Es un latiguillo liberal insistente el que la “inflación es un fenómeno monetario”. No tan insistente, en tanto se encuentra hoy de capa caída, el latiguillo kirchnerista/albertista pretende que es “multicausal”. Sin embargo, a poco que se escarba, se encuentra uno con una batalla de banalidades en torno a un problema que es cualquier cosa, menos banal. Si no fuera porque en este nudo se ata el destino de un país y sus cincuenta millones de habitantes, esta batracomiomaquia sería una comedia para reírse con ganas.
Explicaciones. Va de suyo que quien dice “multicausal”, está, en realidad, esquivando la respuesta y mirando para otro lado, porque debiera especificar, en tanto las causas no pueden ser infinitas, cuál es el número de ellas, su influencia relativa, la forma en que se ordenan y la importancia de cada una. Eso sería una explicación “multicausal”. Cualquiera podría hacer (y el presidente, en su gira europea ha ensayado la suya) una pequeña lista, a la que no le faltaría algún grado de verdad: la inflación heredada, la pandemia, la guerra en Ucrania, la suba de tasas en Estados Unidos, la inflación mundial, etc., etc. Sin embargo, dada la persistencia notable de la inflación en la Argentina y su tendencia, también notable, a divergir con las trayectorias internacionales, ninguna de estas “causas”, que accidentalizan el problema, pueden dar cuenta de su razón profunda.
Por su parte, decir que “la inflación es un fenómeno monetario” oscila entre una perogrullada y un no decir nada. Una perogrullada: y sí, en tanto modificación del valor de la moneda, se trata, no podría ser de otra manera, de un “fenómeno monetario”. Pero con ello no hemos avanzado un solo paso, es decir, no estamos diciendo nada que no sepamos y que aclare en algún grado la situación.
Porque la pregunta que inmediatamente viene a la cabeza es: ¿por qué se produce un fenómeno general y sostenido de desvalorización de la moneda? La respuesta no aclara más que “el palo de la escoba”: porque se emite demasiado. Volvemos a preguntar: ¿por qué se emite demasiado? Respuesta: porque se gasta demasiado. ¿Y por qué se gasta demasiado? En este punto, aparecen las respuestas “libertarias” para sacar el problema de la economía y colocarlo (igual que el kirchnerismo cuando acusa a los “monopolios” o a la “puja distributiva”) en el campo de la moral: porque la “casta” es “inmoral”. “Roban”, “hacen la suya”, etc., etc.
Por qué las mismas empresas que en Japón, China, Alemania o Estados Unidos desarrollan la inversión y multiplican la productividad, aquí se comportan como “casta”, es una pregunta que los “libertarios” no pueden responder, salvo, otra vez, apelando a la moral: el sistema argentino “corrompe” incluso a los “buenos” empresarios extranjeros. Proviniendo de economistas, se trata de una curiosa forma de confesar que no tienen explicación económica para los problemas económicos.
Tipos de inflación. La respuesta a los problemas de la economía argentina (y la inflación no está entre ellos) se encuentra en la economía misma. Aclaremos: la inflación no es un problema. Es la forma en que se manifiesta un problema. Cuando se dice que es un “fenómeno monetario”, o un “fenómeno multicausal”, lo único verdadero que se está diciendo es que es un “fenómeno”, es decir, la manera en que aparece en la superficie el problema real.
Como “fenómeno”, la inflación puede expresar diversos problemas, desde los más coyunturales (la suba de un precio esencial, como alimentos o energía, que impacta sobre todos los bienes), hasta los más estructurales (el retraso permanente de la productividad del trabajo). La inflación que vive hoy el mundo es del primer tipo, acicateada por la emisión durante la parálisis por la pandemia y sostenida por un proceso aún más profundo: la defensa que los gobiernos interponen ante las tendencias fuertemente recesivas de la economía mundial en las últimas décadas, proceso a medias escondido por la emergencia de China. La inflación argentina, sin embargo, es del segundo tipo.
La Argentina es un país quebrado que no ofrece ningún negocio rentable fuera de la producción agraria y, cuando el mercado mundial lo permite, la explotación de petróleo y gas no convencionales (Vaca Muerta). Fuera de eso, algún que otro “unicornio” y alguna empresa particularmente exitosa (Arcor, Techint). El resto es chatarra, negocio(ado) protegido y “club de la obra pública”.
