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El fin del curro del país dividido

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En tres días, las dos mayores corporaciones económico-mediático-políticas sufrieron golpes durísimos. Primero, el Gobierno nacional fue castigado el domingo en las urnas. Y el martes, el Grupo Clarín fue el castigado, paradójicamente, por dos de los mejores logros del kirchnerismo: la Corte Suprema y la Ley de Servicios Audiovisuales. Todo un síntoma de cómo se está viniendo abajo el relato del país dividido.

Un relato que, hasta el momento, sólo le servía a los dos sectores en pugna. Por un lado, el Gobierno lograba ganar elecciones llevando al paroxismo la antinomia peronismo-antiperonismo. Por el otro, el Grupo Clarín se consolidaba como principal opositor al Gobierno, con la posibilidad de elegir y condicionar al o a los candidato/s que quisieran competir con el kirchnerismo en las urnas.

Las elecciones marcaron el fin del kirchnerismo tal como lo conocíamos. Pero también marcaron el fin del antikirchnerismo feroz tal como lo conocíamos. Un antikirchnerismo feroz que fue derrotado en las urnas. El caso más notorio es el de Francisco de Narváez, que dilapidó su triunfo sobre Néstor Kirchner, cuatro años atrás, con eslóganes como "Ella o vos", que lo hicieron naufragar en las PASO, y cuando quiso corregir el rumbo era tarde. Ni siquiera Sergio Massa, el gran candidato de Clarín, se animó a jugar fuerte contra el kirchnerismo.

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Cuando se conoció el fallo de la Corte, toda la oposición por fuera del PRO (con la excepción de Elisa Carrió) salió a apoyar. Es decir, se mantuvo la coherencia de gente que acompañó la ley, como el socialismo de Binner como caso más notorio.

Fue justamente el bloque del socialismo, con el del resto de los diputados de centroizquierda, quienes hace cuatro años lograron modificaciones antimonopólicas (el veto a las telefónicas como caso más notorio), que sirvieron para corregir algunos aspectos de la ley que en el oficialismo habían pasado por alto, atendiendo negocios de sus aliados económicos. Eran épocas en las que el kirchnerismo no tenía mayoría propia y debía negociar en el Congreso.

La Ley de Medios es una gran ley de la democracia. Por cómo fue concebida (se forjó al calor de un amplio debate entre organizaciones sociales, universidades y sectores involucrados) y por el vacío que vino a llenar: una norma de la dictadura militar, modificada a favor de la concentración de medios por los sucesivos gobiernos democráticos. Por eso que la Corte fallara a favor de la constitucionalidad es una gran noticia.

Que la Ley de Medios sea buena no quiere decir que su aplicación sea buena. Más bien lo contrario. Porque está claro que es importante saber qué se va a hacer con Clarín, el mayor multimedio del país, el de mayor concentración, el de mayor poder. Pero hay otros asuntos que quedan pendientes. El 33% asignado al llamado “tercer sector”, lo que le corresponde a universidades, sindicatos, organizaciones sociales, pueblos originarios y demás grupos no encuadrados ni en los “privados” ni en el Estado.

También sería bueno saber en qué situación se encuentran Cristóbal López o Raúl Moneta, por nombrar algunos de los empresarios cercanos al Gobierno. ¿Será la Ley de Medios, en realidad, una Ley de Testaferros? ¿Tendremos que resignarnos, una vez más, al viejo axioma de “hecha la ley, hecha la trampa”?

Vivimos en una época en que se ha vuelto masivo el término gramsciano de “batalla cultural”. La sanción de la Ley de Medios significó, en ese sentido, un gran triunfo más allá de la aplicación. Fue a partir de entonces que se puso en discusión en la Argentina para qué están los medios, quiénes son sus dueños y qué intereses defienden.

El fallo de la Corte Suprema, sumado a la derrota electoral del kirchnerismo, puede significar el fin del curro de esta guerra fría que divide al país en supuestos bandos ideológicos, que se ocultan detrás de la defensa de intereses económicos. Negocios disfrazados de soberanía popular o de libertad de expresión, de acuerdo a quién cuente la historia. Con el fin del curro del país dividido no alcanza para construir una sociedad mejor. Pero es un buen paso. Y eso hay que celebrarlo.

(*) Periodista. Ex director de la revista Barcelona.