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ENTRE VISITAS Y DISCURSOS

Francisco recargado

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La simbología desplegada por el papa Francisco en la gira que acaba de terminar por la región comenzó con la elección del itinerario: tres naciones pequeñas –al menos en términos económicos–, “débiles” y con importantes poblaciones indígena-originarias. Dos de ellas gobernadas por líderes de la “marea rosada”, como la llaman en Estados Unidos (Ecuador y Bolivia), y otra por la derecha luego del golpe parlamentario que sacó del poder al ex obispo Fernando Lugo en 2012 y provocó nuevas elecciones (Paraguay). El discurso crítico papal tuvo su momento culminante en la Cumbre Internacional de Movimientos Sociales y Populares organizada en Santa Cruz de la Sierra (más cerca del nivel del mar que en los poco amigables 3.600 metros de La Paz, donde dio su primera misa, para quien no tiene sus dos pulmones). Allí se despachó contra “el sistema”, que es el “hilo” que une a todas las injusticias. Su discurso fue básicamente político y sus referencias al cambio numerosas y a tono con el ambiente. Varias veces habló de la madre tierra, llamó “poetas sociales” a los asistentes, se refirió a la patria grande, al nuevo colonialismo y criticó el “sistema excluyente”, la concentración de los medios de comunicación (que promueven el colonialismo ideológico), los tratados de libre comercio, las medidas de austeridad, y la “tercera guerra mundial en cuotas”. El objetivo, dijo, es el acceso a las tres T: tierra, techo y trabajo. Pero también  a la salud, la educación, la innovación, el deporte y la recreación. Música para los oídos de los asistentes. El País de España subtituló una nota “Francisco nunca simpatizó con los teólogos de la liberación. Hoy parece uno de ellos”.

Pero si en esta cumbre el tono fue festivo y alegremente crítico, en algunos tramos de su visita a Paraguay, sobre todo en el carenciado Bañado Norte en Asunción, el “hermano papa”, como lo llama Evo Morales, recibió los reclamos de los pobladores. “Los vecinos entienden que la palabra del Papa no sólo fortalecerá la fe sino su posición frente a la presión que se ha desatado por las tierras”, escribió el antropólogo Pablo Semán en la revista Anfibia. En Paraguay, cualquier reclamo popular –y más los de los campesinos– es visto como subversivo; no hay que olvidar que el dictador Alfredo Stroessner definió a su país como “el más anticomunista del mundo”.

El Papa hace de este modo su entronque con la teología del pueblo con la que vinculó religión y peronismo; hoy parecen lejanos e incomprensibles los días en los que Néstor Kirchner veía a un Bergoglio “carrioísta” como un enemigo número 1 y La Nación publicaba que “Kirchner quiere abortar desde el germen la articulación de una oposición política que, imagina, teje el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Jorge
Bergoglio”. Eran los días en los que esa pelea tenía como terreno a Misiones, con Kirchner apoyando la reelección indefinida del gobernador y el hoy papa, al obispo Joaquín Piña, que la resistía. Otro momento fue la sanción del matrimonio igualitario hace cinco años. Por eso Carlos Pagni escribe ahora, en el mismo diario, que en esta gira latinoamericana “el Papa acentuó lo que estuvo claro cuando eligió llamarse Francisco: la pretensión de modular la doctrina social de la Iglesia en una reivindicación más extrema de los pobres y excluidos, enmarcada en categorías políticas y económicas afines al populismo”. “Correa, Morales, también Cristina Kirchner, deben estar agradecidos por una melodía que el Papa interpreta y ellos reconocen. Suena cuando el populismo regional atraviesa un trance infeliz”.

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Sin duda, en su recorrido, Francisco –que se concibe como un “cura callejero”– no sólo apareció como un populista, sino, para muchos, como un populista de izquierda. Desde otra vereda, Semán habla de un “neopapismo de izquierda”, incluso ateo. Si tal cosa existe, el discurso papal en Santa Cruz debería ser, sin duda, un momento fundacional. El líder del emblemático Movimiento sin Tierra de Brasil, João Pedro Stedile, ponderó: “Si el capitalismo tiene a Obama, nosotros tenemos a Francisco”, sin reparar que en Estados Unidos Francisco es un aliado de Obama contra los influyentes “libertarians”, los llamados anarquistas de derecha que consideran al primer presidente negro un socialista por extender la salud pública.

En ese marco, Evo Morales le regaló a Francisco un crucifijo sobre una hoz y martillo, y la noticia se viralizó de inmediato. Primero vino la sorpresa, luego las burlas y condenas de los críticos, y finalmente la explicación: esa cruz era una réplica de la que había hecho, con sus propias manos, el cura Luis Espinal, asesinado por esbirros de los militares en 1980 y emblema de la Iglesia comprometida en Bolivia. Luego los críticos dijeron que el Papa dejó la cruz –junto a las condecoraciones– en Bolivia, y el Papa los desmintió: dijo que había dejado las condecoraciones bajo custodia de la Virgen de Copacabana pero que se llevó con él esa cruz poco convencional. Incluso la comparó, sin nombrarlo, con la obra de León Ferrari, aquel censurado Cristo sobre un bombardero norteamericano usado como cruz (como si él mismo no hubiera tenido nada que ver con esa censura). “Espinal era un entusiasta de este análisis marxista de la realidad (en boga esos años) y también de la teología usando el marxismo. De esto vino esta obra de protesta –también las poesías de Espinal eran de ese género–, pero era su vida, era su pensamiento, era un hombre especial, con tanta genialidad humana y que luchaba, él tenía buena fe. Haciendo una hermenéutica como ésta lo comprendo. Para mí no fue una ofensa, pero tuve que hacer esta hermenéutica y lo digo a ustedes para que no existan interpretaciones”.

Hoy ya el comunismo no es un enemigo para la Iglesia, sí lo son los grupos evangélicos que se expanden por la región y le disputan al catolicismo su influencia en el mundo popular. En ese contexto, el antineoliberalismo es un terreno de convergencias en el que los gobiernos nacional-populares y el Papa pueden identificarse con palabras comunes contra el egoísmo, el rol desmesurado del mercado o la crítica a las ganancias exageradas, al “ídolo dinero”. Como estos gobiernos, con excepciones como el matrimonio igualitario o la ley de género en Argentina, no son audaces en el terreno de derechos como la despenalización del aborto, esa sintonía común se vuelve de mutua conveniencia.
Finalmente, la crisis de los proyectos anticapitalistas (en sus versiones revolucionarias o reformistas) parece justificar frases como la de Stedile. Incluso este discurso social, pronunciado con el carisma de Francisco, parece sonar hasta “revolucionario”.

*Jefe de redacción de Nueva Sociedad.