La Cumbre de las Américas vuelve a los Estados Unidos por primera vez desde 1994 y las perspectivas no son alentadoras para la máxima instancia de cooperación hemisférica. Luego de casi tres décadas se visualiza un proceso de deterioro de la institucionalidad democrática en la región mientras la agenda comercial ha quedado relegada finalmente por un giro proteccionista en los Estados Unidos. Además, las preocupaciones de la Casa Blanca están centradas en la crisis ucraniana y el desafío estratégico de la República Popular China. Una vez más, América Latina y el Caribe no son la prioridad.
Las discusiones en torno a la próxima reunión en Los Ángeles son un síntoma de una triple crisis que revierte los fundamentos que dieron inicio al proceso de las Cumbres en 1994. En línea con los lineamientos de la Carta Democrática Interamericana, los Estados Unidos emitieron invitaciones a los gobiernos que respetan la democracia y, por lo tanto, decidió no invitar a Cuba, Nicaragua y la Venezuela de Maduro por no cumplir los estándares democráticos.
Mientras varios países de la región encabezados por México y Argentina criticaron la decisión, mandatarios como los presidentes de Bolivia, Luis Arce, y Honduras, Xiomara Castro, adelantaron que no participarán. Esto no es nuevo, ya que el año pasado fueron dejados de lado en la Cumbre de la Democracia junto a países centroamericanos como Honduras, El Salvador y Guatemala. Por otro lado, Jair Bolsonaro y Alberto Fernández han confirmado su presencia en la IX Cumbre de las Américas, además de tener planificado reuniones bilaterales con Biden.
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Las expectativas son claves para la cooperación internacional. En 2015 hubo un momento de optimismo con la Administración de Barack Obama por el proceso de normalización de relaciones con Cuba y la participación del régimen de Raúl Castro en la Cumbre de las Américas de Panamá de 2015. Esta es una imagen del pasado que la administración Biden no quiere rescatar. Las elecciones de medio término se encuentran cerca y la Casa Blanca mantiene la narrativa de sostener a las democracias frente a las autocracias. La posición de la Casa Blanca asume costos políticos en una región fragmentada y con un progresivo giro a la centro-izquierda, aunque su decisión no se alteró pese a los reclamos canalizados indirectamente a través de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) y la Comunidad del Caribe (CARICOM).
De todos modos, no hay claros indicios que en la próxima reunión haya una propuesta impulsada desde Washington ni tampoco hay una propuesta latinoamericana y/o caribeña que pueda posicionar temas relativos a los principales déficits de la región, como la lucha contra la pobreza o el desarrollo de infraestructura crítica. El déficit de atención es inclusive más claro si se ve el lugar de la región en la gran estrategia estadounidense.
Este déficit no es algo nuevo.
Desde la segunda mitad del siglo XX, el lugar de la región en la agenda global de los Estados Unidos no fue demasiado prioritaria salvo en algunos tramos de la Guerra Fría – con un mix entre poder duro e instrumentos de seducción - o durante la Administración Clinton con una expansión generalizada de la democracia en paralelo con la iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) bajo el influjo del Consenso de Washington. Sin embargo, las prioridades de Washington fueron mutando hacia regiones y temas donde la región tiene un papel periférico. La guerra contra el terrorismo y la presencia militar en el Gran Medio Oriente absorbió la mayor parte de los esfuerzos diplomáticos y militares durante la década del 2000. La región claramente fue desplazada por la lejanía geográfica de la zona del conflicto, la ausencia de grandes amenazas terroristas jihadistas y la poca colaboración a las acciones globales de los Estados Unidos. Por ejemplo, El Salvador y Colombia enviaron pequeños contingentes en las operaciones en Afganistán mientras solamente Panamá participó en la Coalición Internacional Contra el Estado Islámico.
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En la última década, China y Rusia han estado en el centro de las preocupaciones de la Casa Blanca por la competencia comercial y tecnológica con Beijing, y el revanchismo geopolítico de Moscú. Si bien hay una presencia creciente de intereses económicos y financieros de China en la región y las redes diplomáticas e informativas rusas tienen un grado relativo de impacto, el nodo de las preocupaciones sobre estos actores revisionistas no está centrado en la región. Al contrario, los principales esfuerzos de los Estados Unidos están dirigidos a apuntalar a Ucrania y fortalecer a la OTAN. El 21 de mayo Biden firmó un apoyo de asistencia a Kiev por 40 mil millones de dólares, mientras la ‘Iniciativa para la Disuasión en el Pacífico’ del Pentágono ya superó los 7 mil millones de dólares en 2022 con el objeto de mejorar las capacidades militares para contener a China.
No hay grandes iniciativas similares destinadas a América Latina y el Caribe dado que la región sigue siendo considerada poco relevante geopolíticamente, mientras los incentivos políticos en DC son bajos. Sin embargo, la complejidad del nuevo entorno internacional requiere una agenda concreta que aborde cuestiones relativa al desarrollo regional de los países latinoamericanos y caribeños.
China, su principal competidor estratégico, tiene una agenda concertada con la región como lo es el Plan de Acción Conjunta de Cooperación China-CELAC cuya última versión fue aprobada en la reunión virtual con los ministros de Relaciones Exteriores de la CELAC en diciembre de 2021, al mismo tiempo que destina crecientes recursos financieros a la región. El déficit de atención de Washington hacia la región no solo representa un error estratégico, sino que pone en peligro su propia posición como líder en el largo plazo. La IX Cumbre de las Américas será un test concreto de los límites de ese liderazgo.
Dr. Ariel González Levaggi. Secretario Ejecutivo del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA).