OPINIóN
Polémica

Sarmiento y Mitre contra Roca por la Conquista del Desierto

La estatua en Bariloche volvió a agitar la discusión acerca del lugar de exaltación de Julio Argentino Roca en la hagiografía oficial de la Argentina. Y es curioso: quienes lo defienden alegando que se intenta juzgar el pasado con criterios de hoy ocultan (¿o tal vez ignoran?) los cuestionamientos que recibió en su época por parte de Mitre o Sarmiento.

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La estatua en Bariloche volvió a agitar la discusión. | cedoc

Días atrás, la Municipalidad de Bariloche recibió la formal autorización de la Comisión Nacional de Monumentos para reformar el tradicional Centro Cívico de la ciudad, reforma que incluye retirar del centro de la plaza el monumento ecuestre a Julio Argentino Roca. La noticia, celebrada por organismos de Derechos Humanos y grupos de las comunidades aborígenes, reavivó las discusiones sobre el lugar que ocupa el "prócer" en el imaginario nacional. Diferentes voces volvieron a acusar a quienes conspiran contra su procerato con argumentos que pueden sintetizarse como sigue:

que Roca fue un hacedor fundacional de la Argentina moderna, o más aún "el mejor presidente de la Historia argentina".

que su figura es, injustamente, cuestionada por sectores “ideologizados”, con relatos mentirosos.

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que quienes lo impugnan “miran con la lente del presente hechos del pasado para someterlos a un tribunal ético imaginario”.

que el conglomerado "antirroquista" es encabezado o promovido o bien comenzó con el kirchnerismo, con las organizaciones de Derechos Humanos y/o con cierta izquierda populista.

Anacronismo y relatos

La historia es un campo de batalla. La necesidad de encontrar en el pasado referencias para el presente no es novedosa. Ni ingenua. La discusión filosófica sobre cómo ver el pasado se remonta prácticamente a Grecia: desde entonces, cada gobierno crea relatos para enlazar pasados ilustres con sus propios logros, y los sectores en pugna buscan en tiempos pretéritos antecedentes de lo que combaten o de lo que pregonan. 

Así, y como si la sociedad argentina no tuviera otros problemas que abordar, Julio Argentino Roca reaparece en debates públicos. Como cualquier otra figura del pasado, la de Roca debería ser abordada desde la comprensión contextual y no desde los odios y amores de las disputas del presente. Con sus luces y sombras, lugar común, pero muy descriptivo. Pero cuando a las figuras se las pretende entronizarlas como indiscutibles, nada mejor que contribuir a bajarlas de ese pedestal: es buena receta para madurar como sociedad.

Una forma de hacerlo es revisar qué se les cuestionaba en su propia época, para contribuir a determinar si, de verdad, los cuestionamientos actuales resultan anacrónicos. Y sobre todo para escapar a aquella advertencia de Epicteto: "El error del anciano es que pretende enjuiciar el hoy con el criterio del ayer". Con el mismo énfasis deberíamos evitar el error inverso, enjuiciar el ayer con el criterio del hoy.

La verdad histórica

 Es objeto de debate si puede existir una "verdad histórica" válida para todos. La aspiración de objetividad solo se refiere a los hechos, pero las interpretaciones van a diferir inevitablemente. Lo sensato, en todo caso, es reclamarle a cada "opinador" en temas históricos que explicite desde qué perspectivas emite su juicio.

En las notas más flamígeras –Infobae o La Nación parecen estar enrolados en un “roquismo militante”– se evita casi cualquier mención a lo que se le cuestiona al "prócer": el tratamiento reservado a los pueblos aborígenes derrotados en la Campaña del Desierto; y la forma en que se repartió el enorme territorio conquistado a esos pueblos.

Seguramente habrá quienes detesten a Roca por lo que otras personas consideramos algunos de sus aciertos, como la ley 1.420 que universalizó la educación primaria impidiendo que la Iglesia Católica se inmiscuyera en ella. De hecho, estoy seguro de que la mayoría de quienes le reprochamos esos dos puntos que marqué somos abiertos defensores de la 1.420. Una cosa no quita la otra.

Pero los cuestionamientos a Roca ni son invento kirchnerista ni son nuevos. Como a otras figuras de la historia, se las cuestiona o reivindica desde lugares heterogéneos. Para empezar, no solo conservadores y liberales lo ensalzan. También reivindican a Roca desde el "revisionismo" nacionalista o peronista, como Jorge Abelardo Ramos o más cerca en el tiempo, Pacho O'Donnell, para quien "ojalá tuviéramos un Roca en los días que corren".

Es paradójico, porque se acusa a quienes quieren “cancelar” a Roca (derribar sus monumentos, cambiar su nombre en calles, etc.) de peronistas, kirchneristas, populistas o algo así. Quizás ignoran que el mismísimo Juan Perón, al nacionalizar los ferrocarriles, bautizó con su nombre una de las líneas más importantes: la que atravesaba La Pampa, Neuquén y Río Negro, llegando a Chubut y Santa Cruz. Precisamente los territorios que la "campaña al Desierto" incorporó a la Argentina de entonces.

