OPINIóN
Grieta

No le creo ni a Cristina ni a Macri

Nos vendría bien que Macri y Cristina, por ejemplo, reeditaran el gesto de los dos expresidentes uruguayos, Mujica y Sanguinetti, que se abrazaron luego de una rivalidad sostenida por muchos años. Un gesto que sirviera para construir.

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Mauricio Macri junto a Cristina Fernández de Kirchner. | Cedoc

Este lunes, Cristina Kirchner publicó una carta abierta. Esto a esta altura lo saben todos; un gesto como este, de quien supo ser una presidenta visible y hoy es una vicepresidenta (casi) invisible no puede menos que sacudir la política nacional. Cristina escribió una carta en la que se mezclan lo personal y lo político (¿cómo podría ser de otra manera en su caso?) que empieza mencionando el décimo aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, y habla de la experiencia personal, para terminar llegando a las elucubraciones políticas.

Sin embargo, la propia Cristina dice que “la Argentina es ese extraño lugar donde mueren todas las teorías”. Y así y todo cierra su carta llamando a un gran acuerdo nacional, con “todos los sectores” de la sociedad y la política, para combatir el “problema más grave del país”, que es, de acuerdo a su análisis, la economía bimonetaria. El diagnóstico podría ser dudoso, pero no así la solución. Hace rato que necesitamos un gran acuerdo.

Cristina dice que "la Argentina es ese extraño lugar donde mueren todas las teorías"

Nos vendría bien que Macri y Cristina, por ejemplo, reeditaran el gesto de los dos expresidentes uruguayos, Mujica y Sanguinetti, que se abrazaron luego de una rivalidad sostenida por muchos años. Un gesto que sirviera para construir. Es hora de que Cristina se dedique a cumplir su función de vicepresidenta y Macri la de jefe de la oposición que estimule un recambio en su espacio y llame al diálogo. Mientras tanto, Alberto debe llevar las riendas, gobernar, convocar en nombre del peronismo y plantear entre todos los partidos una agenda común urgente para sacar al país adelante.

Es necesario, sí. Pero también es muy improbable. Hay desconfianza, y el país no está realmente maduro para sentarse a una mesa y hablar de desarmar kioscos y feudos; los sindicatos, la justicia, los medios de comunicación. Todas las cartas que hoy deberían ponerse sobre esa mesa. Hoy parece una utopía, porque sigue siendo redituable, incluso en este contexto, jugar a la rivalidad y a la grieta.

Hay desconfianza y el país no está maduro para sentarse a la mesa

En cuanto a Cristina Kirchner, puede haber un cambio en las formas, pero en el fondo sigue siendo una sofista. ¿A qué me refiero? Los sofistas eran los sabios de la Antigua Grecia que vivían de “enseñar sabiduría”. Principalmente enseñaban retórica, o sea el arte de hablar bien, y erística, el arte de persuadir y convencer; ambas disciplinas fundamentales para la política. Pero con la aparición en escena de Sócrates, que no los quería mucho, estos antiguos filósofos perdieron su prestigio para siempre. A partir de entonces, la palabra “sofista” se usa en sentido peyorativo para referirse a las personas que usan una retórica vacía para tratar de convencer, valiéndose de “sofismas”, o sea argumentos falaces pero que parecen verdaderos.

Algo de esta definición resuena cuando uno lee a Cristina Kirchner. Tampoco es que resulte descabellado comparar con los sabios griegos a quien supo ser una “arquitecta egipcia”. Hoy Cristina con su carta pretende volver a dar cátedra de política, aunque a nivel retórico su discurso sigue estando lleno de sofismas. Basta con ver las frases y los extractos de la carta que hoy colman los medios. Los sofismas se caracterizan por sonar bien en los papeles pero por no demostrar realmente nada. Puros juegos retóricos, palabras trucadas.

Del otro lado, Alberto Fernández tiene que justificar la carta de la líder política:   "Yo leí la carta de Cristina Fernández y me gustó, la sentí como un gesto de respaldo; contrariamente a lo que muchos creen, ella ha sido muy generosa conmigo en sus consejos y así la valoré". Y aún más: "El tema central es que hay sectores de la sociedad argentina que no soportan que el Gobierno sea peronista; no sé cómo pueden deducir las cosas que deducen de la carta, que muestra un fuerte compromiso de parte de Cristina”. Afirmaciones en las que se intuyen aun más sofismas que en la propia carta.

Cabe preguntarse para quién, después de todo, sirve la puesta en escena. Los fans de la ex presidenta van a hablar de la carta como un triunfo. Pero los que desconfían de ella desde hace rato no van a cambiar de opinión por más fluida que sea su retórica. Al contrario. Para seducirlos, haría falta que Cristina hiciera una autocrítica de la que no es capaz. O sea, que dejara de ser Cristina. Mucho menos cabe esperar que acepte los hechos de corrupción de los que es directa o indirectamente responsable. En resumen, la retórica fue muy linda, muy elaborada, pero me atrevo a decir que ni un voto cambió a partir de esta entrevista.

Los sofistas griegos desaparecieron del mapa cuando Sócrates desarrolló un nuevo método, la mayéutica, basado en el diálogo, en el que los estudiantes debían descubrir las verdades por sí mismos, sin que el profesor les dijera qué pensar. Es el mismo cambio de rumbo que necesita la Argentina ahora. Y es un cambio que deberá excluir a esos sectores con los que -como ya quedó demostrado muchas veces- es imposible dialogar.

¨El diálogo construye y la coincidencia levanta, así el porvenir se afirma.“  Ricardo Balbín