Tormentas en el aire
De Vido carga con una nueva preocupación a partir de la mediatización aéreo.
Aunque los voceros del gobierno del presidente Néstor Kirchner niegan con su contundencia habitual que la decisión de acelerar la transferencia a manos civiles del control de la aviación haya tenido algo que ver con el estreno simultáneo de la película "Fuerza Aérea S.A." del cineasta y ex piloto de Lapa Enrique Piñeyro, ya les es tarde para impedir que la coincidencia dé pábulo a una multitud de teorías conspirativas, las más vinculadas con la sospecha de que el motivo real del traspaso proyectado consiste en las ambiciones imperiales del ministro de Planificación, Julio De Vido y las apetencias de otro pingüino, el secretario de Transporte, Ricardo Jaime.
Asimismo, se pregunta cómo fue posible que Piñeyro convirtiera las torres de control operadas por la Fuerza Aérea en escenarios para su obra a menos que contara con la colaboración entusiasta de un gobierno cuya afición al espionaje es notoria.
Por lo demás, el que la ministra de Defensa Nilda Garré haya charlado un par de horas con Piñeyro para que le instruyera acerca de las deficiencias del aporte de los uniformados a la seguridad en el aire y en los aeropuertos, tema que en buena lógica debería tener dominado, hizo pensar que se trataba de un ejercicio políticomediático, con los toques escandalosos a los que estamos acostumbrados, que fue armado por el Gobierno con el propósito de desprestigiar aún más a la Fuerza Aérea, ubicando así lo que puede considerarse un cambio razonable en la rencorosa campaña que está librando el presidente Kirchner contra los militares tanto retirados como activos. Así las cosas, no sorprendería a nadie que el jefe actual de la Fuerza Aérea, el brigadier Eduardo Schiaffino, se jubilara muy pronto.
Según quienes ya vieron la película de Piñeyro, se trata de un ejemplo notable del cine de denuncia, un género que en todas partes es bastante popular porque hoy en día son muchos los que quieren creer que el mundo está irremediablemente podrido y que con la presunta excepción del caudillo más admirado del momento todos los poderosos son incompetentes venales. Dicen que el cuadro que pinta es tan grotesco y aterrador que es un auténtico milagro que no haya accidentes horrendos todos los días, ya que en cuanto cruzan la frontera del país aviones comerciales tienen que esquivar mísiles, los controladores no pueden comunicarse con los pilotos en el idioma convenido, el inglés, y el estado de la infraestructura suele ser lamentable. Como es normal cuando es cuestión de películas de denuncia, Piñeyro habrá cargado las tintas, dando a entender que episodios aislados son rutinarios -Schiaffino dice sentirse orgulloso del "profesionalismo e integridad" de su tropa-, pero es de suponer que lo que muestra es verídico y que por lo tanto aquí la seguridad en el aire puede parangonarse con la seguridad jurídica.
Así, pues, una vez más el Estado, porque la Fuerza Aérea pertenece al ámbito público, está funcionando de manera sumamente defectuosa, de suerte que es urgente que se emprendan algunas reformas estructurales, lo que plantea un interrogante inquietante: ¿está la parte civil del Estado en mejores condiciones de garantizar la seguridad de los vuelos que la militar? En principio, a la larga no deberían darse demasiados problemas, ya que lo hace con eficiencia aceptable en todos los países avanzados, pero no será tan fácil como muchos suponen preparar a una cantidad suficiente de especialistas civiles para que reemplacen a los casi cuatro mil uniformados que cumplen tareas en el área.
Conforme a los voceros oficiales, tendrán que transcurrir al menos 18 meses antes de que los civiles estén listos para asumir el mando, pero tal pronóstico parece un tanto optimista. Será por eso que Ricardo López Murphy prevé que el traspaso supondrá "un cambio estructural muy grande y un doble costo", para no hablar de "caos en el transporte aéreo" si todo depende de Jaime un funcionario que se las ha arreglado para crearse muchos enemigos. Y como siempre es el caso en medio de una transición de este tipo, será mayor el riesgo de que por alguno que otro malentendido o como consecuencia de la improvisación se produzcan accidentes luctuosos que, desde luego, se verían atribuidos al apuro excesivo de las autoridades que se dejan guiar más por consideraciones ideológicas que por los engorrosos detalles prácticos.