O Jorge A. Ramos, referencia del revisionismo, para quien Roca es un caudillo liberal nacional (por contraposición a los liberales "antinacionales", como Sarmiento o Mitre) y "que encarnó el progreso histórico", "creó las estructuras modernas del Estado, restableció aranceles proteccionistas e impulsó las grandes obras con las que el país cuenta todavía". (En "Roca como caudillo", en el diario Mayoría, 21 de julio de 1974).

Mitre y Sarmiento contra Roca

Es usual que quienes reivindican a Roca a la vez idolatren a Sarmiento o a Mitre. Pero en el pasado uno de los que cuestionaron la forma en que la campaña roquista masacró a miles de personas fue Sarmiento. Sí, el mismo Sarmiento quien en escritos destiló odio racista a "esos indios asquerosos", ante las noticias de las matanzas de Roca y su ejército, escribió: "Es peor política e inicua además, la que tiene por empresa el exterminio de los indios sin el pretexto de la propia defensa. Son al fin seres humanos, y no hay derecho para negarles la existencia. (...) Aun los maoríes antropófagos de la Nueva Zelandia han sido respetados por la Inglaterra, siempre que permanezcan quietos. Los Estados Unidos dan territorios en propiedad a las tribus que expulsan de sus fronteras, a fin de asegurarles la existencia. La España misma, y la República Argentina hasta ahora poco, han reconocido a los indios su derecho a vivir, conteniéndolos en sus excursiones, y aun dándoles yeguas y ganado para su subsistencia a condición de no repetir sus malones. ¿De dónde ha salido ahora este derecho de exterminio y de persecución de tribus que como las del Sur del río Negro, y las de Limay arriba, no nos habían hecho mal? Pero esta persecución á outrance es además de impolítica y absurda, una flagrante violación de la Constitución (...) es puramente un acto salvaje”. (En El Nacional, 12 de agosto de 1879).

Otro defensor actual de Roca suele ser el diario La Nación. Por eso vale la pena recordar qué decía el diario de Mitre en aquella época: "El regimiento Tres de Línea ha fusilado, encerrados en un corral, a sesenta indios prisioneros, hecho bárbaro y cobarde que avergüenza a la civilización y hace más salvajes que a los indios a las fuerzas que hacen la guerra de tal modo, sin respetar las leyes de humanidad ni las leyes que rigen el acto de guerra”. (La Nación, 17 de noviembre de 1878). Esa matanza fue por orden del comandante Rudecindo Roca –hermano de Julio– en las cercanías de Villa Mercedes, provincia de San Luis. El diario mitrista ironizaba sobre las explicaciones del parte militar: los ranqueles habían sido muertos en un "enfrentamiento". "Cosa rara que cayeran heridos cincuenta indios yendo en disparada y en dispersión. Raro que todos los tiros se aprovecharan matando sin dejar ni un solo herido”. (La Nación, 16 de noviembre de 1878).

Como esclavos

Aunque la Constitución argentina había abolido la esclavitud treinta años antes, los aborígenes capturados fueron distribuidos como mano de obra esclava, enviados a ingenios tucumanos (de allí era Roca y varios de sus "aportantes"), y una cantidad fue conducida a pie durante leguas para luego embarcarlos hacia la isla Martín García, donde una epidemia los liquidó. Una placa en la isla lo recuerda. 

Félix Luna, el historiador y divulgador argentino que con su libro “Soy Roca” inauguró una nueva forma de contar la historia, se refiere a él como fundador del Estado argentino. Es muy citado por los medios del "roquismo militante". Pero –riguroso como era– veamos lo que dice: "En 1879 cientos de indígenas vencidos y despojados de sus tierras habían sido recluidos en la isla Martín García. Luego los hombres fueron repartidos en las estancias a pedido de sus propietarios, en condiciones casi de esclavitud, y las mujeres entregadas por la Sociedad de Beneficencia a las familias pudientes en calidad de trabajadoras domésticas". (La época de Roca 1880-1910, editado por La Nación, 2003. Pág. 85).

Luego, hablando del Chaco, Luna abunda: "La suerte de los indígenas nativos no fue muy distinta de la de los habitantes del sur argentino. Tras algunas expediciones, fueron acorralados y exterminados. Algunos pasaron a integrar la reserva de los ejércitos, otros se plegaron al duro trabajo de los obrajes". (Ídem, pág. 63). 

Ignorar estos hechos es imposible. Cómo se los interpreta, es harina de otro costal. Pero es moralmente condenable evitar hablar de ello o relativizarlo, escondiéndolos debajo de la Ley 1.420 o de los ferrocarriles. 

Lesa humanidad

 Las voces del “roquismo militante” dicen que se pretende juzgar el pasado con ojos de hoy. Pero ¿qué dirán al leer que ya en aquel momento se lo impugnaba en nombre de principios humanitarios? Un editorial de La Nación en 1878 acusaba al Ejército de Roca de hacer la guerra "sin respetar las leyes de la humanidad”. Puede sorprender: el editorialista de La Nación (¿acaso el mismísimo Mitre?) dice: "Tal aseveración es por demás grave, es un crimen de lesa humanidad, es un bofetón a la civilización". De lesa humanidad, dice el diario de Mitre en 1878. 

