OPINIóN
Cambios relevantes

¿Lenguaje inclusivo o semiótica totalitaria?

El “TODES”, en nuestra lengua castellana, supone la destitución de la diferencia sexual, y, con ella, de la femineidad en tanto tal, en pos de una expresión que pretende unificar los sexos hasta hacerlos indiferenciables.

La UNS aprobó el uso del lenguaje inclusivo
| UNS

Desde hace un tiempo relativamente breve asistimos al avance de las llamadas políticas de género. Su avance en el poder político así como en gran parte de la conciencia social trajo aparejados cambios relevantes en leyes, aspectos pedagógicos, hábitos sociales, conductas eróticas, etc.

De hecho, hoy en día, su defensa es claramente un signo inequívoco de lo políticamente correcto. Ha hecho pie fundamentalmente a través de diversos movimientos feministas. La paradoja es la siguiente. La legítima búsqueda de las mujeres de una vida más digna y protagónica, de larga y honrosa historia, así como el reclamo genuino ante situaciones de opresión y violencia padecidas desde hace milenios, quedan subsumidos, en muchos casos, por ideologías que en su búsqueda frenética por romper el binarismo sexual, terminan desconociendo la propia esencia particular de lo femenino.

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Porque una cosa, y muy valiosa por cierto, es defender la libertad de vivir la sexualidad tal como a cada quien le parezca. Pero otra, muy distinta, es repudiar la diferencia sexual binaria, y, con ella, la particular valoración de la condición femenina, inherente al enigma mismo de la vida y de la muerte.

Un exponente simbólico de la disolución de lo femenino promovida por esta tendencia, nada desdeñable por cierto, es el llamado lenguaje inclusivo. El “TODES”, en nuestra lengua castellana, supone la destitución de la diferencia sexual, y, con ella, de la femineidad en tanto tal, en pos de una expresión que pretende unificar los sexos hasta hacerlos indiferenciables. En nuestro lenguaje, el modo de significar que los sexos no son indistinguibles (ni complementarios) tiene lugar a través de la asunción representativa de lo masculino, que ve acotada su hegemonía por la presencia de la declinación femenina que opera como sustracción. La unicidad (“TODES”) o la complementariedad (el mito de la naranja que surge como reunión de las dos mitades, “TODOS y TODAS”) son dos modos de negar lo imposible del encuentro acabado y total entre los sexos.

La persistencia en la ilusión de la reunificación entre los sexos es correlativa a las fantasías megalómanas de eternidad. Porque es la diferencia irreductible entre los sexos la herida existencial que cuestiona radicalmente la omnipotencia del narcisismo facilitando así el acceso a la asunción de la finitud. Es lo que en psicoanálisis se denomina castración: la ética de asumir el no-todo, la interdicción de los afanes fusionales y simbióticos de toda índole, y, en última instancia, la inquietante y fecunda libertad que promueve la aceptación  del destino de muerte.

Apuntes sobre el lenguaje inclusivo

Vayamos al lenguaje de signo patriarcal. El “TODOS”, incapaz de subsumir a la mujer en el lenguaje debido a que la declinación femenina persiste como tal, deja en evidencia, a la par que la categoría sexual masculina adopta una función de vanguardia, la imposibilidad de encasillar lo femenino que escapa a su afán de nominación. Si en el lenguaje patriarcal la mujer deja testimonio de su presencia sustrayéndose a la hegemonía masculina, en el “TODES” queda desaparecida detrás de una expresión que, al disolver la diferencia, promueve la unicidad.

El “TODES” realiza los atávicos sueños de una masculinidad opresiva, promoviendo un lenguaje que deja de testimoniar acerca de la imposibilidad de significar el mundo sin resto. Sustrae al lenguaje su condición humana más esencial: la de ser una manifestación de la imposibilidad de significarlo todo. Cuando se cae en la pretensión de que el lenguaje todo lo abarque, la única inclusión que se logra es la que acontece en los campos de concentración, donde todas las diferencias son borradas en pos de un número (al fin la matemática, la cifra, logra lo que el lenguaje nominal resiste). El “TODES” tiene la pretensión del número. Hacer del significante signo, semiótica totalitaria, es decir, pretender significar la totalidad arrasando con las diferencias. Implica, en términos de opresión, un incremento cualitativo respecto del machismo. Supone, podríamos decir, el develamiento y la exaltación del núcleo vero del lado más oscuro del patriarcado: la pretensión totalitaria.

