OPINIóN
Columna de la USAL

Yo no puedo cambiar al mundo, pero puedo cambiar el mundo en mí

Quizá sea este tiempo de Pesaj o Pascua el óptimo para detenernos una vez más a reflexionar. Nuestra sociedad tenía ya muchos pendientes antes de la llegada del Covid-19.

Felicidad
Felicidad | Jill Wellington / Pixabay

Hace poco más de un año, la pandemia del coronavirus alcanzó a la Argentina. Desde entonces, miles de compatriotas fallecieron aislados y sin el consuelo de sus seres queridos. Muchos han requerido de asistencia psicológica ante la depresión y la soledad. Otros han perdido su fuente de ingresos. Hay ancianos que llevan demasiado tiempo sin abrazar a sus nietos, espacios emblemáticos que cierran sus puertas. Definitivamente, el virus nos ha golpeado a todos, hayamos padecido o no la enfermedad. Quizá sea este tiempo de Pesaj o Pascua el óptimo para detenernos una vez más a reflexionar. ¿Qué estamos haciendo para afrontar la situación? Lo que pasa en el mundo hoy no es nuevo. Siempre hubo pestes; simplemente nos tocó a nosotros vivir esta en un momento dificilísimo como país. Nuestra sociedad tenía ya muchos pendientes antes de la llegada del Covid-19.

Desde la antigüedad clásica, la peste es en las obras literarias y en el arte un símbolo de todo aquello que está mal en un grupo humano y que urge ser resuelto. En la Tebas del Edipo rey, en la Florencia del Decamerón o en la Orán de La Peste, así funciona la metáfora. La epidemia, por su parte, expone lo peor y lo mejor de las sociedades: por un lado, el egoísmo y el cinismo, por el otro, la generosidad y el compromiso.

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Ante la confusión, la tentación de rendirse al miedo es fuerte. Uno piensa que todas las transformaciones deben venir desde arriba: ¿qué puedo hacer yo? La línea de una vieja canción de la banda irlandesa U2, brinda una incipiente respuesta: “Yo no puedo cambiar al mundo, pero puedo cambiar el mundo en mí”. La capacidad de resiliencia del ser humano es enorme aunque no absoluta. El único modo de sobrevivir a la crisis actual requiere del despertar de la conciencia civil y de que hagamos a un lado los egos e intereses particulares, la constante disputa por todo y, muy especialmente, el desentendimiento. Porque hay algo mucho más urgente que todas estas cosas. Solo actuando en conjunto, como individuos que se unen por el bien común, podremos salir adelante, con un objetivo a largo plazo. Mientras tanto, que las autoridades hagan su trabajo.

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Es cierto, hay superestructuras que nos exceden. Hay intereses comerciales, políticos, geopolíticos. Hay países que acaparan vacunas, gente que aprovecha para lograr sus objetivos a costa de los demás. Pero todo eso al virus le importa poco y nada. Su accionar implacable avanza con cada persona que pasa por encima de las normas, que no cuida a quienes la rodean, que no se toma en serio los protocolos, que aprovecha a vacunarse sabiendo que otro ser humano necesita la vacuna con más urgencia: enfermos de cáncer, discapacitados, ancianos, personal de salud y de seguridad, docentes que están frente a uno o varios cursos, trabajadores de riesgo. Podemos y debemos comprometernos desde lo individual, porque es preciso entender que en esto y en muchas otras cosas, nadie va a salvarse solo. Parece una paradoja, pero así es. El cambio empieza desde cada uno, no desde arriba. El virus de la peste, material y moral, se hace más fuerte gracias a los que desde la inconciencia, el cinismo, la crueldad o la indiferencia, creen que a ellos no les va a tocar.

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La educación desde una vuelta al humanismo debería ser la base de este y de cualquier cambio profundo. Formar desde el pensamiento crítico y la conciencia. Conocer a la naturaleza y respetarla. Dejar de lado el consumismo destructivo del medio ambiente y de las personas. Entender y asumir realmente la pluralidad, la otredad. Es fácil decirlo, es cierto, en cambio hacerlo requiere de agallas, de hacerse cargo y vivir dando el ejemplo. Este cambio implica una contracultura, el abandono de la dinámica que nos ha llevado a olvidar el propósito de la existencia humana y de las sociedades. Se trata de una emergencia y debemos empezar ya y sin excusas. Porque, insisto, el tiempo se está agotando. ¡Felices Pascuas!


* Mercedes Giuffré. Escritora y docente. Dicta la materia de Taller de Escritura, en la Escuela de Letras de la Facultad de Filosofía, Letras y Estudios Orientales de la USAL.