Mientras organizaciones de derechos humanos, partidos de izquierda y agrupaciones sociales marchaban ayer por la calles de Santiago de Chile en conmemoración de los más de 5 mil desaparecidos que dejó la dictadura de Augusto Pinochet, los disturbios entre los carabineros y un grupo de encapuchados no hicieron más que poner en evidencia que las diferencias persisten, que inclusive la izquierda está fracturada y que no todo es color de rosa en los tiempos de Michelle Bachelet.
El 11 de septiembre de 1973, Augusto Pinochet derrocó al gobierno de Salvador Allende, el primer presidente de origen marxista que llegó al poder por la vía electoral. Desde entonces, y sin escalas, Chile se convirtió en el aliado histórico de Estados Unidos en América Latina, una suerte de doble espía trabajando en el backyard de la primera potencia mundial.
Inclusive con gobiernos de origen socialista, como el de Ricardo Lagos y el de Bachelet, Chile se mantuvo alineado con la postura hegemónica. Desde lo económico, respetando a raja tabla las “sugerencias” del FMI y desde lo político, manteniendo “relaciones carnales” de las más íntimas con los sucesivos gobiernos norteamericanos.
Cuando asumió Bachelet fue recibida con alfombra roja por el gobierno de George W. Bush y la revista Forbes la listó entre las 20 mujeres más poderosas del mundo. A menos de un año de su asunción, y con un pasado estrechamente ligado con el socialismo – su padre fue asesinado por la dictadura y ella estuvo presa primero y exiliada en Alemania después-, la presidenta de Chile parece seguir en la misma dirección que persiguieron quienes gobernaron el país durante los últimos 30 años.
Éste es su primer aniversario del golpe al frente del Gobierno y, durante el día de ayer, trató de imprimir a los actos un clima de reflexión y diálogo. Pero no todo salió como lo había planeado y un grupo de anarquistas encapuchados lanzaron bombas molotov al Palacio de La Moneda e interrumpieron los discursos de militantes y organizaciones de derechos humanos. La jornada, que había comenzado en forma totalmente pacífica, terminó con más de 40 detenciones.
Para hoy se espera un acto oficial, en el que probablemente se mantenga la misma filosofía.
Autoproclamado víctima del terrorismo de estado de la dictadura de Pinochet, el gobierno de Bachelet no parece estar haciendo demasiado por alejarse de los ideales políticos y económicos que se estamparon en la conciencia colectiva del país desde aquel 11 de septiembre, hace 33 años.