PERIODISMO PURO
silvio maresca

Silvio Maresca: "El aborto es un crimen políticamente correcto"

El ex director de la Biblioteca Nacional en tiempos de Eduardo Duhalde dice taxativamente que detesta "la corrección política". Desde allí, un poco a la manera de su referente, Friedrich Nietzsche, irá intempestivamente contra el feminismo, el izquierdismo K y el uso de un lenguaje vacío de contenido. Afirma que Trump representa el espíritu del pueblo norteamericano, que Perón tenía un costado liberal y que debe retomarse con mayor profundidad la obra de Karl Marx. Les sugiere a los políticos leer más que los diarios y afirma que Cristina Kirchner no es una intelectual y que su ideología tiene más de barniz que de consistencia.

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Potencia y acto. “Ese nuevo ser que se genera en ese habitáculo que es el vientre materno, como diría Leibniz, es una potencia que, si no hay algún obstáculo que le impida, necesariamente se convertirá en acto”. | Néstor Grassi

—En un artículo que escribiste hace ya casi veinte años dijiste: “Cuando tenía 20 años quería ser Heidegger”. ¿Por qué Martin Heidegger y no otro filósofo?

—En ese momento estaba muy influido por Heidegger. Fue un verdadero maestro, sobre todo en sus cursos, sus lecciones. También estaba muy influido por Immanuel Kant. Algo que sigue hasta hoy. En ese momento, también Edmund Husserl. Más o menos a los 25 años me dejó de interesar.

—¿Hay algo en la relación de Heidegger con el congreso de filosofía de 1949 en el que Juan Perón estableció el texto de “La comunidad organizada” que te acercó?

—No. En esos años, mi interés en la política era superficial. Ese interés siempre se relacionó con la posibilidad de vincular la metafísica, algo del pensamiento metafísico, con la política. La metafísica es el corazón de la filosofía y quizá pudiera volcarse en lo político. Encontré en la doctrina peronista cierta posibilidad de que eso se llevara a cabo. El interés de Perón por la filosofía no era puramente demagógico ni circunstancial. No era un filósofo profesional, pero sí era un pensador que tenía un interés auténtico. Conocía bastante de filosofía política. Es lo que se puede desprender de su trabajo fundamental, en ese sentido La comunidad organizada, aunque sabemos que metió mano en ese texto otra gente.

—¿“La comunidad organizada” es un libro de filosofía?

—Está un poco anticuado en algunos aspectos. Pero creo que sí. Todo argentino interesado por la filosofía debería leer esa obra por lo menos una vez. Sobre todo los peronistas o quienes se dicen peronistas.

—¿Es injusto asociar aquel primer peronismo con algunas ideas del nazismo?

—No es injusto. Más que con el nazismo, con el fascismo. Son muy interesantes las diferencias que establece Hannah Arendt, una de mis pensadoras predilectas, entre fascismo, nacionalsocialismo y bolchevismo.

—¿Cómo sería?

—Ella los vincula mucho. Sostiene que el nazismo permeaba en todos los aspectos de la vida de la sociedad e incluso del individuo. No así el fascismo, donde había un cierto margen en el terreno de la vida privada. Así que ella ahí hace una diferencia. Perón tuvo influencia del fascismo, pero también del liberalismo, cosa poco reconocida y que estudió bien Claudio Chaves, a partir fundamentalmente de la correspondencia de los años 30 de Perón con el coronel José María Sarobe. Te diría que también el socialismo. Pero la doctrina política de Perón tiene cierta originalidad en relación con esas fuentes.

—¿Perón era más metafísico que los liberales y la izquierda más clásica?

—No lo sé. Hubo grandes pensadores liberales que eran metafísicos. Kant, sin ir más lejos. No sé si tanto John Locke, pero Thomas Hobbes, sí.

—El liberalismo del siglo XX es antimetafísico.

—Sí, porque está muy asociado con el neopositivismo y con la filosofía analítica. Y especialmente en el caso de Karl Popper, está asociado a cierta filosofía altamente antimetafísica.

