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La Constitución de la apatía

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División. Un manifestante en contra y otros a favor. Vencería el rechazo. | afp

Si hay algo que los chilenos probablemente sepan es que esta noche termina el proceso constituyente. Independientemente del resultado del plebiscito de salida y más allá de si se aprueba o no el texto constitucional provisto por la convención, es altamente posible que no haya más instancias para pensar una nueva carta magna, por lo menos a través de una convención constituyente. 

La ciudadanía hoy tiene dos opciones…, en varios sentidos. En primer lugar, deben elegir entre estar a favor o en contra de la propuesta elaborada por la convención durante meses. Pero además, y a largo plazo, los chilenos tienen otra disyuntiva: aprobar una constitución minimalista elaborada por sectores mayoritariamente de la ultraderecha liderados ideológicamente por José Antonio Kast y comandados por su “delfín” Beatriz Hevia; o bien, rechazar el texto y que siga vigente la carta magna de Augusto Pinochet. 

Parece increíble que después del estallido social de octubre y noviembre 2019, en el que una gran parte de la ciudadanía reclamó un cambio radical y estructural en la sociedad chilena y en el que se instaló un mensaje refundacional del país, hoy la nación trasandina esté en esta encrucijada. Pero además, en pocos años, Chile pasó de canalizar el descontento ciudadano a base de movilizaciones masivas de carácter virulento, a una profunda apatía con el proceso constituyente. Si en 2019 la demanda principal era redactar una nueva constitución política, hoy ese ya no es un tema de interés a pesar de que sigue siendo una deuda social. 

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¿Cómo llegó Chile a esta situación? ¿Cómo pasó de reunir más de un millón de personas en las principales arterias de su capital en octubre de 2019 a la apatía más absoluta acerca del devenir de su carta magna? “En el primer proceso constituyente la gente estaba muy entusiasmada porque nació, efectivamente, del descontento del año 2019 y por ende había un sentimiento de pertenencia con esa idea de tener una nueva constitución. La gente se sentía mucho más identificada con la idea de que la constitución nueva viniera precisamente de ese proceso tan intenso. Una vez que eso no funcionó, salió a la luz el hecho de que no todo el país estaba de acuerdo con ese tipo de cambio tan sustancial y tan estructural. Y este sector no menor de la población que se sentía tan identificado con la idea de una constitución nueva, quedó con una sensación de desilusión. Esa energía, esa emoción y esas ganas se perdieron. Y en ese momento pasó la derecha a tomar este nuevo proceso constituyente”, expresa Benjamín, un joven periodista que participó activamente de las manifestaciones del año 2019. 

A su vez, el mensaje refundacional que protagonizó el estallido social de 2019 no necesariamente representaba a la mayoría de la sociedad chilena sino que, debido a su carácter movilizador, tuvo una preponderancia mediática y narrativa que hacía creer que aquellos que estaban a favor de un cambio radical eran la postura dominante. Tal como lo explica la politóloga alemana Elizabeth Noelle-Neumann, la confianza a expresarse por parte de quienes creen ser mayoría o quienes creen sostener posturas predominantes va generando una espiral que fortalece a estos grupos mientras que enmudece a quienes sostienen ideas consideradas como minoritarias o que carecen de la fuerza necesaria para imponerse. A fines de 2019, se instaló la idea de que la gran mayoría de los chilenos no solo querían una nueva constitución (algo que probablemente sea así dado el primer plebiscito de entrada) sino que además quería que la misma fuera altamente progresista dado que los sectores más moderados y/o conservadores no se sentían libres para oponerse. Esa gran equivocación de los partidos de izquierda se pagó demasiado caro cuando la primera propuesta constitucional, que tenía una fuerte impronta “octubrista” porque recogía las demandas de la revuelta de octubre 2019, fue rechazada por más del 60% de los votos en septiembre del año pasado. 

Pero además, para muchos chilenos, la primera convención no pudo ver que las principales demandas de la ciudadanía durante el estallido eran, principalmente, la reforma de pensiones y del sistema educativo y de salud. Sin embargo, por haber estado compuesta mayormente por convencionales progresistas, la primera propuesta de carta magna no supo articular un texto que uniera posiciones mayoritarias sino que imprimió su visión de país con propuestas que incluían mucho más de lo inicialmente planteado, como la eliminación del Senado, la creación de un sistema de justicia particular para poblaciones indígenas o el carácter plurinacional del Estado. Con el rechazo de esta primera propuesta constitucional se generó una sensación de malestar y de desilusión con respecto a lo que podría haber sido una oportunidad histórica para concretar reformas estructurales que se vienen debatiendo en la arena pública hace décadas. 

Así, una parte importante de la opinión pública, y entre ellas muchas personas que se habían comprometido con las manifestaciones de 2019, se desencantaron con el debate constitucional lo que llevó a que en este segundo intento la ciudadanía fuera mucho más apática con respecto al desenlace del proceso, ya sea culpabilizando a los sectores más conservadores por oponerse a cualquier posibilidad de cambio o incluso, al oficialismo por haber creído que sus propuestas eran transversalmente aceptadas en la sociedad. En este punto se encuentra la posición de Rolando, un médico neurocirujano que al contrario de Benjamín, fue bastante crítico del estallido social y sus resultados: “Existe una sensación generalizada de desengaño y hastío con la nueva generación política que adquirió mayor relevancia con posterioridad al segundo gobierno de Michelle Bachelet, porque a pesar de encabezar el estallido social de 2019, probablemente la mayor revuelta popular de la historia chilena, y de lograr la apertura del gobierno de Piñera a un proceso conducente a una nueva constitución, no fue capaz de llevar a buen término el primer proceso, siendo además este bastante desprestigiado. Posteriormente, en el gobierno de Gabriel Boric, más allá de la dificultad propia de un período presidencial donde han ocurrido dos procesos constituyentes en dos años, da la impresión de que no han sido capaces de generar un frente unido ni con suficiente autocrítica respecto a las causas del fracaso del proceso anterior”.

Sin embargo, y más allá de sus diferencias de opinión e independientemente que ambos responsabilizan a diferentes grupos por el fracaso del proceso constituyente, tanto Rolando como Benjamín se refieren a este nuevo plebiscito con palabras similares: Apatía, descontento, indiferencia. 

“Esta apatía parte de una sensación generalizada que se ha dado en la población en general respecto a que los procesos políticos que se dan en Chile tienden a ser muy tediosos y mediáticos lo que genera una especie de turbulencia que hace que la gente termine desconcentrándose del objetivo último que, en este caso, es la constitución”, agrega Benjamín.

* Licenciada en Ciencias Políticas (UCA), investigadora del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA) y profesora de América Latina en la Política Internacional y Cultura Latinoamericana.