algo extremadamente pictórico, sin relegar la narración ¿cómo es tu proceso creativo para llegar a ese cruce, que en tu caso, es muy particular?
—No lo vivo como un problema. Por un lado, está lo que me pide la pregunta, lo que quiero contar, y por otro lado, mi postura visual, mis ganas de contar algo a través de la imagen. Lo que intento, en un primer momento, al menos en los primeros años del proceso, es dibujar, escribir y pintar sin ningún tipo de razonamiento. Me saco lo que tengo en la cabeza, sin ningún tipo de organización. Que se llame como quiera, capricho o alguna otra cosa, pero ese es mi proceso al comienzo. A partir de ahí, dependiendo el volumen del proyecto, me pongo a organizar ese lío. ¿Qué escribí ¿Qué dibujé? ¿Qué pinté? Ahí es donde empiezo a seguir las preguntas que motivaron al libro hacia una etapa más intelectual. La primera es la etapa más vital. Solo se trata de desbordarme, desde cualquier tipo de zona. Un libro es una cosa muy orgánica, hasta el último día hay una posibilidad de cambio o de edición.
—¿Cómo trabajás el universo de la inmigración, que es un universo que a la hora de los relatos posee un marco de expectativas y referentes que van desde Sergio Leone hasta cualquier serie de época?
—Me gusta mucho traer desde el pasado. De pronto tengo alguna idea, alguna historia, que me gusta mucho y que me está rondando, que me presiona y me da ganas de meterme, siempre se me ocurre traerla desde lejos. Me cuento a partir de mi pasado inmediato, de los hombres de mi vida. No es que voy a la Revolución: estoy en mi metro cuadrado. Mi abuelo, de dónde vino, cómo era su contexto, y cómo son mis hijos. En casi todos mis libros me gusta venir desde lejos y trazar líneas generacionales. Cuando cuento algo mío, me dan ganas de contar algo de mi abuelo. Me parece que hay algo que me falta contar si no me voy bien atrás. La inmigración me sale sola: por mi historia, mi vida porteña, y esa pregunta que sigue en Buenos Aires. ¿Qué es este experimento que se llama Buenos Aires? Aparecen muchas fuentes entonces hablan del movimiento inmigratorio, que está ahí y que está para siempre.
El pasado ilustrado
—¿Cómo trabajaste todos esos registros diferentes voces?
—Además de la imagen de mi hijo, similar a mi abuelo mientras está sentado, en un momento dado pasó otra cosa. Me enteré que se había muerto Luis Alberto Spinetta, y me puso muy triste. Nos juntamos con amigos a escuchar discos de Spinetta, a estar en nuestra burbuja, y hablamos de eso, del tema, de Spinetta como un padre cultural. A partir de ahí empezamos a tirar del hilo y salió esto. Empecé a pensar mucho qué es ser padre y qué es ser hijo. Empecé a leer libros como La invención de la soledad, de Paul Auster.
—¿Qué particularidad tiene la historieta como medio para ilustrar el pasado?
—Tengo ganas de contar algo, y traigo cosas del pasado. Traigo distintas estéticas, para contar pasado y presente. Hay contrastes, seguro, en la construcción de cada tiempo. Pero no me lo planteo como otra cosa que una necesidad personal. Las generaciones que me definieron, con sus preguntas, y cómo esas preguntas pasan a las generaciones que me siguen; ese nexo define mucho acá. Siempre me sale el juego entre pasado y presente, el pasado sepia con reminiscencias a ese cine y series de las que hablar, ese color tierra que existe en el imaginario colectivo, que te lleva de inmediato al pasado. Tenía un libro de recortes de mi padre sobre mi abuelo. Todo eso me ayudó para documentarme. Ahí podía ver cómo era la cancha de Racing, cómo era el barrio, los tranvías.