—¿Cuánto un filósofo le puede enseñar a un político hoy, tal como sucedió con Aristóteles y Alejandro Magno, o en la Edad Media con Carlomagno y Alcuino de York? ¿Perón estaba cercano a la idea del rey filósofo?

—Bastante. El modelo de la República de Platón era bastante inspirador para él, salvando las diferencias obvias. Platón se planteó un sistema de castas. Era otro momento. Quizá compartía con Platón cierta desconfianza, cierta prevención respecto de la democracia sin más. Platón era altamente antidemocrático, tomando la democracia de su época, que ni siquiera era la de Pericles porque Platón vivió en el siglo IV y no en el V. Me parece que ambos veían que la democracia liberal, el exceso del democratismo, lleva casi inevitablemente a una anarquía. Perón, como militar, privilegiaba el orden. El proyecto de la comunidad organizada era de orden social. Cada sector tiene una representación hasta cierto punto corporativa. Por eso el peronismo doctrinal fue acusado de corporativismo.

—Djiste que “las fórmulas políticas convencionales no fueron elaboradas con vistas a la particular realidad argentina y funcionan tradicionalmente como anteojeras que estorban la percepción adecuada de nuestros auténticos deseos, necesidades, anhelos, llevándonos por caminos cerrados. Soluciones argentinas para los problemas argentinos, como reclamaba Arturo Jauretche”. ¿Cómo definirías la particularidad de Argentina?

—Sigo pensando exactamente igual. Incluso en el programa Código político en 2014 expresé que la Argentina era un país sin rumbo. No les gustó mucho a Julio Blanck, un gran periodista cuyo fallecimiento lamento mucho, ni a Eduardo Van Der Kooy. Nuestros políticos, nuestra corporación política, trata de aplicar fórmulas que pueden haber tenido algún éxito en otros países, que no se corresponden mucho con los anhelos y deseos de nuestro pueblo. Perón siempre apelaba a la tradición histórica de Argentina, la cultura argentina.

—¿Traer ideas de otros países fue lo que le pasó a Mauricio Macri?

—En parte sí. Además hubo desaciertos e intereses.

—¿El desacierto originario sería pensar que había un solo camino, una fórmula?

—Claro. Esa idea que ahora también se maneja en otro contexto muy diferente sobre la responsabilidad individual, los emprendedores, que cada uno forje su propio camino de éxito...

—La idea de Ann Rand, por ejemplo.

—Sí. Pero no la conozco, no la leí.

—Una idea que tiene algo de nietzscheano también. El empresario es el superhombre e intentar que todos sean empresarios, a través del emprendedurismo.

—Es muy acertado lo que decís. A Friedrich Nietzsche se lo asocia mucho con el nazismo. Nietzsche es el único autor que he leído completamente, quizá me falte algo de su correspondencia. Tiene una orientación política liberal. Y no es en absoluto antijudío ni antisemita. Eso fue toda una historieta. Nuestro pueblo es de tradición católica, muy apegado a lo familiar, a las tradiciones. Eso sigue existiendo fuertemente a pesar de cierta prédica progresista.

—Los funcionarios de los organismos internacionales, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, las Naciones Unidas, dicen que cuando viajan a los países en vías de desarrollo se encuentran con que cada pueblo se considera único. ¿Es una prepotencia de la ciencia creer que hay verdades universales que se pueden aplicar en cualquier parte con el mismo resultado?

—No es un problema solo de la ciencia. A veces pensamos mal la historia. Como si fuera una etapa que sucede a otras. Nos pasó con algo más trivial, quizá, cuando creímos que con el soporte digital desaparecerían los libros. Hay utopías de ese tipo. Pero en la historia las capas coexisten, sobre todo en esta época. El proceso de universalización es norteamericano, pero Norteamérica es espiritualmente europea. Si bien tiene una dominancia importante, no por eso desaparecen otros estratos como los estados, los sentimientos nacionales, la familia, las tradiciones locales. Todo coexiste. Lo cual no quiere decir que todo esté al mismo nivel. Hay elementos dominantes y dominados. Siempre hay relaciones de poder. Pero son niveles que conviven. Y más en nuestra época.

