Hace unos días recordaba la película Bailarina en la oscuridad. No apareció en mi memoria por ser para mí buena o mala, ni por su cantidad de premios y nominaciones, o por el talento de Björk ni el de Lars von Trier, sino porque hay algo que fue más potente que la propia obra. La relación entre el director y su protagonista puso hace más de veinte años en debate las formas en las que se puede sacar lo mejor de un/a artista, algo que puede ser trasladado a todos los ámbitos de la vida.
El mundo está lleno de maestros/as, directores/as, jefes/as o líderes que han hecho del maltrato uno de los componentes primarios de sus métodos. Algo que, curiosamente o no tanto, muchas veces es destacado por quienes reciben esa manera de educar o guiar como algo que sirvió para moldear personalidades, personajes o políticas de manera positiva.
En el caso de la película del año 2000, la cantante islandesa denunció presión psicológica, a la que años después se sumó la acusación de acoso sexual, lo que agravó algo que ya era repudiable.
Es interesante que Catherine Deneuve, compañera de elenco de Björk, dijera entonces (sin todavía saber lo que la intérprete y compositora agregó años después): “Es muy perverso darle tanta atención a lo que pasa entre bambalinas. No hay película que no tenga sus problemas; y mientras más intensa es, más son las dificultades” y al mismo tiempo contara que pasó Año Nuevo en Reykjavik con ella tratando de “ayudarla, de protegerla. Es demasiado vulnerable; por eso le resultó tan difícil el trabajo y por eso tuvo conflictos con Lars, porque para ella todo era muy doloroso”. Habría que ver qué piensa ahora, pero lo dicho en su momento nos lleva a pensar que para la artista francesa no es que el realizador danés era un maltratador, sino que la cantante era por demás sensible.
Como mencionaba más arriba, el mundo está lleno de gente que lidera elencos, grupos o gobiernos que creen que la rabia es componente necesario para sacar adelante lo mejor de alguien o de situaciones complejas. Que eso cuente con el aval de algunas personas o personalidades no le da mayor eficacia al método ni lo transforma en verdad. En política vivimos momentos en que a los mensajes intolerantes se les suman posibles soluciones redactadas con puño de hierro que tienen como imaginario destruir problemas con la velocidad de quien aprieta un gatillo.
Dinamitar todo o casi todo es bastante parecido a querer dinamitar a todos o casi a todos. Se supone que entre los todos o casi todos no están los propios. Entonces, en principio, a los que habría que hacer volar por los aires es a los otros, prescindir del que piensa diferente, del que no me vota o quiere. Claro que cuando esto pasa no se puede ser selectivo y si alguien es autoritario/a el daño se extiende, ahora sí, a todos o casi todos.
¿Lars von Trier hubiera producido un film de igual calidad sin maltratar a su cabeza de elenco? ¿Que alguien deba apelar a recursos o discursos violentos para conseguir sus objetivos habla de un talento o una debilidad del/la líder? En definitiva, ¿qué tan fuertes son los/las líderes “duros/as” si no pueden tomar decisiones convenciendo, sino con TNT y un encendedor?
Como sabemos, para bailar hacen falta dos que estén de acuerdo y para conducir destinos se necesita de todos los consensos posibles.
*Director del Cultural San Martín.