Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados, participó de Periodismo Puro, el ciclo de reportajes que conduce Jorge Fontevecchia en Net TV. En uno de los tramos de la nota, el diputado nacional se refirió al vínculo de Mauricio Macri con su hombre de confianza Marcos Peña. "Los dirigentes se dividen en dos grupos, grosso modo: los que se legitiman en el territorio y quiénes cuidan al soberano. Peña es del segundo tipo: cuida bien y le aportó mucho al soberano. Pero cuando un tipo de dirigente así tiene un rol de tanta envergadura, se empieza a desarrollar un gobierno que busca proteger al soberano tanto que llega a aislarse completamente de la gente", analizó.
—Los grupos en el triunfo se pueden poner magnánimos, pero en la derrota se cierran sobre sí mismos. No es original Juntos por el Cambio.
—No, no lo es. Un presidente estadista en el triunfo tiene que ser magnánimo, a partir de que es electo es el presidente de todos. Lo mismo sucede con los gobernadores, con los intendentes. Debe tener ese espíritu y olvidarse de las contiendas anteriores y gobernar para el todo. Es la lógica del manual de la teoría política. Vivimos un momento de gran tensión en la Argentina con esta grieta maldita que es lejana en la historia, pero, para poner un lugar cercano, se tornó muy palpable a partir del intento de poner en marcha la Resolución 125. No pudimos cerrarla. En la grieta no hay espíritu magnánimo. Uno asume la representación de una parte de la sociedad y actúa en consecuencia. Gobierna para un sector y se enfrenta al otro. No existió un espíritu magnánimo. Creo que en el Néstor Kirchner de 2003 hubo ese espíritu magnánimo. Algo que llega hasta Julio Cobos, mirá lo amplio que fue. Esto choca con la idea de la 125: comienza un proceso distinto que sigue hasta la fecha. Cambiemos surge de una coalición electoral amplia que incorpora al radicalismo, a la Coalición Cívica, de la que el PRO es una parte. Asume el Gobierno en 2015, pero no tiene una actitud magnánima. Desde el momento que se asume el Gobierno, comienza un estilo homogeneizado y centralizado, que puede sintetizarse en el concepto de “Marcos es mis ojos, mis oídos”. Todo caía en un dirigente como Marcos Peña, honesto, intelectualmente muy preparado. Pero tiene como perfil ser un funcionario cercano a quién lidera el poder. Los dirigentes se dividen en dos grupos, grosso modo: los que se legitiman en el territorio y quiénes cuidan al soberano. Marcos Peña es del segundo tipo: cuida bien y le aportó mucho al soberano. Pero cuando un tipo de dirigente así tiene un rol de tanta envergadura, se empieza a desarrollar un gobierno que busca proteger al soberano tanto que llega a aislarse completamente de la gente. Dominan la corte y el cortesano, pero con el objetivo de mirar siempre el humor del soberano. La gente que no legitima su poder es porque su perdurabilidad tiene que ver con el humor de ese soberano, no con el de la gente. Este ejercicio casi patológico lleva a pensar y transmitir a tres días de la elecciones que estábamos a dos puntos de ganar. En esto necesariamente tiene que haber una patología. Si estábamos por perder por casi veinte puntos y transmitimos internamente que estábamos para ganar, obviamente que la reacción del rey desnudo del día lunes iba a ser enojarse con la sociedad. Eso sucedió por haber estado mirando cuatro años el espejo que fue el mismo Patio de las Palmeras. Es algo parecido a lo que le pasó a Cristina Kirchner al final, con los aplaudidores. Como vos decías: la sociología demuestra que se es magnánimo cuando uno comienza y después deja de serlo a medida que pasa el poder y va desgastando. Lo de ella es un proceso lógico y termina en el Patio de las Palmeras. Nosotros empezamos y no salimos nunca del Patio de las Palmeras, terminamos con una encuesta diciendo que ganamos. Terminamos un día lunes con el presidente de la Nación disociado del resultado y de la sociedad, al que le que costó unos quince días volver a aceptar la situación. Es un mal de origen y debe hacerse una autocrítica respecto de este esquema. En cambio, quien legitima es mucho más difícil de conducir. Son difíciles de conducir Martín Lousteau, Alfredo Cornejo. También lo es Carlos Melconian. La gente que aporta a un gobierno un activo, cuando ve que su capital político se pone en riesgo, se da vuelta, precisamente porque tiene en cuenta su propia legitimidad. Allí es cuando discute al soberano. Lo hace porque está mirando a la gente. Este gobierno tuvo escasez de dirigentes con legitimidad. Uno fue Rogelio Frigerio y paro de contar. Eso es lo que te termina encerrando en este frasco con el que también conducen la política. Nos manejamos con un mail cuyo título era: “¿Qué estamos diciendo?” para cada tema y nadie se podía mover de ese argumento. Porque el sentido era conformar al soberano y no a la gente.
—Usás el término invertido: se usa la expresión “soberano” para referirse al pueblo, el votante. Vos te referías a la monarquía y su corte.
—Es más eso. Acepto la corrección terminológica.
—¿Culpás a Marcos Peña?
—No.
—Es fácil pegarle a Marcos Peña.
—Los actores del entorno presidencial terminan siendo un fusible. Marcos como jefe de Gabinete, que es una figura híbrida, que no termina de encajar en nuestro sistema porque no termina ni siendo jefe de Ministros ni jefe de Gabinete, termina teniendo un rol de fusible. Por eso se lleva la marca de las críticas. Pero ahí hay un sesgo, un vicio en la gente. Tiene su lógica porque se cuida a la figura presidencial. Pero el responsable es quien conduce, el presidente de la Nación: es el responsable de su gabinete y de la delegación que acabo de describir.
En este link podés leer la entrevista completa de Jorge Fontevecchia a Emilio Monzó
JPA/MC