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Lecciones desde la cuna de la democracia: Leonid Bershidsky

La votación del Parlamento de Macedonia para cambiar el nombre del país y de este modo eliminar el mayor obstáculo para la integración con las instituciones occidentales es evidencia de que los asuntos políticos inextricables se resuelven mejor mediante los acuerdos tradicionales en la trastienda de la democracia representativa que con la expresión directa de la voluntad popular. El brexit de Gran Bretaña podría aprender algo de esto.

Macedonians Vote in Name-Change Referendum
Macedonians Vote in Name-Change Referendum | Photographer: Chris McGrath/Getty Images Europe

La votación del Parlamento de Macedonia para cambiar el nombre del país y de este modo eliminar el mayor obstáculo para la integración con las instituciones occidentales es evidencia de que los asuntos políticos inextricables se resuelven mejor mediante los acuerdos tradicionales en la trastienda de la democracia representativa que con la expresión directa de la voluntad popular. El brexit de Gran Bretaña podría aprender algo de esto.

En junio de 2018, el primer ministro de Macedonia, Zoran Zaev, llegó a un acuerdo con el primer ministro griego, Alexis Tsipras para cambiar el nombre de su país a Norte de Macedonia y, así, diferenciarlo de la provincia norte de Grecia, desde donde gritó Alejandro Magno. A cambio, Tsipras prometió abandonar la oposición griega de larga data a la membresía de Macedonia a la OTAN y sus esfuerzos de ingresar a la Unión Europea.

En Macedonia, las objeciones al acuerdo provienen de un proyecto nacionalista de hace 10 años ejecutado por el antiguo partido gobernante, VMRO-DPMNE, el cual llenó la capital, Skopie, de estatuas pseudoantiguas, incluida una que presentaba implícitamente a Alejandro Magno. La "antiquización" era parte de un esfuerzo del VMRO por construir una identidad nacional casi desde ceros para la mayoría étnica eslava del país. El gobierno nacionalista, sin embargo, quedó atrapado en la corrupción (el líder del VMRO-DPMNE, Nikola Gruevski, se esconde actualmente en Hungría, luego de que el primer ministro, Viktor Orban, le concediera asilo). Eso, además de la arrogancia de los líderes del VMRO-DPMNE hacia la considerable minoría albanesa del país, empujó a los partidos albaneses a cambiar su lealtad hacia los socialdemócratas de Zaev, a favor de Europa.

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En septiembre pasado, Zaev celebró un referendo para cambiar el nombre de Macedonia. Visité el país antes de la votación, y lo vi debilitado por años de emigración y confundido por una década de torpe "construcción de nación". Los nacionalistas boicotearon el plebiscito, y los macedonios que habían abandonado el país no podían tomarse la molestia de regresar para votar. La votación falló por una baja participación.

No obstante, Zaev no se dio por vencido con el asunto y decidió promover el cambio en el Parlamento. Necesitaba una mayoría de dos tercios en el órgano de 120 miembros y no la tenía, a pesar de haber cortejado a los partidos albaneses. Entonces, decidió trabajar uno a uno con los legisladores, cambiando a menudo la fecha de la votación para negociar y asegurarse de que sus partidarios asistieran. El 11 de enero, por fin, alcanzó los 81 votos.

Siendo objetivos, probablemente lo mejor para Macedonia era que Zaev presionara para cumplir su parte del trato con Tsipras. Fuera de la UE, los prospectos para un país pequeño y enclavado no son buenos. Ninguna propaganda nacionalista es suficiente para esconder la evidente necesidad de integración económica con Europa. Rusia, la única alternativa a la UE y la OTAN, está muy lejos y muy débil económicamente para ser de ayuda.

Como entienden muchos británicos tras dos años y medio de luchas por el brexit, preguntarle a la gente no siempre es la mejor manera de resolver un asunto divisorio. A veces, la antigua negociación política puede generar mejores resultados. Los británicos que querían quedarse en la UE podrían querer haber tenido a su propio Zaev, dispuesto a presionar por lo que consideraban correcto, incluso después de haber perdido el referendo.

Si no su propio Zaev, al menos un astuto Alexis Tsipras. El primer ministro de izquierda quedó debilitado tras la renuncia de su socio de coalición Panos Kammenos, nacionalista griego, quien renuncio en protesta al acuerdo con Nueva Macedonia. Sin embargo, Tsipras, ahora experimentado en precarias maniobras en el Parlamento, podría tener suficientes votos para evitar una moción de censura esta semana, e incluso si no, sí podría tenerlos para ratificar el acuerdo con Zaev antes de que se realice elecciones anticipadas. Si los cálculos le funcionan a Tsipras, le habrá dado a Grecia un vecindario más pacífico y el prospecto de una muy necesaria expansión económica hacia los Balcanes Occidentales.

Si Tsipras cumple, como lo hizo Zaev, ambos representarán un importante ejemplo para los líderes de Serbia y Kosovo. En últimas, de ellos depende lograr un avance en las relaciones entre los dos últimos países balcánicos inmersos en conflictos inextricables. El año pasado se vislumbró brevemente un acuerdo, pero se ha complicado, entre otras cosas, por la oposición en Kosovo y Serbia a un compromiso basado en un intercambio de tierras.

Acudir directamente a las personas puede ser una mala idea dada la carga emocional y la información errónea que a menudo rodea un referendo polarizador. El público podría cambiar de opinión cuando los beneficios (o los costos) económicos empiecen a sentirse. En algunos casos, particularmente cuando los electores están claramente confundidos, la democracia electoral funciona mejor que los plebiscitos.