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economia cotidiana

La realidad sustituida por el relato

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La mañana empieza con una visita al correo, donde la carta expreso aumentó un doscientos por ciento en tres años. Los empleados comentan que está todo parado, que tienen muy poco trabajo. El diariero hace la misma observación. Ultimamente, sólo le compran el diario los clientes fijos, nunca la gente que pasa. También nota el vacío en las calles, los negocios cerrados, la falta de mercadería, la reticencia a salir, los salarios que no alcanzan, la vida fantasmal de los jubilados.
El pueblo tiene 8 mil habitantes según el último censo, 15 mil según los rumores. San Clemente existe gracias al turismo de verano, un turismo de clases populares. Nunca fue un sitio lujoso ni entró en ebullición en el invierno. Pero solía mostrar otros signos de vida. Un mítico café, que permaneció abierto 24 horas durante cincuenta años, ahora cierra a las 2 de la mañana y los martes todo el día. Se ve muy poca gente en las mesas allí y en otros locales, mucha menos de la que había hace dos años. En cuanto a la temporada record, dicen que fue concurrida, pero también que se gastó menos que nunca. En el supermercado aseguran que los turistas se alimentaron con lo más elemental de las góndolas. El repartidor mayorista de bebidas confirma que vendió muy poco. Y el invierno es demoledor. En la calle sólo se ven las cuadrillas que con el dinero nacional y provincial (el intendente es kirchnerista) se ocupan de rehacer la calle principal, una obra que comenzó el año pasado y se complementó con la remodelación de plazas. Pero si la actividad pública y el éxito de los contratistas del Estado aumenta, la vida privada se contrae. En otra obra pública, se amplió hace un tiempo la red de gas natural, pero instalarlo en un departamento de dos ambientes cuesta 6 mil pesos y muy pocos lo hacen.

Leemos que la economía se recupera, que vuelve a crecer de manera explosiva, que se viene la bonanza. Nuestra modesta verificación empírica en el pueblo lo desmiente. ¿Creemos lo que vemos o nos inclinamos frente a los anuncios triunfalistas, aceptamos que la prosperidad argentina contrasta con la malaria europea? Las noticias tienen sus propias reglas, viven en una esfera paralela a la de la experiencia. En el verano, por ejemplo, la carne se fue a las nubes. Las visitas a la carnicería revelaban la escalada que llevó el asado de 14 a 24 pesos en pocos días. Pero la información apareció en los diarios recién dos semanas más tarde y el Gobierno la reconoció a los dos meses. Durante ese lapso, muchos aseguraban que la carne no había aumentado o sólo lo había hecho en las localidades balnearias. En un viaje a Madrid, comprobamos que muchos productos de consumo básico estaban más baratos que en la Argentina. Hace poco lo anunciaron en un programa de televisión local, pero nadie parece dispuesto a sacar conclusiones de una señal tan alarmante sobre nuestro poder adquisitivo.
Lo que intento decir es que la economía argentina va mal. Va mal para una gran mayoría de los argentinos aunque vaya bien para algunos bolsones claramente diferenciados del capital y del trabajo. Y me preocupa que los políticos, incluso los opositores, no parezcan advertirlo. Es como si vivieran aturdidos y creyeran que el Bicentenario nos encuentra alegres y venturosos, en justicia e igualdad. Tal vez esto sea así desde que la realidad ha sido sustituida por “el relato”. La destrucción de las estadísticas públicas, el ataque sistemático contra el periodismo, la creación de una poderosa red mediática que difunde la propaganda oficial nos han puesto a la defensiva: estamos menos empeñados en una batalla política que en un esfuerzo por recuperar la cordura y hacer caso a nuestro entendimiento. Angustiados, solitarios, sin un referente en la esfera pública, nos encontramos en una situación completamente nueva: ya no nos sirve lo que ven nuestros ojos y es inútil que otros ojos lo confirmen, porque nuestro relato es pequeño y el de ellos es grande. Y eso es lo único que cuenta. ¿Cuánto se tarda en convencerse de que uno vive en un mundo feliz? Pero antes de perder la razón, me gustaría insistir en que la economía va mal aunque varios no se hayan dado cuenta.

*Periodista y escritor.

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