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El sol desnudo

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Una novela de Asimov, El sol desnudo, pintaba una sociedad en donde la presencia física de la gente era algo mal visto. Usted podía organizar una fiesta en su casa y reunir a  sus amigos, que no estaban ahí más que en proyección holográfica. O ir al bar a tomar un café con la presencia holográfica de una chica. Podía de todo, menos encontrarse frente a frente con una persona real. No me acuerdo de cómo se concebían los bebés pero puedo imaginármelo. ¿Fantasía? Vamos camino a eso. Simpatizo con ese dueño de bar que puso un pizarrón en la puerta: “Aquí no hay wi-fi. Conversen entre ustedes”. Einstein se quedó corto. Dijo que si permitíamos una sociedad permeada por la tecnología, estaríamos criando una generación de idiotas. Los idiotas ya están aquí, comunicándose por el celu aun cuando estén juntos o separados por la mesita del bar. Y pasemos a lo que le quería contar. Amo a mi cardiólogo, que es excelente médico y además buena persona, que de vez en cuando me controla. ¿Pedir un turno con él? Ah, no, eso es una aventura “a lo Asimov”. El teléfono lo contesta una máquina que me tiene media hora esperando mientras oigo pavadas y musiquita. Me manda a una página web. Que nunca está completa. Voy en persona. Pero no, dice la recepcionista, y me indica un teléfono en la pared, no, no, yo no le puedo dar el turno tiene que pedirlo marcando el 87. Le explico que yo estoy ahí, que ella está allí y que por qué no me da ella el turno, y me dice que no puede y que vaya al teléfono, etcétera. Estamos enfermos, créame.