COLUMNISTAS

La inflación particular

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Más allá de las mediciones quizá fraudulentas del Indec, de las presiones que ejercía Guillermo Moreno a los empresarios o de lo que opine Ana María Edwin; al margen del índice de inflación que dan a conocer diputados liberales todos los meses, o del que emite el estudio de Orlando Ferreres, o de la opinión de Carlos Melconian y la de Axel Kicillof, el incremento de precios puede medirse fácilmente de manera particular. Y es el único índice que le importa a la gente común. Sin duda que nadie supera en capacidad y logística al Instituto Nacional de Estadística y Censos para realizar una medición general del incremento de precios. Por cantidad de empleados, por años de experiencia, por cursos que habrán realizado en el exterior. Pero si la orden del Gobierno es mostrar un índice bajo, posiblemente tomen los productos con precio congelado, no irán a relevar los días de remarcación, evitarán grandes marcas y toda otra suerte de trucos para conseguir este objetivo con eficacia y avales técnicos.
Ahora bien, a las personas comunes lo que nos interesa es nuestra inflación particular, y ésta es muy fácil de medir. Además, es incontrastable, innegable, nadie la puede discutir.

Cuando me mudé al club de campo donde vivo, en julio de 2001 pagábamos 680 dólares mensuales de expensas, que eran $680. Hoy se pagan $8.800, trece veces más, y aproximadamente 800 dólares al valor libre. La primera vez que me hice lentes de contacto pagué $75 cada uno, 150 dólares el par. La última vez que los renové, el año pasado, costaron $1.700. Hoy, deben alcanzar los $2.000. En convertibilidad, llenaba el tanque de mi automóvil extranjero con 70 dólares, que eran 70 pesos, equivalentes a 70 litros de combustible. Hoy, pago $700 para llenarlo de súper ecológica sin plomo. Las cocheras de San Telmo que alquilamos para dejar los vehículos costaban $400 hace años; más tarde, $800 mensuales, y hoy estamos pagando $1.900 por las dos. Con mi esposa hacíamos las compras durante los años 90 y recuerdo que llenar un changuito de supermercado costaba $100, 100 dólares, sin alcohol o productos especialmente caros. Hoy, llenar un carro de supermercado cuesta $1.500 o $1.700. Cuando organizábamos un asado familiar, diez años atrás, gastábamos $500, para comer lo mismo que hoy requiere $1.300 o $1.500. El colegio de las nenas costaba 250 dólares en el último año de la convertibilidad. Hoy pagamos $3.700 más algunos extras.

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El índice de precios al consumidor aumentó desde el año 2002 hasta la fecha 700% de acuerdo con mediciones privadas. Es el índice de precios que le interesa a la gente común, el que mide los valores de los productos y los servicios que consume el público. Claro está que lo descripto anteriormente corresponde a un consumo de clase media alta, aunque la inflación complica a todos en mayor o menor proporción. Y esto es un promedio, obviamente, ya que algunos productos o servicios suben mientras que otros bajan. El dólar valía $1 hasta 2001 y hoy cotiza en 11 por unidad. Por lo tanto, al margen de lo que diga el ministro de Hacienda o el ex secretario de Comercio, los diputados o los economistas; por mucho que se pretenda llamarlo “reacomodamiento de precios” o “variaciones puntuales de algunos bienes y servicios”, el costo de vida para la gente subió entre 700 y 1.000% en estos doce años. No cabe la más mínima posibilidad de discusión. Y eso con tarifas prácticamente congeladas, que ahora se aprestan a desmovilizar.

* Ex directivo de Ambito Financiero.