La grieta del lenguaje inclusivo

La pérdida de registro de la diferencia sexual genera como efecto la proliferación infinita de la diversidad. Estamos en el mundo de lo diverso. Sólo que esta diversidad está construida sobre los escombros de la diferencia, constituye una parodia respecto de la diversidad que podría surgir sobre los cimientos de la diferencia reconocida. Así, asistimos a procesos de masificación y de indistinción creciente. Somos “TODES” tan diversos que cada vez somos más parecidos. Si el lenguaje no puede nominar la diferencia en un significante, peor para el significante. Diluimos la diferencia y transformamos el significante en signo. Así, creamos un lenguaje de cifras, cosificamos lo humano y matematizamos la existencia. Perdemos el significante en tanto tal, es decir, la dimensión del lenguaje que inscribe la imposibilidad de la significación absoluta. Eclipse de la libertad.

No hay significante que pueda significar la diferencia sexual sin resto. Esta posibilidad sólo está abierta al signo o a la cifra. La expresión “TODES” es concentracionaria, presume de una nominación acabada que incluye sin equívoco, resto ni diferencia. En sentido contrario, la palabra “todos” incluye sin nominar la totalidad. Al decir “TODOS”, sabemos que incluye a las mujeres, sólo que el género rector, el masculino, por tratarse de un sistema patriarcal, asume la representación desde su égida. De ser un sistema matriarcal, quizás podría ser “TODAS” la expresión que sobreentendiera la presencia de lo masculino sin ser nominado en tanto tal. Sería infinitamente más auspicioso que el “TODES”. Es más, sería quizás expresión de un orden social donde las mujeres tuvieran un protagonismo desde el cuál podríamos probablemente vivir una sociabilidad que atemperara la tendencia hacia la violencia tan propia de los hombres.

 

lenguaje inclusivo
Lenguaje inclusivo: Somos “TODES” tan diversos que cada vez somos más parecidos.

 

Lo imposible de significar es lo que abre el espacio de la libertad y de la ética. Y lo imposible de significar en tanto tal, se hace patente, tiene su raíz, en la diferencia sexual irreductible, que es, podríamos decir así, la diferencia por antonomasia ¿Por qué? Porque está íntimamente ligada a la reproducción de la especie y por lo tanto a la muerte. Sexualidad y muerte, puntos ciegos para la significación que encuentran su modo de expresión, es decir, su manera de hacer valer su dimensión irreductible al sentido, en torno a la diferencia entre los sexos. Los sexos muestran límites infranqueables de uno en relación al otro. Su diferencia tiene un estatuto ontológico que la cultura sólo podrá desconocer al precio de ocluir la libertad. Es en torno al espacio indescifrable que habita la no significación de la diferencia sexual que fecunda la creatividad y la diversidad verdaderamente plural. La diversidad que desconoce la diferencia es un polimorfismo vacuo que promueve entes fetichísticos de apetencia totalitaria.

Y, al final, ¿qué onda el lenguaje inclusivo?

Las consecuencias del avance (en las distintas dimensiones de lo social) de la concepción hegemónica de género en detrimento de la diferencia sexual, no han tardado en hacerse notar. En coherencia con la entraña totalitaria que la anima, la concepción “inclusiva” ha generado: endurecimiento del aparato represivo, oficinas administrativas que sancionan expresiones consideradas discriminatorias acotando así las posibilidades de opinión, censura de expresiones artísticas varias, entre otras lindezas. Cuando el Estado, y nosotros mismos, nos convertimos en agentes de censura explícita o tácita, dirimiendo acerca de qué película es conveniente ver o no, qué canciones se pueden escuchar, qué libros conviene leer, de qué podemos reírnos, o qué expresiones verbales pueden usarse, estamos en una senda muy riesgosa. Habrá seguramente expresiones de mejor o peor gusto, manifestaciones más o menos adecuadas e incluso muchas de dudoso valor moral, pero constituirnos en una policía del pensamiento, con toda certeza, no nos llevará a buen puerto.

Una parte del feminismo quedó captado por la hegemonía generista. Quedó presa de la lógica machista que pretende repudiar. Basta ver las formas de prepotente virilidad que sus portavoces asumen en sus gestos y prácticas. Se embarcó en una visión unisex que, renegando de la diferencia sexual, hace alarde exhibicionista de una diversidad errática que, embriagada de narcisismo, tarde o temprano buscará un Amo ante quien inclinarse.