COLUMNISTAS
EFECTOS DE LA CRISIS?

Confrontación social y falta de diálogo

Es perceptible en la Argentina de estos días un fuerte nivel de crispación y confrontación social, que enturbia cualquier proyección sobre el futuro y transforma el diálogo y el consenso –dos atributos nodales para alcanzar la madurez de una sociedad– en prácticas en desuso.

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Es perceptible en la Argentina de estos días un fuerte nivel de crispación y confrontación social, que enturbia cualquier proyección sobre el futuro y transforma el diálogo y el consenso –dos atributos nodales para alcanzar la madurez de una sociedad– en prácticas en desuso.

La realidad concreta, lo que sucede diariamente, lo confirma. Son las posturas y actitudes tan irreductibles como cambiantes, según la conveniencia personal o electoral, que se advierten en la clase política: en vez de actuar como mediadora de los conflictos y pujas sectoriales, y con el Estado, no hace más que azuzarlos con argumentos reversibles.

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Muchos dirigentes, que no encuentran la forma de construir una alternativa no sólo seria, sino ya creíble, ejercen una confrontación tan destructiva que hasta termina desdibujando los defectos del adversario que dicen combatir.

La desmemoria y la impunidad no son sólo una rémora que deviene para algunos en una relativización o desconocimiento del genocidio de la dictadura. Ha calado también en la conciencia de la sociedad civil y su dirigencia, que no se hacen cargo del pasado, no hacen autocrítica y no parten del entendimiento de que los fracasos institucionales han sido responsabilidad de todos, o de toda la clase dirigente argentina, en las últimas décadas.

Ciertamente, no se trata de vivir en el pasado, que lleva a paralizar, sino apostar al futuro, que tiende a movilizar. Pero no es menos cierto que muchos de los que hoy se rasgan las vestiduras con actitudes que sólo buscan repercusión en los medios de comunicación deben comprender que lo esencial es cumplir con el legado que nos impone el voto de la gente.

Pero hoy la crispación y la confrontación parecen haber invadido a toda la sociedad, incluso a la farándula. La responsabilidad primaria nos cabe, sí, a la clase política; pero también a los que ignoran la ventaja del diálogo y la construcción de consensos. También cabe hacer cargos contra ciertos medios de comunicación que especulan o medran con el dolor de la gente, sacudida por el flagelo de la inseguridad y su inédito nivel de violencia y salvajismo.

Algunos atribuyen estas conductas al efecto de la crisis. Sobre esto me permito señalar que la Argentina viene de un proceso en el que objetivamente se han mejorado las condiciones de vida de la población. Estamos aún lejos de una sociedad justa, pero no se puede desconocer lo que hemos avanzado desde la explosión de la crisis de 2001. Si en una situación objetivamente mejor a la de hace unos años nos movemos con este nivel de agresión, tengo el temor de qué puede llegar a pasar cuando los efectos de la crisis actual, que esperamos que no sean excesivamente dramáticos, se hagan sentir sobre nuestra sociedad.

Es la hora de actuar con responsabilidad y compromiso, de cara a la gente y al futuro. Es la hora de un discurso y de actitudes serias y responsables y además esperanzadoras. La gente necesita sentirse conducida por dirigentes serenos, preocupados y ocupados en la suerte de los más vulnerables.

Reconstruyamos el diálogo, redescubramos nuestra identidad como nación, resaltando nuestras coincidencias y el enorme potencial que podemos alcanzar cuando ponemos todo nuestro esfuerzo en pos de un objetivo común. Recordemos que ningún sector de la nación tiene futuro si permanece aislado del resto. Repensemos el movimiento nacional como único instrumento posible para alcanzar los objetivos que la gente, sobre todo los más pobres y necesitados, se merecen.

Como siempre, vamos a salir adelante. Pero no es necesario pagar tan duro costo, al que parecemos condenados los argentinos, por la crispación, la mezquindad y la falta de grandeza y consenso de sus dirigentes. Nada bueno puede esperarse del todo o nada, que generalmente termina en nada. La nación profunda, esa que no aparece en los medios, pero que lucha con su esfuerzo anónimo por un futuro mejor, nos lo va a agradecer.


*Gobernador de la provincia de Chubut.