Pese a que ya es letra muerta, Irán le sigue sacando el jugo al memorándum por la causa AMIA. Cinco años después de su firma, el gobierno iraní aún sostiene que hizo esfuerzos por llegar a un entendimiento diplomático con la Argentina y que, si el acuerdo fracasó, fue por la dinámica política interna de nuestro país. El memorándum se convirtió en un útil instrumento de política exterior para Irán, interesado en mostrarle al mundo su declamado giro aperturista y preocupado desde hace años por las alertas rojas de Interpol contra dirigentes iraníes de primer nivel acusados por el atentado.
En esa línea debe leerse la carta que el canciller iraní, Mohammad Yavad Zarif, le envió el pasado 4 de noviembre a su par argentino, Jorge Faurie, y que se conoció esta semana. Tras hablar de la “buena voluntad” de Irán para “ayudar a esclarecer las verdades sobre el atentado” a la AMIA, Zarif asegura que el memorándum fue “confirmado” por ambos países y que hubo un pedido conjunto a Interpol para que levantara las alertas, lo cual fue desmentido por Interpol.
La caída de las circulares rojas era –y sigue siendo– una obsesión de la diplomacia iraní desde varios años antes de la firma del acuerdo en 2013. “Las alertas de Interpol preocupan mucho a Irán porque son un argumento para aquellos que lo acusan de apoyar al terrorismo y quieren imponerle sanciones económicas por esa razón –dijo a PERFIL el analista político iraní Meir Javedanfar, investigador del Interidsciplinary Center Herzliya–. Además, impiden la salida del país de figuras muy poderosas, como el ex canciller Velayati, hoy principal asesor en asuntos internacionales del ayatollah Jamenei”.
Desde 2007, la Cancillería argentina tuvo que lidiar con el lobby iraní ante Interpol para derribar las circulares. “El objetivo de los iraníes siempre fue evitar que el tema de las alertas se multilateralizara y, por el contrario, se tratara en algún ámbito bilateral con la Argentina donde les fuera más fácil embarrar la cancha –explicó a este diario un diplomático argentino que participó en varias negociaciones con Irán–. Eso fue lo que terminaron consiguiendo con el memorándum: un esquema ad hoc, muy confuso y potencialmente acorde con sus deseos”.
El texto del acuerdo permitió que Irán hiciera una interpretación en su propio beneficio sobre los tiempos y las condiciones que debían cumplirse para que cayeran las circulares. El centro del problema fue el punto 7 del memorándum: “Este acuerdo, luego de su firma, será remitido conjuntamente por ambos cancilleres al Secretario General de Interpol en cumplimiento a requerimientos exigidos por Interpol con relación a este caso”.
Poco después de la firma, en marzo de 2013, el entonces canciller iraní, Ali Akbar Salehi, dijo que Interpol debía cancelar de inmediato las alertas rojas. Irán interpretó que la fórmula “en cumplimiento a requisitos exigidos por Interpol con relación a este caso” significaba que el memorándum saldaba el conflicto entre la Argentina e Irán y que, por lo tanto, Interpol ya no tenía ningún papel que cumplir. Y se aferró al indicativo temporal: “Luego de su firma”.
En aquel momento, el ex canciller Héctor Timerman salió a cruzar a Salehi y dijo que la firma del memorándum no implicaba la caída de las alertas rojas. Empeñado en no irritar aún más a la AMIA y la DAIA, a Timerman le faltó explicar lo obvio: que las alertas rojas sí podrían caer, pero una vez que los acusados se presentaran ante el juez argentino, es decir, cuando ya no hubiera necesidad de forzarlos a responder ante la Justicia.
Limbo. Luego de ese choque de interpretaciones, Irán dejó al memorándum en una nebulosa por unos meses. Promediaba 2013 y el gobierno de Mahmud Ahmadinejad se preparaba para dejar el poder. Descartada la posibilidad de que las alertas cayeran de inmediato, el acuerdo con la Argentina no era una prioridad para un gobierno en retirada, y menos aún cuando sectores conservadores del Parlamento protestaban por la idea de que un juez argentino indagara a políticos iraníes en Teherán. Sin embargo, la diplomacia iraní sembró una semilla: el entonces encargado de negocios en Buenos Aires, Alí Pakdaman, deslizó en la prensa que el memorándum había sido ratificado por decreto por Ahmadinejad.
Luego de la asunción de Hassan Rohani, en agosto de 2013, la negociación con la Argentina quedó inserta en el giro aperturista del flamante gobierno. El nuevo canciller Zarif –buen amigo de su antecesor Salehi, quien a su vez sigue siendo un hombre clave de la política exterior iraní– insistió en que el memorándum estaba aprobado y siguió declamando la supuesta voluntad de Irán para cooperar en la causa AMIA, mientras sus funcionarios filtraban en off que el acuerdo no necesariamente tendría efectos jurídicos.
Entre 2014 y 2015, el tema implosionó en nuestro país: el memorándum fue declarado inconstitucional por la Justicia, Alberto Nisman denunció a Cristina Kirchner por un presunto pacto espurio con Irán y luego apareció muerto en su casa. El acuerdo naufragó. Pero nunca perdió utilidad para Irán.
Teherán sigue presentando al memorándum como parte de un combo conciliador que también incluye el diálogo nuclear con las potencias o la cooperación en el combate antiterrorista contra EI en Siria e Irak. Aunque ya no tenga validez, el acuerdo le trajo beneficios concretos a los imputados iraníes: en las alertas rojas de Interpol hoy figura un asterisco donde se aclara que Irán y Argentina firmaron un acuerdo para resolver el conflicto por AMIA por “vías diplomáticas”. Aunque la Cancillería argentina consiguió que Interpol también incluyera en las circulares que el acuerdo fue declarado inconstitucional, en la práctica el asterisco funciona como atenuante para cualquier oficina migratoria.