OPINIóN
Armas de destrucción masiva

¿Amenaza real o estrategia de intimidación?

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Horror. Escenas en la ciudad de Bucha: tanques rusos destruidos y civiles muertos en las calles. | afp

Ucrania acusó a Rusia de “terrorismo nuclear” por los ataques a las centrales nucleares de producción de energía eléctrica, en particular Zaporiyia, y alertó apocalípticamente “que sería el final de todo y que Europa debería ser evacuada”. Más allá de los riesgos reales de una propagación de material radiactivo si se vulnera su seguridad, nada sucedió y resulta improbable que Rusia haga un ataque masivo y general a una central nuclear. Dado que, si esto sucediera, se encontraría inmediatamente afectada por compartir frontera con Ucrania, al igual que Bielorrusia, su mayor aliado.   

Asimismo, videos recientes parecerían mostrar el uso de bombas incendiarias de uso restringido sobre civiles en la región de Lugansk, en el este de Ucrania, acusación que no tardó en hacerse oír, negada por Rusia y sin haber sido verificada aún.

Por otro lado, Rusia, alegando un supuesto desarrollo de armas nucleares en Ucrania, puso las propias en “régimen especial de combate”, es decir que las ojivas nucleares pueden ser utilizadas de manera casi inmediata. Esto no implica que haya una intención real de emplearlas, sino que parece ser parte de una estrategia de intimidación.

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Rusia tiene 1.600 bombas nucleares listas para lanzarse en solo 10 minutos

Hay un acuerdo generalizado en el análisis de que Rusia no estaría buscando una guerra nuclear sino mostrar su disposición de recurrir a las armas nucleares, tal como lo establece la doctrina militar rusa sobre el empleo de la disuasión nuclear. Por otro lado, estaría valiéndose del concepto de “escalar para desescalar”, que significa la amenaza de la utilización de armas de destrucción masiva en un contexto de uso de armas convencionales para forzar al otro, “al enemigo”, a desescalar el conflicto.

En días recientes, como parte de la retórica del Kremlin, Rusia declaró que en Ucrania se estaban desarrollando armas biológicas y químicas con apoyo de Estados Unidos, algo que fue inmediatamente desmentido, pero interpretado por Norteamérica como una intención de hacer uso de esas armas completamente prohibidas.

Hasta el momento se ha utilizado armamento convencional. Tan es así, que vemos los vehículos de combate rusos atravesando ciudades como una postal de un conflicto del siglo pasado, civiles ucranianos entrenándose con fusiles de madera y, más allá de la importante superioridad rusa, no ha habido involucramiento de armas de destrucción masiva.

El temible armamento “invencible” de Putin

Se denomina así a las nucleares, Rusia posee el mayor arsenal mundial (6 mil armas), estando el 95% de las existentes en manos de ese país y la Alianza Atlántica. También se llama así a las biológicas y a las armas químicas, que están completamente prohibidas con una adhesión universal, incluyendo a la misma Rusia.

Hay antecedentes de uso de armas químicas en la historia reciente por parte de Rusia. En 2017 fueron utilizadas en Siria por Al-Assad, aliado de Rusia, y recordemos el caso reciente del opositor ruso Alexéi Navalni, hoy detenido, quien fuera envenenado en 2020 con un agente nervioso en Alemania.

Tanto Vladimir Putin como los líderes occidentales son completamente conscientes de que, si hay una escalada en el conflicto que involucre armas de destrucción masiva, estaríamos frente a lo que se llama Destrucción Mutua Asegurada.

Es como si tuviéramos en un cuarto a dos personas con bidones de nafta en su cinturón y las dos tienen fósforos, pero no los usan porque saben que, indefectiblemente, si lo hacen, arderían ambas. Esto fue lo que nos previno hasta hoy de una guerra nuclear.

Y si existiese una guerra nuclear, el mundo desaparecería tal como lo conocemos. Esperemos que tengan resultado las conversaciones entre Rusia y Ucrania auspiciadas por el presidente de Turquía, Recep Erdogan, para alcanzar finalmente la paz.

*Coordinadora de Sehlac, directora APP y miembro de la junta directiva de ICAN, ganadora del Premio Nobel de la Paz 2017.