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Destello de lucidez

“Anotame una advertencia”, le dijo Gaudio al árbitro del partido. ¿Se lo dijo después de haber cometido una infracción? No, justamente: se lo dijo antes. Le pidió el castigo, o más bien se lo ordenó, y de inmediato agarró una pelotita y la revoleó de mala manera lo más alto y lo más lejos que pudo. ¿Qué clase de exabrupto es éste, que se anuncia y adelanta su sanción? ¿Qué clase de arrebato es este, que antepone conciencia al acto?

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“Anotame una advertencia”, le dijo Gaudio al árbitro del partido. ¿Se lo dijo después de haber cometido una infracción? No, justamente: se lo dijo antes. Le pidió el castigo, o más bien se lo ordenó, y de inmediato agarró una pelotita y la revoleó de mala manera lo más alto y lo más lejos que pudo. ¿Qué clase de exabrupto es éste, que se anuncia y adelanta su sanción? ¿Qué clase de arrebato es este, que antepone conciencia al acto? Si hay algo que estremece en Gaudio, es esto precisamente: su demasiada conciencia. Una conciencia tan terrible como i-nútil, un destello de lucidez que nunca le sirve para nada.

Era su primer partido en el ATP de Buenos Aires, y fue el último, porque perdió. En el octavo game del segundo set, cuando parecía que repuntaba, se le oyó decir: “Estoy cerca de jugar bien”. No lo pensó después, en el análisis retrospectivo de su actuación, sino en pleno partido, mientras jugaba. Lo pensó y lo dijo, y es difícil que un jugador pueda soportar la conciencia de estar cerca de jugar bien (no de jugar bien, sino de estar cerca) en la cancha y en medio del juego. Ese exceso de conciencia es agobiante. Bajo su peso inexorable, Gastón Gaudio tenía que perder y perdió.

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A diferencia de sus colegas de la Copa Davis, que perdieron y todavía no saben por qué, Gaudio siempre sabe el por qué, y es por eso que luego pierde. Queda claro que podría ganarlo todo (para demostrarlo, ganó Roland Garros en 2004). Podría ganarlo todo, sí, porque derrocha talento, pero después va y lo pierde todo. Y a eso, como queda dicho, le agrega una conciencia feroz, impiadosa, lacerante. Es esta combinación impar la que lo consagra en definitiva como el jugador más argentino de todos los tiempos. Habrá muchos que ganen más que él o que pierdan más que él, pero ninguno habrá como él: tan artista del desperdicio y tan consciente de su arte.

Hace dos años fue eliminado, en este mismo torneo, también en la primera ronda, y los que no quieren entender lo abuchearon. Esta vez, en cambio, se fue ovacionado. El público se rindió conmovido en presencia de su destino trágico.