—¿Hay una singularidad particular por sobre la de otras naciones en el caso de Argentina?

—Hay una singularidad particular. No sé si está por encima de las de otras naciones.

“No es que el gobierno se volvió antiperonista después de 2017; es que se volvió cada vez más cerrado.”

—¿Somos más diferentes? ¿únicos?

—No sé. Si uno tomara a Bolivia, por ejemplo, me parece que es una singularidad muy pregnante.

—En “Elogio a la locura”, Erasmo decía que uno de los ejemplos de que la locura era necesaria es que cada habitante de una nación creía que su país era el mejor lugar del mundo.

—Ya no podemos creer eso. Las circunstancias cambiaron por completo. Pero tampoco se puede imponer un modelo antropológico. Hablabas de las recetas de los organismos internacionales. Mi amigo Alberto Buela habla de la metapolítica como las categorías que están por detrás o que sustentan determinadas propuestas políticas. Eso supone individuos racionales, la vieja idea antropológica o antropofilosófica del hombre como animal racional. No sé si en todos los pueblos esto es así. ¿Cuántos argentinos llegaron a la posición cartesiana, lo que define el ser moderno? Ese yo que se pone a sí mismo prescindiendo de todo que se hace carne en René Descartes?

—Jacques Lacan dice: “Cuando no pienso, soy”.

—Sí, pero yo de Lacan no entiendo mucho. Vos entendés mucho más que yo. ¿Cuántos argentinos llegaron a ese vaciamiento del ego que supone la posición cartesiana? Es el momento que están atravesando hoy las mujeres de clases medias y altas en la Argentina. El feminismo para mí es un ejemplo del acceso de cierto grupo de mujeres a la posición cartesiana. Es un vaciamiento del sujeto donde se constituye la ecuación yo igual yo, que después van a tomar Johann Fichte, Friedrich Schelling y Georg Hegel.

Silvio Maresca, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Contradicciones explosivas. “Que se entienda bien, porque no lo digo de manera peyorativa: el paradigma de la época es el travesti, porque es varón y mujer al mismo tiempo”. (Foto: Néstor Grassi)

—La palabra feminismo tiene mucho peso en este momento.

—Sé que es un tema de estricta actualidad.

—Lo expresás siendo agnóstico, además.

—No soy agnóstico.

—¿Sos creyente?

—Tampoco. No me gusta eso de agnóstico. No creo en Dios, en ninguno de los dioses, pero me apasiona la teología. La religión fue dominante durante muchos períodos de la humanidad, no solo en Occidente. Todavía lo es con mucha más fuerza en los países islámicos. No puede ser dejada de lado por los filósofos.

“Hablar de salud pública en el caso del aborto es algo temible; es  un resto del marxismo.”

—¿Estás en contra del aborto?

—No estoy de acuerdo con el aborto. No hablo de la ley de la legalización. No estoy de acuerdo con el aborto; me parece un asesinato. Hace dos años quise escribir “un crimen políticamente correcto”. Es un asesinato por muchas razones. Ante todo ese nuevo ser que se genera en ese habitáculo que es el vientre materno, como diría Leibniz, es una potencia que, si no hay algún obstáculo que le impida, necesariamente se convertirá en acto. Esa es la definición que Leibniz hace de la mera potencia aristotélica. Ya no es mera posibilidad, es fuerza. Sí, es un asesinato. Además, hay otra serie de argumentos absurdos.

—¿Qué diría Juan Perón del aborto?

—No sé, Es muy difícil saberlo. No te olvides de que promovió el divorcio. Pero lo hizo en circunstancias en las que estaba enfrentado con la Iglesia.

