OPINIóN
Actores

Chile, la juventud y la nueva democracia

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Sector. Si este país cambia es por la protesta histórica que comenzó en el 2020. | cedoc

Si Chile se transforma, no es debido a su sistema constitucional y a los mecanismos preestablecidos para canalizar institucionalmente la participación y el reclamo ciudadano. Si Chile cambia es debido a la histórica protesta popular que comenzó a mediados de 2019. 

No fueron los “resortes institucionales”, fueron las grandes movilizaciones que resistieron una brutal represión. Fueron los miles de jóvenes y estudiantes que salieron a la calle y ocuparon cada plaza de Santiago, dejando sus ojos para que los demás vean.

Fueron ellos –golpeados, mutilados, perseguidos y arrestados– quienes llevaron a Chile a un plebiscito y a la Convención Constituyente para terminar con una Constitución política redactada en la plenitud de la dictadura pinochetista. 

Los jóvenes fueron protagonistas de estas manifestaciones, los estigmatizados, los subestimados, los que muchos describen distraídos con las selfies y las redes.

Fueron los jóvenes, para quienes la desigualdad ha estado siempre fuera de control y para quienes el sistema actual no ha hecho más que exprimirlos y convertir sus vidas en puras dificultades. Al punto que parte de la población joven mundial, incluida la del desarrollado norte global, no consigue garantizar aspectos elementales de un futuro en el que estudiar ya no implica necesariamente conseguir trabajo.

Para los jóvenes, la decimonónica democracia representativa no resuelve sus problemas, no equilibra fuerzas, no les asegura una igualdad real de oportunidades, y en caso de que sean un riesgo para el sistema, los criminaliza el poder punitivo –recordemos que periódicamente se reinstala el debate sobre la baja de la edad de imputabilidad–, pero hay más, pues esa democracia que no los contiene tampoco es capaz de resolver el gravísimo problema ambiental: una verdadera prioridad para esta generación.

En consecuencia, su confianza en el sistema político se deteriora día tras día, pues ante su mirada la primitiva democracia liberal –basada en la representación tradicional a cargo de partidos– ha consistido básicamente en un desfile de políticos incapaces de evitar el constante deterioro económico de sus vidas, de sus familias, de sus amigos, de sus maestros y de sus abuelos; lo cual se expresa en un duro descreimiento hacia los tradicionales mecanismos de intermediación política.

Por esta la razón las formas de intermediación son entendidas por ellos como una parte del problema y los clásicos partidos políticos son percibidos como viejas burocracias o como emprendimientos privados cuasiempresariales que asumen determinados sectores o individuos con el poder económico y mediático suficiente.  

Por todo ello, los centennialls son la primera  generación que ha experimentado siempre a la típica democracia de partidos como una mera contienda electoral por el poder público en paralelo a un progresivo deterioro de su calidad de vida.

En ese contexto, la democracia representativa ante la mirada centennial ha quedado expuesta desde su debilidad; es decir, como un sistema basado en rudimentarios mecanismos y prácticas políticas útiles para ordenar el tablero burocrático e institucional, pero débiles al momento de resolver sus  verdaderos problemas.

En definitiva, no es extraño que el actual formato representativo diseñado hace casi dos siglos no cuente con la suficiente confianza joven, y por ello las protestas se repiten cada vez más, incluso en el norte global. 

Por último, todo esto les ha generado altos niveles de frustración con el riesgo de inocular en dicha generación un fuerte pesimismo que va más allá de las formas de gobernanza, pues se está generado un pesimismo de tipo antropológico y una fuerte desconfianza en el hombre, lo cual nos abre panoramas desconcertantes. 

*Profesor adjunto regular constitucional, UBA.