Al igual que cuando ganó las elecciones presidenciales Mauricio Macri, Alberto Fernández hereda una bomba de tiempo que tiene que desactivar antes de que le explote en la cara. Desde lo inmediato parece una tarea hercúlea: la economía atraviesa una profunda recesión que paralizó la actividad, la inflación no da tregua y la presión que sufre el peso está contenida por un cepo cada vez más asfixiante. Igual no sabemos si alcanzan las reservas del Banco Central para llegar al 10 de diciembre.
Peor aún, sufrimos un potente crecimiento de la pobreza y el desempleo y una fuerte pérdida de poder adquisitivo debido al crecimiento de los salarios por debajo de la inflación, haciendo muy difícil que se reactive el consumo, que representa unos dos tercios del PBI. Ni que hablar del peso de la deuda externa y su costo de financiación, y el hecho de que el mayor acreedor de la Argentina sea ni más ni menos que el Fondo Monetario Internacional. Además tenemos la creciente tensión regional con estallidos sociales de Chile a Ecuador (y no nos olvidemos de Europa), que de cierta manera representan el hartazgo social con el capitalismo occidental hegemónico desde la caída del Muro de Berlín. Es realmente un cocktail explosivo.
Aún así, con todas esas en contra, la Argentina enfrenta nuevamente una oportunidad histórica de generar crecimiento económico y social que permita reducir agresivamente la pobreza y apostar por ese futuro próspero tan esquivo. Desde lo más básico, Argentina tiene la materia prima que necesita para triunfar: una población más o menos numerosa con un alto nivel educativo y un territorio extenso, rico en recursos naturales y con acceso al mar.
Quiénes integran el equipo que liderará la transición
En otras palabras, los obstáculos más difíciles que enfrentamos son más que nada organizativos: nos faltan fuertes inversiones para desarrollar infraestructura, modernizar nuestra matriz industrial, y generar productividad que derive en ventajas competitivas. Para eso nos falta la previsibilidad y confianza que generan las reglas de juego claras y la continuidad de políticas de estado coherentes. Esto último tiene que ver con variables culturales arraigadas en la sociedad que desde la política se podrían empezar a corregir en el cortísimo plazo.
¿Es peor el país que recibe Alberto Fernández que el que recibió Macri en el 2015? En varios puntos de análisis sí, ya que no solo estamos en el medio de una fuerte recesión con altísima inflación y más pobreza, sino que además contrajimos una enorme deuda en dólares y volvimos al cepo. Aunque terminamos “perdiendo” cuatro años—y muchos dólares—en muchos frentes, los primeros meses de la gestión macrista demuestran que muchos problemas que parecían imposible de resolver—por ejemplo, los holdouts—solo requerían algo de voluntad política y apoyo popular.
A la presencia de Sergio Massa en Davos con Macri en enero del 2015, cuando el flamante presidente se presentaba como el “domador del populismo”, la siguió un apoyo legislativo importante por parte del Frente Renovador y el Peronismo no-K en el Congreso (¿se acuerdan cuando Diego Bossio dejó el bloque Kirchnerista?). Levantar la Ley Cerrojo y el pago a los fondos buitres, aprobar el blanqueo de capitales, la creación de la figura del arrepentido, el Presupuesto de 2017, y la lista sigue.
Los desafíos económicos que deberá afrontar Alberto Fernández desde el 10 de diciembre
Fueron las elecciones legislativas del 2017 donde se empezó a ver el comienzo del fin del sueño M, cuando Federico Sturzenegger pisó el dólar para bajar la inflación y ganar las elecciones mientras que el déficit total creció de 5,9% a 6,1% del PBI, debido al incremento real de las prestaciones sociales y los intereses de la deuda.
Más allá de la profunda impericia en el manejo de la economía, con su pico en la fatídica conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017 donde Marcos Peña “adoctrinó” a Sturzenegger y dilapidó la credibilidad del Central, a Cambiemos le faltó el apoyo político y social que creyó haberse ganado en las elecciones de ese año para pasar reformas clave para el país como la laboral y la tributaria, mientras que la violencia callejera de la reforma previsional desnudó la falta de consenso con la que contaba Macri.
Aunque el país está estallado, Alberto asumirá con algunas variables macroeconómicas más ordenadas que Macri. La reducción del déficit primario y el superávit comercial son muy importantes, como también la reducción de subsidios y el sinceramiento de tarifas. Tendrá un dólar competitivo y gran parte del ajuste ya encaminado, aunque esto último sea más una consecuencia de lo que licuó la inflación que las políticas de Macri.
Qué dijo la prensa extranjera sobre la victoria electoral del kircherismo
La Argentina se integró a la comunidad internacional y cuenta con el apoyo de los EE.UU. de Donald Trump, mientras que el FMI de Kristalina Georgieva sabe que se juega la reputación con nosotros. Pero lo más importante con lo que puede llegar a contar Alberto es con una oposición racional. Al igual que en los primeros años de Cambiemos, si Juntos por el Cambio perdurara y (con Macri como líder espiritual) apoyara al Frente de Todos legislativamente, dando los debates que se tengan que dar, entonces es posible imaginar la resolución de varios problemas urgentes.
Obviamente una renegociación de deuda como la que necesita el país no es nada simple, como tampoco lo son las reformas estructurales ni la generación de un verdadero pacto social. Si un Alberto “moderado” encontrara una oposición coherente, entonces quizás el verdadero legado de Macri no haya sido su presidencia sino la construcción de una democracia funcional.
El tono de los discursos de Axel Kicillof y Alberto fueron aguerridos, pero es lógico en un momento de desahogo. El desayuno entre Macri y el presidente electo es una buena señal de que, con la campaña terminada, busquen dejar atrás la grieta y apostar por la República. Es posible que haya luz al final del túnel, aunque tampoco sería la primera vez que nos desilusionemos.
AF/MC/FF