—Escribiste que “afectado como cualquier otro por los horrores de la siniestra conflagración que acababa de finalizar (la Segunda Guerra Mundial), Perón advierte la existencia de lo que hoy llamaríamos un profundo malestar en la cultura (europeo-occidental), consecuencia de una forma enajenada de construcción de la modernidad”. Y luego escribiste más adelante que es o era factible una modernidad alternativa que “evitase cometer los errores que llevaron en definitiva a aquella Europa (de la Segunda Guerra Mundial) a devorarse a sí misma para después sumirse en el Nirvana del consumo, sueño idiota del cual no desea despertar”. ¿Hay una idea peronista de la felicidad? ¿Una idea de amor?

—Hay un periodista que me lee. Eso ya me hace feliz. Toda la filosofía occidental hasta Kant tuvo como objeto supremo la ética, que siempre tiene un fundamento metafísico. Siempre buscó como objetivo máximo la felicidad. Por eso Kant critica como hedonista toda la ética occidental. Perón estaba muy inspirado en los modelos griegos y aspiraba a la felicidad. Esa idea está clarísima en Aristóteles.

—¿Aspiraba a la belleza?

—Hay mucho de eso. La felicidad es algo muy difícil de definir, pero ¿quién podría decir que no la busca? Para Aristóteles el objeto de la política era la felicidad del pueblo.

—Era eudemonista.

—Claro. Luego, en Kant aparece la cuestión de que el ejercicio de la virtud no tiene nada que ver con la felicidad. De acuerdo a los postulados de la razón práctica y la religión en términos de la razón, habría una confluencia en una temporalidad infinita entre virtud y felicidad. Tampoco Kant termina de renunciar a eso, y menos aún los poskantianos. Luego los políticos del peronismo repiten aquello de la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Así como se dice “por razones éticas y morales”, y son dos cosas distintas aunque no conocen la diferencia. El párrafo que leíste alude a una idea profunda de Perón, que después no se siguió. La pregunta sería: ¿por qué la modernidad europea terminó en ese desastre? Porque realmente fue un desastre incalculable en todos los sentidos, empezando por el Holocausto, una monstruosidad inconcebible. Además, hubo 70 millones de muertos, 25 millones de rusos muertos. O sea, ruinas. Indescriptible. Perón decía en La comunidad organizada que el gran problema de la modernidad europea fue que el progreso material no fue acompañado del consiguiente progreso ético. Está bien, pero es insuficiente. Tiene que ver con lo que me ocupo desde hace un poco más de veinte años, que es ver cómo se construyó la subjetividad del hombre occidental. Entender cómo está constituida la subjetividad del hombre occidental del presente, porque la filosofía tiene que decir una palabra sobre su época. Todos los filósofos lo han hecho. No nos podemos limitar a hacer historia de la filosofía. Es lo que sucede a partir de Kant y Descartes. A partir del propio Descartes y de ese dualismo alma/cuerpo, de ese centramiento en la mente exclusivamente, de esa idea del mundo como mera representación, que hoy con la pandemia se multiplica. Esa concepción del hombre que se fue imponiendo, como puramente que representa lo real y alejado de lo real, alejado de su cuerpo, alejado de lo inmediato, tiene bastante que ver con la emergencia de los totalitarismos y con las guerras.

—Dijiste: “Hoy se elimina la palabra sexo por género, una manera de sortear la naturaleza. La orientación sexual se constituye en los primeros años de vida y es compulsiva. No hay una libre elección. A partir de Descartes, el hombre queda encerrado en su mente, que maneja el cuerpo como una máquina”.

—Tal cual. Cada vez más.

—¿Qué pensás del feminismo?

—A partir del acceso de la mujer a la modernidad, empiezan a emerger estos argumentos como “yo soy dueña de mi cuerpo”, especialmente en las clases medias y altas. Cuando alguien enuncia eso, ¿dónde sitúa su subjetividad? Obviamente en la mente. Si yo soy dueño de mi cuerpo, ¿dónde está el yo? ¿Ese significante a qué significado remite? A una pura mente. Además, está el hecho del cuerpo como propiedad privada, una cosa que también habría que revisar. Ese tipo de argumentaciones son muy significativas.

—¿Hay algo liberal en el feminismo?

