Un momento incómodo para un maestro es cuando se le menciona que dos de cada tres niños que inician la primaria trabajarán en empleos que aún no existen. Resulta una interpelación a los contenidos que se están impartiendo. ¿Cómo formar a alguien en algo que no se sabe si tendrá relevancia en el futuro? ¿Qué será obsoleto y qué no?
Al llevar este concepto al ámbito universitario, no hay claridad en cuáles serán los desafíos profesionales que tendrán los alumnos que actualmente inician sus estudios. Aquellos que hoy empiezan a recorrer el camino de la profesión tomarán decisiones en un mundo que no será éste. Nuevamente el cuestionamiento y la interpelación. Sin embargo, la mirada debería ser mucho más optimista. Durante todo el siglo XX, nos vimos sorprendidos por el cambio tecnológico que derrumbaba fronteras y conceptos arraigados. El hombre pudo volar, luego llegó a la luna, y terminó el siglo con internet. El punto es que el sistema educativo no se daba por enterado. Ni siquiera en las carreras técnicas se vislumbraba que los docentes eran conscientes del tsunami tecnológico que luego nos atravesó. Un ejemplo es que en la década de los 80 sobraban ingenieros, y dos décadas después, el país se despertó ante una nueva realidad: muy pocos jóvenes quieren estudiar ingeniería.
En ese sentido, el siglo XXI lo iniciamos sabiendo que todo cambiará, no sabemos hacia dónde pero entendemos que nada quedará como es hoy. Desde un punto de vista social, este pasaje de un mundo “moderno” a un mundo “posmoderno” o, como acuñó Zygmunt Bauman, de un mundo sólido a un mundo líquido, produjo cambios en la mirada hacia el futuro. Hay que comprender que la educación es una inversión a largo plazo, se realiza un esfuerzo muy grande y los resultados se visualizarán muchos años más tarde, a veces varias décadas después. Los millennials, que nacieron en el mundo líquido, tienen sus características muy marcadas, prefieren el orden personal al orden social, privilegian la individuación, necesitan sentir que son ellos los que controlan su tiempo, y se mueven dentro del ámbito de la transitoriedad y lo instantáneo. Con estas características, les cuesta definir su rumbo profesional ya que ese proceso está signado por aspectos contrapuestos a sus valores.
Estudio. En un sondeo realizado dentro del marco de la cátedra de Investigación de Mercados de la Licenciatura en Marketing de Ucema, se muestra que el 31% de los jóvenes no tiene definida la carrera al momento de finalizar el colegio secundario. Este síntoma muestra la incertidumbre que afrontan. Los adultos, como referentes naturales, no les devuelven una imagen en la cual se puedan reflejar. La claridad de los jóvenes de que ninguno de los trabajos actuales será el mismo les genera un quiebre profundo entre generaciones. No hay historias de vida a seguir.
Sin embargo, los adolescentes buscan su futuro; de otra manera, pero la búsqueda está. ¿Qué carrera seguir? Desde un punto de vista simple, daría la sensación de que si todo es tan pasajero, si lo aprendido posiblemente se modifique en el futuro, lo trivial es lo conveniente. Desde el punto de vista opuesto, la respuesta es “estudien las carreras clásicas y luego con los posgrados se especializarán”.
De acuerdo con mi experiencia, estas respuestas son obsoletas. La que da más garantías a futuro es simple, lo difícil es llevarla a la práctica: estudien lo que les gusta de la forma más rigurosa posible.
La universidad es el ámbito donde el alumno arma su esquema de pensamiento, los cimientos para construir un mundo nuevo, su mundo. Si la estructura es frágil, podrá edificar poco. Al mencionar la rigurosidad no se trata de métodos pedagógicos del siglo XIX: todo lo contrario. Se propone utilizar todas las herramientas actuales para la conceptualización. Ya no se necesita memorizar (lo “googleamos”). Sin embargo, sí hace falta leer y comprender los textos más profundos de los temas de la carrera. Ya no tenemos que calcular a mano ni mentalmente, pero la comprensión de la matemática más sofisticada es fundamental para el desarrollo de nuevos modelos.
Una de las películas más taquilleras de los últimos 25 años fue El Rey León, una gran innovación. Por primera vez un film de animación tenía un mensaje interesante para chicos y grandes. Quien realizó este guión no lo habría escrito si no hubiera leído a Shakespeare y a tantos otros, para finalmente inspirarse en Hamlet para su creación.
Mito. Analizando el área de marketing, en la que me especializo académicamente, existe un paradigma que sería interesante evaluar como ejemplo de las nuevas carreras del siglo XXI. El área de marketing de una empresa es el núcleo estratégico de la organización. Se buscan los mejores. Las empresas de primera línea realizan extenuantes procesos de selección de jóvenes profesionales para detectar a los más talentosos. Sin embargo, cuando vemos quiénes son los que se presentan a estas búsquedas, sólo un porcentaje mínimo estudió marketing. ¿Por qué? Las empresas buscan alumnos con alta formación y el mito es que la alta formación se encuentra en las carreras de ingeniería o economía. ¿Quién asegura que alguien experto en física cuántica pueda entender al consumidor? ¿No sería mejor preparar a los jóvenes para los desafíos que les tocará enfrentar en vez de llenarlos de habilidades que no les servirán?
Aquí está el punto de discusión, entre el mundo sólido y el líquido. En los 70 u 80 no había profesionales del marketing y los ingenieros no tenían trabajo. Entonces, coparon los principales puestos. ¿Hay que repetir el modelo? La respuesta es que no: el mundo cambió, se puede estudiar con alta rigurosidad temas que hace diez o 15 años no existían en la oferta. Las universidades de gestión pública y las privadas abren carreras nuevas para que los adolescentes encuentren su camino: diseño de historietas, licenciatura en rehabilitación visual, licenciatura en logística, licenciatura en gestión de agroalimentos, entre tantas propuestas que seguramente la mayoría de los que nacimos en el siglo XX no escuchamos hablar.
El 2018 será el ingreso universitario de los chicos del año 2000. Pensemos en ellos, y dejemos de una vez en claro que las carreras y las formas de estudio cambiarán. Lo que no cambia es el empeño que se pone en aprender, la imprescindible excelencia académica de los profesores, el intercambio valioso en un aula (sea ésta real o virtual) y el tiempo que dedica el alumno a superar los desafíos. Lo importante no es qué estudian sino dónde lo estudian, quiénes acompañan su crecimiento y qué capacidad tiene la institución para formar profesionales de excelencia. ¿O alguien cuestionaría un título de Harvard porque el egresado no estudió una carrera troncal?
*Secretaria académica del Departamento de Marketing, Universidad del CEMA.