OPINIóN

El placer de leer, siempre (décimo sexta entrega)

La compañía de un libro es enriquecedora, a nivel intelectual y emocional. Hoy hablaremos de Bernhard Schlink.

Lectura
Lectura | Pexels / Pixabay

El Lector, es un gran relato, contado en 200 páginas, a través del cual Bernhard Schlink invita a la reflexión. Prosa sencilla, carente de fechas y datos, énfasis en los sentimientos y reflexiones sobre cuestiones éticas. Un ejemplo de la fuerza del conocimiento, en este caso de la lectura, para cambiar la vida. Válido para pensar el papel de la memoria sobre todo en países que vivieron situaciones no deseadas, como el nazismo en Alemania.

¿El argumento? Muy simple: escrita en primera persona, la novela transcurre en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y se divide en tres partes. En la primera, Michael Berg, un adolescente de quince años, regresa del colegio, se siente mal y es ayudado por una mujer, Hanna Schmitz, tiene treinta y seis años y es guarda de tranvía. Mantienen un romance y ella le pide que le lea libros en voz alta, textos de Schiller, Goethe, Tolstói, Dickens… lo que se transforma en un ritual, hasta que un día, la mujer desaparece. En la segunda parte, Michael es estudiante de Derecho, asiste a un juicio por crímenes de guerra nazis. Una de las cinco acusadas de crímenes de guerra nazis es Hanna. En la tercera y última parte…

 

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Bernhard Schlink 20210610
Bernhard Schlink.

 

La protagonista, nuestra Hanna, una guardiana que se supone no se inmuta ante el dolor humano, y sí se conmueve con la literatura, no alcanza a comprender por qué se la juzga cuando hizo sólo lo que le pedían, impedir que las prisioneras escaparan, por lo que se dirige al juez y lo sorprende al preguntarle: "¿qué hubiera hecho en mi lugar?". Mientras tanto, a Michael le queman la cabeza los hermosos momentos vividos con ella y el deseo de justicia, le cuesta descubrir quién es en realidad la mujer a la que amó.

Detrás de una relación individual –una mujer analfabeta que no sabe lo que pasa y contribuye a un momento trágico de la humanidad– subyace el drama colectivo de una generación que no se va a quitar esa mochila así nomás. No es una novela fácil, el autor hace preguntas difíciles de contestar, el tema de la obediencia debida, la pasividad ante el crimen de estado…

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El siguiente es un fragmento de “El lector”, de Bernhard Schlink, Anagrama, Barcelona, 2000, traducida por Joan Parra Contreras, llevada al cine en 2008 con guión del propio Bernhard Schlink y de David Dare. Dirigida por Stephen Daldry y protagonizada por Kate Winslet, Ralph Fiennes, Bruno Ganz y David Cross.

“Con la Odisea empezó todo. La leí después de separarme de Gertrud. Pasaba muchas noches sin dormir más que unas pocas horas y dando vueltas en la cama. Cuando encendía la luz y le echaba mano a un libro se me cerraban los ojos, y cuando dejaba el libro y apagaba la luz, se me abrían otra vez de par en par. Así que decidí leer en voz alta. De ese modo no se me cerraban los ojos. Pero en mis confusas divagaciones de duermevela, llenas de recuerdos y sueños y de atormentadores círculos viciosos, que giraban en torno a mi matrimonio, mi hija y mi vida, se imponía una y otra vez la figura de Hanna. Así que decidí leer para Hanna. Y empecé a grabarle cintas.

Pasaron varios meses hasta que le mandé las cintas. Al principio no quería enviarle nada fragmentario, y esperé hasta haber grabado toda la Odisea. Pero luego empecé a dudar de que la Odisea pudiera interesarle tanto a Hanna, y grabé lo que leí después de la Odisea, varios cuentos de Schnitzler y Chéjov.

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Luego estuve un tiempo aplazando el momento de llamar al juzgado en el que habían condenado a Hanna para preguntar dónde cumplía la pena. Al final reuní todo lo necesario: la dirección de Hanna, que estaba en una cárcel cercana a la ciudad en la que le habían juzgado y condenado, un aparato a casete, y las cintas, numeradas, de Chéjov a Homero, pasando por Schnitzler. Y por fin acabé enviándole el paquete con el aparato y las cintas.

No hace mucho encontré la libreta en que fui apuntando a lo largo de los años lo que grababa para Hanna. (…) Algunos de los títulos siguientes llevan fecha, y otros no, pero aun sin fechas sé que el primer envío a Hanna lo hice en el octavo año de su condena, y el último en el decimoctavo. Fue cuando le concedieron el indulto que había perdido tiempo atrás.

Seguí leyendo para Hanna todo lo que me apetecía leer. En el caso de la Odisea, a principio se me hizo difícil concentrarme tanto como lo hacía cuando leía sólo para mí. Pero con el tiempo me fui acostumbrando. (…) Así que Hanna recibió una buena dosis de Keller, Fontane, Heine y Mörike. Tardé mucho en atreverme a leer poemas, pero luego acabó encantándome y me aprendí de memoria una buena parte de los poemas que grabé. Hoy todavía puedo recitarlos.

El placer de leer, siempre

En conjunto, los títulos anotados en la libreta encajan en el sólido candor de los gustos de la burguesía culta. Tampoco recuerdo haberme planteado nunca ir más allá de Kafka, Max Frisch, Uwe Johnson, Ingeborg Bachmann y Siegfried Lenz; (…)

Cuando empecé a escribir yo, le leía también cosas mías. Esperaba hasta haber dictado el manuscrito y revisado la versión escrita a máquina, hasta que tenía la sensación de que aquello ya estaba acabado. Al leer en voz alta sabía si conseguía el efecto deseado. Si no lo conseguía, podía revisarlo todo y volver a grabar encima de lo que ya estaba grabado. Pero no me gustaba hacerlo. Quería cerrar el círculo con la grabación. Hanna se convertía en la entidad para la que ponía en juego todas mis fuerzas, toda mi creatividad, toda mi fantasía crítica. Luego podía enviar el manuscrito a la editorial.

No hacía ningún comentario personal en las cintas; ni le preguntaba a Hanna cómo le iban las cosas, ni le contaba cómo me iban a mí. Leía el título, el nombre del autor y el texto. Cuando se acababa el texto, esperaba un momento, cerraba el libro y pulsaba la tecla de parada.”