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enseanzas de la crisis

España, Argentina, Duhalde y Terragno

Tengo la esperanza de que la triste y dolorosa experiencia de Argentina 2001-2002 les ayude a los españoles a tomar la sabia decisión de mantenerse dentro del euro y encontrar la forma de superar los desequilibrios que ha acumulado la economía española en la última década, sin abandonar su pertenencia plena a Europa.

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Tengo la esperanza de que la triste y dolorosa experiencia de Argentina 2001-2002 les ayude a los españoles a tomar la sabia decisión de mantenerse dentro del euro y encontrar la forma de superar los desequilibrios que ha acumulado la economía española en la última década, sin abandonar su pertenencia plena a Europa.
España está comenzando a sufrir los mismos problemas que nosotros sufrimos desde mediados de 1998 en adelante: la reversión del ciclo expansivo que se había dado hasta ese año. Ese ciclo se había iniciado gracias al clima de confianza que crearon las decisiones de principios de los noventa de integrar la Argentina al mundo y de adoptar un régimen monetario que significaba un compromiso firme con la estabilidad de precios y la seguridad de los contratos y compromisos.

España gozó de una expansión económica incluso mucho mayor y más larga que la que había conseguido Argentina hacia 1998, basada en una elevada tasa de inversión que se financió, en gran medida, por ahorro externo: el déficit en cuenta corriente de su balanza de pagos. Ese déficit, que no es otra cosa que el ahorro externo que decidió volcarse a España para financiar su expansión económica, dio lugar, como no podría ser de otra manera, a una elevada deuda externa (más privada que pública). En los últimos seis años, como también había ocurrido en Argentina desde 1997 en adelante, el déficit fiscal estuvo aumentando, a pesar del fuerte incremento de la recaudación impositiva que venía asociado a la expansión económica.

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Hoy España, como Argentina desde 1998, se enfrenta al difícil desafío de reducir significativamente ambos déficits: el de la cuenta corriente de su balanza de pagos y el de sus cuentas fiscales. El desafío es muy grande, porque en España, como ya había ocurrido en Argentina en aquella época, las circunstancias externas se han tornado adversas y sus costos internos (particularmente sus costos laborales, tanto públicos como privados) se han incrementado más que la productividad de su economía.
La fuerte apreciación del euro, que llegó a valer 1,60 dólares desde un precio que era apenas la mitad de ese valor en el año 2001, produjo para España el mismo efecto que produjo en Argentina la fuerte apreciación del dólar entre 1998 y 2001. Hay que tener en cuenta que en España la moneda es el euro, como en la práctica lo era el dólar en la economía Argentina de aquel entonces.
¿Qué harán los dirigentes políticos españoles? Yo espero que encuentren la forma de producir ordenadamente los ajustes que son inevitables: bajar simultáneamente el nivel de su gasto público y reducir también sus costos internos, particularmente los costos laborales. Tendrán que adoptar las mismas medidas fiscales y laborales que comenzamos a tomar en Argentina en los años 2000 y 2001 y que significaron un enorme costo político y pérdida de popularidad para el gobierno de De la Rúa. Va a ser muy costoso políticamente para el gobierno de Zapatero, como lo sería igualmente para un gobierno del Partido Popular, si estuviera ahora en el poder. Pero es muy importante que el Partido Popular no adopte la posición que en Argentina adoptaron los peronistas y radicales de la provincia de Buenos Aires, quienes decidieron destruir el régimen de convertibilidad y consiguieron aislar a Argentina del mundo.

Estoy seguro de que el Partido Popular nunca va a considerar siquiera esa posibilidad, porque sería sacar a España de Europa. Ellos saben que si hoy España decidiera “pesetizar” su economía, transformando todos los contratos que hoy tienen al euro como moneda y luego dejar que la peseta flote frente al dólar, se produciría la misma catástrofe que ocurrió en el Año Nuevo de 2002 en Argentina. El gasto público de España y los costos laborales tendrían una gran reducción, mucho mayor a la necesaria, como ocurrió en Argentina en 2002, pero el costo social y económico para los españoles sería enorme y muy extendido en el tiempo.
España quedaría aislada del mundo como estuvo la Argentina desde 2002 en adelante. Y, como está ocurriendo aún hoy en Argentina, ocho años después, España volvería a estar infectada de inflación y sin crédito para seguir financiando su progreso. Seguramente, como ocurrió en Argentina durante los últimos ocho años, España podría seguir teniendo servicios públicos e infraestructura, gracias a la fuerte inversión y modernización que consiguió su economía desde que se integró a Europa y adoptó el euro como moneda. Pero ocho años después, España seguiría viviendo el mismo estado de frustración y desesperanza que hoy se vive en Argentina.
Después de todo el daño que las decisiones del Gobierno argentino les causó no sólo a los argentinos sino también a los españoles que habían invertido en nuestro país, espero que al menos la triste y dolorosa experiencia argentina les sirva a los españoles para darse cuenta de que la decisión de integrarse a Europa y la adopción del euro son las verdaderas políticas de Estado que les han permitido progresar y que si las mantienen, podrán llevar a cabo, ordenadamente, los ajustes inevitables que deben preceder a una nueva etapa de progreso.
La experiencia de España, si logra superar su crisis actual sin destruir su régimen monetario y sin aislarse de Europa, será también beneficiosa para nuestro país. Posiblemente ayude a quienes hoy hablan de acordar políticas de Estado en la Argentina, particularmente Duhalde y Terragno; se den cuenta de que políticas de Estado eran las que habíamos acordado y decidido en el Congreso Nacional en la década del 90.

*Ex ministro de Relaciones Exteriores y ex ministro de Economía de la Nación.