Es claro como el agua clara que con eso no se sostiene un país de 50 millones de habitantes, mucho menos uno que alcanzó a tener (y todavía tiene en algún grado) una economía relativamente compleja.
Esa estructura, que carece de capacidad competitiva porque su productividad es inferior a la media mundial, debiera desaparecer. Si tal cosa sucediera, no habría necesidad de subsidiarla, se acabaría el déficit del Estado y cesaría la “maldad” de la emisión. Obviamente, debiera desaparecer toda la población argentina que vive de esa estructura. De ese modo, las cuentas cerrarían, dejando fuera solo un pequeño “detalle”: que, con las cuentas, cerraría también toda la economía argentina. Va de suyo que antes de llegar a ese punto ya se habría producido una explosión social, y no solo como resultado de proletarios enojados. La inflación argentina, entonces, es la expresión fenoménica de esta incapacidad competitiva de la economía argentina.
Salidas falsas. Se puede “dolarizar”, en forma directa o bajo cualquier otro criterio similar, pero la respuesta más probable de todos aquellos responsables por gobernar, sin plata, un país en descomposición acelerada, sería “inventar” dinero, es decir, cuasi monedas. Ya lo vimos bajo la Convertibilidad. Obviamente, se puede pensar en la salida a la “ecuatoriana”, que desde que adoptó la dolarización ya expulsó a un millón de ecuatorianos. Dado que la Argentina tiene tres veces más población que Ecuador, calcule el lector a cuántos hay que echar… Pero ninguna de las dos “soluciones” tiene más efecto que atacar el fenómeno, pero no su causa.
Lo que este asunto revela es que las consecuencias de concentrar la atención en la inflación son más graves que la inflación misma. Impide ver la naturaleza real de la “enfermedad” argentina. La inflación no se combate restringiendo la emisión de moneda. Así solo se genera recesión tras recesión. Para bajar sostenidamente los precios del conjunto de la economía, para bajar su nivel de precios, para frenar la dinámica que eleva sistemáticamente ese nivel, hacer más “barata” a la Argentina, tampoco sirve con devaluar. Así solo se consiguen expansiones temporarias, el tiempo que dura la protección implícita de la mejora del tipo de cambio. Tampoco sirve, como durante la Convertibilidad o el macrismo, pisar los precios mediante una paridad falsa, sostenida por el endeudamiento y las privatizaciones, o por la vía de apropiar una renta ficticia mediante retenciones, que alimentan la economía durante el período que duren los buenos precios de los commodities. Todo eso, incluso cuando pueda producir algunas mejoras en la competitividad, solo roza la superficie del problema.
Producción. Para atacar el núcleo del drama argentino, las camisas tienen que ser más baratas. Los zapatos, la energía, el transporte, las máquinas herramientas, es decir, todo lo que se produce en el país o se importa para producir, tiene que ser más barato. Eso frena la dinámica que eleva el nivel de precios argentinos en forma permanente para su propia población, hace descender el piso del nivel de precios y alinea al país con la competitividad mundial. Por ende, con la inflación mundial, es decir, con aquella que se produce por razones que aquí no nos interesa, porque nuestra inflación es la expresión, otra vez, el modo de mostrarse, fenoménicamente, de un problema específicamente argentino. Sin alcanzar economías de escala, niveles de productividad y competitividad creciente, es decir, sin bajar la cantidad de trabajo incorporado a cada mercancía por cada trabajador, directa o indirectamente, la Argentina seguirá siendo una rareza en el mercado mundial, seguirá mostrando una trayectoria divergente. Tan divergente como la del barco que se hunde mientras el resto de la flota se mantiene más o menos a buen recaudo, o incluso algunas naves surcan el bravío mar de la economía mundial con buen ritmo.
El problema de la Argentina, hasta cierto punto, un niño prodigio que envejeció muy mal y hoy es ejemplo de adónde lleva una mala vida, está en la producción, en el “prodi” de ese juego de palabras que ilustra el título de esta nota. Contrariamente a los encandilados por el “fenómeno”, los futuros conductores de este barco en tal mal estado debieran desafiar el consenso liberal que tiende a imponerse de cara al 2023. Solo un Estado productivo, interventor, planificador, puede sacarlo a flote. La experiencia de las economías más exitosas del último medio siglo (China, Japón, Corea del Sur), lo demuestra.
*Historiador. Miembro de la dirección del partido Vía Socialista.