Aquellas expectativas de cambio que depararon los tiempos de confinamiento en Estados Unidos se desinflaron frente a una realidad: el mayor uso del transporte público y de vehículos particulares que en los tiempos prepandémicos.
En una ciudad dinámica como Nueva York, esa circunstancia se tradujo en un amento sin parangón de los accidentes de tránsito. En parte porque creció la circulación y en parte por la desconexión del sistema de radares de velocidad de la ciudad que, por una ley estatal, apaga sus cámaras de las 10 de la noche a las seis de la mañana y durante los fines de semana.
Los atropellos mortales como consecuencia del exceso de velocidad, con peatones y ciclistas como víctimas, se han convertido en un hecho cotidiano hasta el punto de ser definido por agentes sociales como una epidemia de violencia vial. Las muertes han aumentado un 29% con respecto a 2018, el año más seguro de Vision Zero, el plan municipal para prevenir accidentes que lanzó en 2014 el entonces alcalde, Bill de Blasio.
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Varios factores definen el fenómeno: víctimas mortales cada vez más jóvenes (un 11%, son menores de 18 años), incremento de conductores que se fugan después del choque o del atropello (un 129% más en el segundo trimestre de este año con respecto a ese periodo de 2019) y una cifra tres veces más alta de víctimas entre usuarios de bicicletas, patinetas y motos en Brooklyn, aunque el distrito que sale peor parado sea el Bronx.
Otro dato sorprendente: apenas el 25% de las 472 estaciones del subte, que aún no se ha repuesto económicamente de la pandemia, disponen de rampas o ascensores, déficit que la autoridad del transporte prevé paliar en el futuro.
El llamativo apagado de los radares de velocidad se remediará a partir del lunes 1 de agosto. Por los accidentes de tránsito mueren en promedio tres personas por día.
BL PAR