—Claro. Ultra. Ahí entramos en otro tema que es muy difícil de dilucidar, el de la ideología progresista. A mi juicio, se compone de elementos ultraliberales y de los restos del naufragio del marxismo. Esas cosas pueden convivir a partir de Hegel, de la mediación cumplida, de la negatividad absolutamente desplegada, de la modernidad consumada, a partir del fin de la historia, que es todo lo mismo. A partir del momento en que la negatividad se desplegó por completo, las contradicciones pueden convivir perfectamente. Un sujeto puede portar en sí elementos totalmente contradictorios que conviven. ¿Por qué? Porque todo está mediatizado con todo. La negatividad, y de ahí fueron las revoluciones, era efectiva mientras había alguna positividad falsa, insuficiente, por disolver. Pero hoy ya está todo disuelto. Basta leer el comienzo del Manifiesto comunista de Karl Marx, un extraordinario pensador que hasta ahora muy pocos comprendieron. Hay que estudiar bien el primer tomo de El capital, sobre todo, y del Manifiesto comunista, y el manuscrito del 44 sobre el dinero (N de R: El poder del dinero, en Manuscritos económicos y filosóficos). Son textos fundamentales. Al principio del Manifiesto se dice aquello de que todo lo sólido se disuelve en el aire, que es la gran revolución moderna que es el capitalismo. Con Friedrich Engels proponen la revolución proletaria. Marx creía que había una vuelta de negatividad necesaria más, que es la contradicción entre burguesía y proletariado. Pero esa contradicción no fue explosiva y conviven burgueses y proletarios, en la medida en que esas categorías sigan diciendo algo.

—¿Por qué el progresismo es una combinación de ultraliberalismo y restos marxistas?

—Es difícil la convivencia entre el Ni Una Menos y “no maten más mujeres” con que sí se pueda matar a niños por nacer. Eso convive pacíficamente.

—¿Hay algo impúdico para vos en el feminismo contemporáneo?

—Hay manifestaciones impúdicas, sí, como en algunas escenas que hemos visto. Pero no me preocupa lo impúdico. Me parece un ingreso muy tardío de la mujer en la modernidad cartesiana. Hasta hace no demasiado, la mujer estuvo más atada a la tierra en cierto modo. Pudo hacer menos el desprendimiento cartesiano, quizá por su condición de madre, por su ser en cierta forma guardián del hogar, por este tipo de cosas, que la ataban, que la arraigaban más. Para ser cartesiano hay que desarraigarse por completo. El problema es si luego, porque somos modernos, podremos encontrar un nuevo arraigo. Es indispensable un arraigo, si no somos sujetos vacíos a los que se llena con mercancías. Marx habló del fetichismo de la mercancía.

“Encontré en la doctrina peronista cierta posibilidad de que la metafísica entrara en la política.”

—¿También hay una forma de “mi cuerpo es mío” y de liberalismo a ultranza en los que se oponen a ciertas medidas que se toman contra el coronavirus?

—Hay, pero no lo investigué demasiado. Me parece un delirio, como el terraplanismo.

—¿Hay un cuerpo social en el que no somos completamente dueños de nuestro cuerpo?

—Claro. Y en este tema, además de la legalización, pero del aborto en general, ¿qué pasa con el varón? Supongamos que una mujer queda embarazada y el padre quiere tener hijos. ¿Por qué tiene que tener más peso o peso exclusivo la voluntad de la madre? Habría que hacerse esa pregunta. Después está el argumento de que el aborto es algo que se hace con ley o no. Hagamos entonces una ley habilitando a los motochorros, porque igual se hace. Son argumentos muy pobres para la legalización. Lo de la salud pública es temible, un resto de marxismo. Hay que recordar cómo se llamaba el comité de Maximilien Robespierre durante la Revolución Francesa: Comité de Salud Pública. Donde nació la idea de la salud pública se ordenaban las ejecuciones de los ciudadanos sospechosos.

Silvio Maresca, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Nietzsche. “Tiene una orientación política liberal. Y no es en absoluto antijudío ni antisemita”. (Foto: Néstor Grassi)

—¿Cuál es tu visión sobre las políticas para el coronavirus?