También los radicales de entonces se expresaron contra Roca en esos aspectos. El senador Aristóbulo del Valle -fundador con Alem, de la UCR- dijo en el Senado: "Las naciones civilizadas conquistan los pueblos salvajes introduciendo la civilización por medios pacíficos, y no usando de las armas, sino cuando es absolutamente indispensable para establecer la civilización". (Diario de Sesiones del Senado, 19 de agosto de 1884). 

Otro fundador de la UCR Mariano Demaría, denunciaba como inhumano el "reparto" de indios en las calles porteñas: "En manera alguna podemos aceptar hechos de esta naturaleza, y que es obligación estricta, imperiosa, de humanidad no permitirlos". (Diario de Sesiones de Diputados, 30 de octubre de 1885).

El reparto de la tierra

Otro aspecto de la impugnación a Roca tiene que ver con lo que hicieron con las tierras arrebatadas a los "salvajes". Alfredo Ebelot acusa a Roca y sus adláteres de no haber aprendido nada de Alejo Peyret, el gran filósofo (hoy casi desconocido) que en el siglo XIX calificó al latifundio como el gran mal a resolver para el futuro de la Argentina. Según Ebelot, pese a haber sido su alumno en el Colegio del Uruguay, Roca fue "incapaz de seguirle el vuelo". Dice: "En el momento decisivo en que les tocó proceder a la repartición de la inmensa extensión de tierra pública conquistada a los indios, nada les pareció más obvio, por egoísmo nato y mediocridad de espíritu, que organizar y consagrar legalmente el fatal régimen de los latifundios". (Alfredo Ebelot, "Introducción" en Alejo Peyret, Discursos, página 10).

Peyret mismo había advertido, en 1875, en una serie de notas en La República, que "lo que debe principalmente evitarse es la constitución de grandes dominios territoriales, de grandes propiedades, que reconcentran la tierra en un reducido número de manos y no permiten el desarrollo de la población".

Sarmiento y el verbo “atalivar”. Los defensores de Roca quizás reconocen que ese reparto fue un error. Pero según Sarmiento, no hubo error: por el contrario, ése fue el plan. “(La Campaña) fue un pretexto para levantar un empréstito enajenando la tierra fiscal a razón de 400 nacionales la legua, a cuya operación, la Nación ha perdido 250 millones de pesos oro ganados por los Atalivas, Goyos y otras estrellas del cielo del presidente Roca. (...) ¿En virtud de qué ley, el general Roca, clandestinamente, sigue enajenando la tierra pública a razón de 400 nacionales la legua que vale 3 mil? (...)  Al paso que vamos, dentro de poco no nos quedará un palmo de tierra en condiciones de dar al inmigrante y nos vemos obligados a expropiar lo que necesitamos, por el doble del valor, a los Atalivas”. (En El Censor, 18 de diciembre de 1885).

Ataliva Roca, mencionado dos veces en ese texto, era hermano de Julio Argentino. Sarmiento denunció que hizo enormes negocios con las tierras arrebatadas a los aborígenes. Al punto que el sanjuanino inventó el verbo "atalivar", para referirse a quienes hacen negocios sus familiares en el gobierno.

Cancelación: de héroes a villanos

Las sociedades pluralistas como la nuestra pueden (y deben) discutir todo. Nada peor que pretender prohibir opiniones, aunque sean odiosas. Pero no creo que Roca esté siendo víctima de algo así. Al contrario: creo que (incluso con las exageraciones del caso) se lo está colocando en un lugar más justo que el que la historiografía tradicional le asignó. Quizás sea hora de que dejemos de necesitar grandes figuras de méritos discutibles, para ser capaces de convivir civilizada, equitativa y pacíficamente. 

Tal vez sea un proceso social análogo al que recorremos individualmente: en la infancia precisamos superhéroes, y a los primeros que colocamos en ese pedestal es a mamá y papá. En la adolescencia empezamos a cuestionarlos, y muchas veces (la mayoría) los convertimos de héroes en villanos: papá, que era Superman, es ahora Lex Luthor. Parece ser algo indispensable para construir nuestra identidad. La madurez sobreviene cuando logramos verlos como personas, con aciertos y errores. Y el balance que hacemos pasa a definir no solo nuestra relación con ellos, sino también muchas veces, cuáles de sus errores evitamos repetir, y cuáles de sus aciertos incorporamos como bagaje principal de nuestras propias vidas.

La cultura de la cancelación es, quizás, la adolescencia de nuestras sociedades, y si es así, para madurar hay que atravesarla, y no aferrarse porfiadamente a los superhéroes de la niñez.

*Licenciado en Filosofía y periodista. Integra la cooperativa periodística y cultural El Miércoles, de Entre Ríos.