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NO A LA REELECCION

Evo cayó en la trampa

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En 2019, muy a su pesar, Evo Morales dejará de ser el presidente de Bolivia. Apenas reelegido, en 2014, Morales inició una campaña para preguntarle a la población si le permitían reformar la Constitución para darle la posibilidad de ser reelegido una vez más. Evo tenía crédito suficiente para semejante emprendimiento: ganó la reelección por 61% de los votos, incrementó su poder territorial, y su partido, el Movimiento al Socialismo (MAS), alcanzó los dos tercios de los escaños en la Asamblea Legislativa. Su imagen pública, pese a recientes y sonados casos de corrupción, es altísima. El 71% de los bolivianos evalúa como “positiva” su gestión tras diez años en el poder. Nada podía fallar. Pero falló: los bolivianos votaron el 21 de febrero en el referéndum constitucional y le dijeron a Evo que muchas gracias por todo, pero no. ¿Por qué los ciudadanos le pusieron límites a un presidente con imagen positiva tan alta y recientemente validado en las urnas? La explicación hay que buscarla no sólo en los escándalos de corrupción que lo acechan, sino
también en las trampas que esconden los proyectos reeleccionistas.
La primera trampa: una reforma reeleccionista simplifica y unifica el discurso de los rivales. Para la oposición es más fácil unirse contra un referéndum que presentar una propuesta que explique qué aspectos del gobierno quiere mantener y qué aspectos quiere cambiar. En Bolivia, la misma oposición que hace poco
más de un año había enfrentado dividida a Evo, casi regalándole el triunfo, esta vez se unió por el NO sin tener que transitar el arduo camino de acordar un plan de gobierno conjunto. Para la clase política, además, la posibilidad de una reelección indefinida representa una amenaza para sus propios intereses. Esta es otra trampa. Los políticos –ya sean opositores o del propio oficialismo– saben que si le otorgan al presidente la posibilidad de reelegirse, también
están limitando sus propias aspiraciones. Salvo contadas excepciones (como sucedió con Daniel Ortega en Nicaragua en 1990, o Hipólito
Mejía en República Dominicana en 2004), los presidentes latinoamericanos que buscaron su sucesión la obtuvieron.
Los votantes también ponen obstáculos a los proyectos reeleccionistas. Uno es que el costo de decir que “no” es más bajo que decir que “sí”. En una votación, para animarse a cambiar al presidente, los ciudadanos tienen que confiar en una opción desconocida para ellos y arriesgarse a perder muchos de los beneficios que ya tienen. Pero en un referéndum reeleccionista, inclinarse por el “no” tiene un costo más bajo, ya que no requiere apoyar explícitamente un proyecto alternativo: tienen el “no” fácil.
Muy relacionado con este punto es que un referéndum reeleccionista alienta el deseo de empoderamiento de los ciudadanos. En una democracia, los ciudadanos asumen que “delegan” el poder temporariamente en un gobernante, pero retienen la posibilidad de revocarles ese poder en la próxima elección. Cuando se los coloca frente a la situación de relajar ese poder, aflora un sentimiento de resistencia: los ciudadanos tienden a preferir la preservación del poder de revocar a sus gobernantes. En abril de 2012 cuando muchos oficialistas soñaban con una reforma constitucional que permitiera la reelección de Cristina Kirchner, las encuestas mostraban que el 58% de los argentinos se oponía a esa posibilidad, pero al mismo tiempo, seis de cada diez aprobaban la gestión de la ex presidenta. El sentimiento entre los argentinos era “Cristina por ahora viene bien, pero no sabemos qué puede hacer”.
En 2019, cuando Bolivia elija nuevo presidente tras 13 años de gobierno de Morales, recordaremos una vez más que una alta popularidad no es suficiente para pasar un referéndum reeleccionista.

*Directora Agora Public Affairs.