Lo mismo que tantas otras cosas en esta vida, la seguridad aérea cuesta mucho dinero y la capacitación de los encargados de velar por ella no puede completarse de un día para otro. Ya ha pasado más de un año y medio desde que la Policía Aeronáutica comenzó a ser sustituida por un cuerpo civil pero el recambio previsto aún no se ha concluido. La desmilitarización del control aéreo que tiene en mente el Gobierno resultará ser muchísimo más complicada que el operativo supuesto por el desmantelamiento de la Policía Aeronáutica que se ordenó al descubrirse, gracias a los españoles, que la empresa Southern Winds desempeñaba un rol en la exportación o reexportación de drogas.
Irónicamente, aunque a esta altura muy pocos en el Primer Mundo creen que valdría la pena ir al extremo de militarizar la seguridad aérea, como es frecuente en América del Sur, en los aeropuertos de los Estados Unidos y Europa está haciéndose cada vez más impactante la presencia entre los viajeros que embarcan o desembarcan de soldados armados hasta los dientes con fusiles, subametralladoras y otras herramientas propias de su oficio.
Puesto que esta realidad alarmante no está por modificarse, el Gobierno podría enfrentarse con un dilema desagradable, ya que no le convendría en absoluto brindar la impresión de que por sus prejuicios antimilitares tome menos en serio que sus homólogos norteamericanos y europeos la seguridad de los viajeros. Si se obstina en excluir por completo a las Fuerzas Armadas de "la lucha contra el terrorismo" como dictan las doctrinas que por motivos históricos ha hecho suyas, sería acusado desde el exterior de negligencia, pero si opta por incluirlas enojaría sobremanera a un sector vocífero de sus partidarios que está más interesado en lo que sucedió treinta años atrás que en el mundo de la década inicial del siglo XXI. Tampoco ayuda que según parece la ministra de Defensa es más chavista que kirchnerista y que, con razón o sin ella, puede ser sospechada de compartir las simpatías islamistas del presidente venezolano.
Para los militares, la voluntad oficial de privarlos de otra actividad que heredaron de los días en que las Fuerzas Armadas actuaban como corporaciones voraces que, lo mismo que sus equivalentes civiles como los sindicatos, se especializaban en coleccionar pedazos de poder sobre los más diversos aspectos de la vida nacional, es una bofetada más de las muchas que les han sido propinadas por Kirchner, Garré y jueces tardíamente resueltos a resucitar causas relacionadas con un pasado miserable.
Si bien todos concuerdan en que los militares deberían limitarse a sus "funciones específicas", es decir, a estar listos para matar a hipotéticos invasores extranjeros con tal que éstos también lleven uniforme, no les es fácil aceptar la pérdida de sus feudos tradicionales y, en algunos casos, del dinero que éstos les suministran. Y puesto que el retroceso de una corporación significa el avance de otra, ciertos políticos opositores no han vacilado en achacar la política aerocomercial del Gobierno al deseo de sus integrantes más ambiciosos de apropiarse de aún más cajas que podrían resultarles útiles.
En otras circunstancias, la transferencia del control de la seguridad aérea a instituciones civiles sería tomado por un paso hacia la "normalización" del país -es decir, hacia la adopción de modalidades típicas de los países que en la actualidad deciden lo que es "normal" y lo que no lo es en absoluto-, pero aquí las cosas nunca son tan sencillas. Son tantos los intereses personales, económicos, políticos y hasta mediáticos o culturales en juego que muy pocos suponen que la prioridad de los partícipes del drama consiste en hacer cuanto resulte necesario para que en adelante la Argentina sea un país en el que quienes suban a un avión puedan confiar en llegar al destino sanos y salvos sin tener que preocuparse más de lo que harían en cualquier otro rincón del planeta. Antes bien, la mayoría entenderá que para demasiados la prioridad es el poder y el dinero que suele acompañarlo, además, en el caso de algunos funcionarios, del placer que les significa golpear a los militares, desquitándose así por lo que los militares hicieron a sus amigos en los años setenta de lo que hasta ahora fue el siglo más asesino de la historia de nuestra especie.