COLUMNISTAS
movilizaciones post modernas (I)

Experiencia latinoamericana

La nueva era de las comunicaciones modificó las concentraciones políticas del siglo XXI. El público, autoconvocado, no espera que nadie lo domine.

obregon-apoyo-pro026
#1A. Algunos creen que la marcha fue organizada por algún partido o acto de internet. | Juan Obregon
Algunos creen que la marcha del último sábado fue orquestada por la estructura de un partido o un acto de magia propio de internet. En la antigüedad, que terminó hace unos veinte años, los dirigentes hablaban, la gente oía y obedecía. La política funcionaba con una lógica militar: quien estaba arriba mandaba, sus subordinados le obedecían y tenían la misma autoridad sobre sus inferiores. Esa sociedad se desmoronó, la frontera entre el emisor y el receptor del mensaje se volvió difusa, todos opinan sobre todo, seleccionan lo que les interesa del discurso y lo reconvierten desde el horizonte de su vida cotidiana. Esto está en el fondo de la crisis de la democracia representativa: antes el ciudadano se sentía inerme, necesitaba que hablaran por él los partidos, los sindicatos y otras organizaciones. Hoy ha tomado el poder con su celular y no siente la necesidad de que alguien lo represente.

Los espectáculos políticos eran caros. Los nazis armaban escenarios fastuosos, fabricaban estandartes y uniformes, levantaban el brazo, cantaban himnos. Fueron también impresionantes los espectáculos del Partido Comunista en la Plaza Roja, con millones de trabajadores que homenajeaban a los grises dirigentes de PCUS. Fueron también impresionantes las manifestaciones peronistas en Argentina, las marchas del campesinado y los obreros que respaldaban al PRI en México, la celebración del cumpleaños de Víctor Raúl Haya de la Torre con el desfile de los sindicatos, la juventud y los bufalitos del APRA, niños uniformados que ingresaban al partido a los 5 años. Proliferaban los estandartes, los carteles, las vestimentas emblemáticas, los gritos, los mecanismos para estimular la histeria colectiva y el maniqueísmo. Los líderes pronunciaban discursos que todos oían y nadie escuchaba, los manifestantes producían sonidos rítmicos y aplausos, y realizaban esas acciones que maravillan a todos los primates, estudiadas por  Desmond Morris en La naturaleza de la felicidad.

Las movilizaciones de la cultura post internet no reconocen liderazgos y son reacias a las consignas. En 2005 los jóvenes quiteños enfrentaron al gobierno del coronel Lucio Gutiérrez. Se conectaron a través de las redes, se movilizaron, cubrieron sus coches con papel higiénico para limpiarse de Gutiérrez, hicieron movilizaciones estrafalarias. No permitieron que ningún político se aproximara a sus concentraciones. Eran antisistema, querían derribar al gobierno sin que nadie los manipule. Su movilización creció, superó a las fuerzas de seguridad y puso en fuga al presidente, sin que el Congreso, los partidos, ni nadie pudiese opinar nada.

Algo semejante sucedió en México en 2012, cuando estudiantes de la Universidad Iberoamericana se enojaron con el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto, quien después de un incidente en el campus dijo que lo habían atacado algunos infiltrados que no eran estudiantes de la Ibero. Como suele ocurrir en esos casos, cundió la indignación. Un estudiante colgó en YouTube un video casero en el que afirmaba que había participado del escrache a Peña Nieto y exhibía su carnet universitario. Decenas de jóvenes lo imitaron en Facebook o en YouTube. Quienes adoptaron esta actitud fueron 131 estudiantes, y luego pidieron a los mexicanos que suban un video proclamándose el estudiante “132”. Así se desató una ola compuesta por miles de ciudadanos de toda edad y condición que dijeron “yo soy 132”, y se formó el movimiento 132 que inicialmente fue virtual, pero inmediatamente llegó a las calles con decenas de miles de personas que rechazaban a Peña Nieto y a Televisa, y amenazaban con influir en las inminentes elecciones presidenciales. El movimiento creció mientras conservó su espontaneidad. Cuando aparecieron mezclados en sus filas militantes del PRD, el 132 perdió fuerza y terminó disolviéndose. Aunque los jóvenes simpatizaban con los candidatos de izquierda, se sintieron manipulados para una campaña partidista. No querían que los dirigieran ni siquiera los candidatos por los que querían votar.


*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.