—Nadie sabe qué hacer. Es difícil determinar qué es bueno y qué malo en este caso.

—¿Estás de acuerdo con lo que hizo Alberto Fernández?

—Todas las estrategias fueron más o menos fallidas.

—Escribiste que “me gusta el poder. Hay toda una concepción de que el poder es malo, que oprime. Trato de ejercer el poder con una meta de mejoramiento. No estoy en contra del poder. No hay que confundirlo con arbitrariedad o dominio”. ¿Cuál es la relación entre poder y verdad y entre poder y ética?

—Con el poder estamos como con el tema de la sexualidad antes de Sigmund Freud: es algo condenado u oprimido bajo cierto manto de ocultamiento. Hay un goce del poder por el poder mismo que debemos investigar científicamente, que debemos tener en cuenta como tal. En cuanto a la moral, sí soy nietzscheano.

—Moral puede tener la mafia.

—Son las costumbres vigentes. La ética es una reflexión filosófica sobre lo que es correcto, lo incorrecto, qué es bueno o malo. La moral no es una reflexión filosófica. Es una especie de consenso que va variando. No podemos tener prejuicios morales respecto al estudio de poder. El poder se potencia a sí mismo, quiere más.

—Es autopoiético.

—Exactamente. Como decía bien Nietzsche, el poder es más poder. No es una dimensión estática. Está en un ascenso cada vez mayor. Se encuentra a sí mismo en círculos cada vez más altos y más amplios. No deberíamos tener tantos prejuicios. Esto no quiere decir que hay que legitimar el poder por el poder. No digo eso. Despejemos ese manto de encubrimiento de que el poder está para servir al otro, como dicen todos los políticos. N creo en eso.

—¿Hay algo fálico en el tema del poder cuando decís “el poder está en un nivel de análisis pre Freud” y “no podría concebir un hombre que no gozara con el ejercicio del poder”?

—Hablo como ser humano. Incluso en el caso del feminismo. También con los varones hay una lucha por el poder que es ancestral. Tampoco encubramos con la cuestión de la igualdad de derechos la lucha por el poder, porque existe.

—Pacho O’Donnell escribió: “El filósofo Silvio Maresca acierta al expresar que el peronismo no es una ideología, por lo menos en el sentido canónico, sino un movimiento de afirmación nacional en un país crónicamente dependiente que padece de una insubsanable dificultad para definir su identidad. Así surge la idea de ‘máscara’”. ¿Hablás de máscara como ocultamiento?

—Un poco abandoné esa idea. Voy a decir una cosa horrible: las desviaciones respecto de la doctrina originaria de Perón fueron muchísimas. Pero no me gusta ir por ese camino, pensarlo así. La teoría de las máscaras la fabriqué para tratar de explicarme a mí mismo ante todo el viraje que dio Carlos Menem. Al principio me desagradó profundamente. Pero después empecé a entender que era una cosa totalmente nueva. La posición tradicional del peronismo había sido antiliberal y Menem introduce el liberalismo. Así empecé a leer a Perón de otra manera y todo lo que dice en La comunidad organizada a favor del individuo, el individuo en función social.

“El interés de Juan Perón por la filosofía no era algo demagógico ni circunstancial.”

—¿Se puede ser liberal y peronista?

—Sí. Por supuesto.

—¿Cuál es la máscara representada por Alberto Fernández?

—Usé esa teoría para explicar el viraje. Es algo que sigo pensando en el fondo.

—¿También tiene algo de liberal?

—Fundamentalmente es un socialdemócrata.

—¿Se puede ser socialdemócrata y peronista como se puede ser liberal y peronista?

—Sí. Con elementos. Una cosa es tener elementos y otra cosa es ser otra cosa. Nuestra peculiaridad nacional es demasiado débil o todavía no se ha conglomerado suficiente como para poder expresarse. Es algo que trasciende al peronismo.

—Dijiste que “los peronistas de izquierda no son peronistas ni de izquierda”. El kirchnerismo se plantea como un peronismo de izquierda. ¿Es más peronista el Menem liberal que el peronismo de izquierda?

