OPINIóN
Tercer domingo de octubre

Las madres no mueren del todo

Aun para quienes ya la perdieron, hoy es el día de la madre. Todos tuvimos una. Las madres tienen también ese don de sobrevivir a su propia desaparición física. En palabras, recuerdos, sueños, consejos y sabores, siguen latiendo en viva compañía.

Madre
Madre | Freepik

Corría el año 69, y mientras el primer hombre pisaba la superficie lunar, yo flotaba plácidamente en el líquido amniótico dentro del vientre de mi madre. Y me parió el 5 de diciembre, un mes antes de lo previsto; tal vez por la ansiedad de tenerme en sus brazos. Soy ochomesino, inacabado e imperfecto. Y el tiempo fue pasando, como es su costumbre. 

Hoy me parece mentira que mi madre ya no esté del todo aquí; sí, eso dije, o mejor dicho escribí: me parece mentira que mi madre ya no esté del todo aquí. Porque aunque mi psicoanalista se haga un festín con esta idea: yo siento que no está muerta del todo.

Cada tanto nos encontramos en algún rincón del extraño mundo onírico donde podemos compartir lo que la maldita vigilia nos impide. Sin ir más lejos, anoche soñé con ella. 

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Soñé que la acompañaba por un dificultoso camino de piedras; iba lenta, con sus achaques versión final de su tránsito por la tierra. En el sueño, como en la vida terrenal, yo intentaba protegerla para que no se cayera, evitarle un nuevo sufrir; como si eso hubiese dependido de mí… En un momento, como Simón de Cirene con la cruz de Jesús por el camino del Calvario, la alcé para aliviarle el fatigoso andar; y puedo asegurar que sentí su peso, el peso de sus dolencias humanas. 

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Desperté, salté de la cama, y enseguida me puse a escribir lo soñado con la firme intención de no seguir perdiéndola, para retenerla también en este escrito como un documento, testimonio de su existencia. 

Las madres no mueren del todo. Mi mamá aparece cada tanto en los recuerdos, en los sueños, en los diálogos familiares, en fotos y videos, en sensaciones tan diversas y condimentadas como sus comidas. Es una ausencia presente en algunas palabras, en sentencias y frases donde puedo seguir dialogando (y discutiendo) con ella. Voy distraído por la vida, y de pronto me abraza el olor de su pastel de papas, de sus empanadas o tucos que nadie pudo ni podrá imitar.  

Sí, las madres no mueren del todo. Pero aún así, extraño a mi mamá; extraño su presencia en este plano, el de los abrazos, el de los domingos de asado, mates y truco. 

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Sí, extraño la palabra “hijo” vestida con la magia de su voz. Extraño su risa infantil. Incluso extraño sus enojos y arrebatos. Un día pandémico le tocó partir, porque así de trágica es la condición del ser vivo. Pero a diferencia de otros mortales, una madre no muere del todo, deja sus huellas, sus enseñanzas, su testimonio, y por sobre todo, deja a los seres paridos como signo fundamental de su esperanza en la creación y el amor por la vida.