—Me parece que sí. Durante todo el período de Menem, el Partido Justicialista fue activo y se mantuvo unido, salvo la disidencia de Chacho y los muchachos que ya de antes estaban en otra línea. No pasó durante el kirchnerismo.

—¿Es más peronista Menem que Néstor y Cristina Kirchner?

—En cierta forma, sí. Me parece que el proyecto kirchnerista es otra cosa. Aquella vieja idea de la patria socialista, que quizá se perdió también un poco en el camino. Viene más como una revuelta cultural.

—Escribiste: “‘Proporción’, ‘armonía’, ‘equilibrio’ –dones apolíneos– son las palabras que resumen la propuesta de Perón. La política para Perón era negociación, conciliación, integración. ¿Sería un enemigo de la grieta?

—El del abrazo con Ricardo Balbín y de la prédica de la unidad de los argentinos es el que me gusta. La gran confusión del izquierdismo es identificar la política con el conflicto. Los griegos, que son los que inventaron la política, lo hicieron para dirimir conflictos. La política se inventó para dirimir esos conflictos del modo más civilizado posible. Esa era la idea de los nazis en realidad; era Carl Schmitt.

—¿Cuál es tu visión de la política, según Ernesto Laclau, uno de los inspiradores del kirchnerismo?

—No lo leí. Pero me parece que está montado sobre esa idea del conflicto, del hegemonismo. Tiene mucha influencia de Antonio Gramsci y de Jacques Lacan. El kirchnerismo apunta a esa revolución cultural. De ahí es su lucha en el campo del lenguaje. El progresismo busca transformar el lenguaje en una dirección casi beatificante.

“La frase ‘yo soy dueña de mi cuerpo’ es muy propia de las clases medias y altas.”

—Considerás al kirchnerismo como un progresismo. ¿Cómo diferenciás el progresismo republicano del no republicano?

—Preferiría un progresismo republicano.

—¿La peor de las categorías sería progresismo no republicano?

—No sé si es la peor. Es lo que en gran medida está en curso. Se ve en la transformación del lenguaje. No se puede decir “aborto”; es “interrupción voluntaria del embarazo” o “IVE”. Todo es lenguaje. No se puede decir “capitalismo explotador”, “imperialismo”, “oligarquía”; es “capital concentrado”. Eso de los eufemismos es curioso.

—Nietzsche, Freud, Lacan, son citas bibliográficas de los libros de Ernesto Laclau y de Jorge Alemán, pensadores que influyeron en el ideario de Cristina Kirchner. ¿Son autores que constituyen la base del pensamiento de la vicepresidenta?

—Cristina tiene un barniz intelectual basado en leer Página/12. No va mucho más allá. No creo que sea, ni necesita ser, una intelectual. No veo mucha diferencia con Néstor. Tuvieron la astucia de mantenerse dentro de esta gran bolsa de gatos que es el peronismo. Me refiero al existente, no al doctrinario. Otros más dignos se fueron en la época de Menem.

Silvio Maresca, en la entrevista con Jorge Fontevecchia.
Desconfianza platónica. “Perón compartía con Platón cierta desconfianza, cierta prevención respecto de la democracia sin más”. (Foto: Néstor Grassi)

—La cultura argentina, especialmente la porteña y aun más la cultura psicoanalítica argentina, leyó a Heidegger y aun más a Nietzsche y a Freud, a partir de la filosofía francesa: Jacques Derrida, Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jean-Luc Nancy, Louis Althusser son la lente con la que se han leído las ciencias sociales en los últimos años en la Argentina. ¿A qué lo atribuís?

—Tradicionalmente, la cultura francesa tuvo mucho más peso entre nosotros que la alemana en los círculos lectores, y fundamentalmente en los afectos al psicoanálisis. Pero exhortaría a leer a los alemanes de primera mano. La gran filosofía hasta 1945 es alemana.

—¿Por quién votaste en 2019?

—Por Lavagna.

—¿Y en 2015?

—Por Macri.

—¿Votaste en algún momento por el kirchnerismo?

—Jamás.

—¿Por qué?

—No voy a negar el elemento personal. Fui director de la Biblioteca Nacional con Eduardo Duhalde. Llevaba bastante bien las cosas dentro de las enormes limitaciones que había en esos tremendos años. Nunca faltó nada, no se cerró un solo día. No voy a hacer una apología de mi gestión. Llegaron y me echaron inmediatamente. Pero además no me hubiera quedado mucho tiempo con ellos por la orientación que tomaron, de tinte izquierdista. No soy izquierdista. Escribí en PERFIL y en Noticias sobre esto.

“La filosofía occidental hasta Kant tuvo como objeto supremo la ética.”

—¿Hay diferencias entre Alberto Fernández y el kirchnerismo?

—Para mí, Alberto Fernández no deja de ser un empleado. No puedo verlo más allá de ahí. Además, están sus contradicciones. Pero es una época en que las contradicciones son tolerables.

—¿Es una característica de la posmodernidad?

—Prefiero hablar de modernidad consumada o de modernidad tardía. Se puede llamar posmodernidad. Hablo de modernidad consumada porque está en su máxima expresión. No nos conflictúa comer comida china, ponernos un traje europeo, leer un libro alemán o ir de vacaciones a Tahití. Que se entienda bien, porque no lo digo de manera peyorativa. El paradigma de la época que estamos viviendo es el travesti, porque es varón y mujer al mismo tiempo. Eso hoy se puede. Hoy se puede ser varón y mujer al mismo tiempo. Me parece paradigmático. No tengo nada en contra. Lo aclaro porque después salen cosas en internet.

—Una contradicción amalgamada.

—¡Exacto! ¡Me encantó! Contradicción amalgamada.

—Dijiste que hubieras votado por Trump hace cuatro años en Estados Unidos. ¿Lo hubieras votado también ahora?

—Si hubiera sido norteamericano, sí.

—¿Aun después de lo que sucedió en el Capitolio?

—Eso vino después. Pero Trump representa bastante bien eso que a mí me gusta tanto de Hegel, el Volksgeist, el espíritu de un pueblo. El espíritu profundo gringo está representado en cierta forma por Trump. Además, me gustan otras cosas.

—¿El kirchnerismo representó la flecha a la historia del peronismo del siglo XXI?

—No. Representa a ciertos grupos. Lo demás viene por el asistencialismo. De Trump, hay cosas que yo no puedo negar que me gustan, como su enfrentamiento con lo políticamente correcto. Detesto lo políticamente correcto. Algo que representan los grandes medios de comunicación, no solamente en Estados Unidos. Por eso detesto a Clarín. Es lo políticamente correcto.

—Christophe Clavé, un especialista en estrategia de la Universidad de París, afirma que el coeficiente intelectual de la población tiende a bajar desde los 90 hasta hoy.

—Obvio. Creo que viene de mucho más atrás. Alexis de Tocqueville, en La democracia en América, 1830, decía que era todo más difícil en Europa por la tradición aristocrática. Señala que inevitablemente la difusión de la cultura implicará un rebajamiento de su calidad. Algo vinculado con la democracia de masas. Acuerdo con Tocqueville. No hay más Mozarts, Beethovens, Hegels ni Thomas Manns. Se acabó, olvidate. No lo veo en términos de coeficiente intelectual porque no es mi manera de ver las cosas. Lo noto en mis alumnos. Tengo cincuenta años de enseñanza. En los últimos diez o quince noté una declinación intelectual manifiesta en mis alumnos universitarios.

—Clavé lo escribía a partir de las redes sociales.

—¡Absolutamente! Me desespero cuando veo a todos con sus telefonitos. Es una locura. Como escriben ahí, pareciera que hubiera piedra libre para no respetar reglas ortográficas.

—¿Qué le puede enseñar el filósofo a la política o a los políticos?

—La desconexión es tan grande que me transformé en escéptico. Pero les diría que lean. Que lean algo más que los diarios.

 

Producción: Pablo Helman,Débora Waizbrot y Adriana Lobalzo.