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La última tentación

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¿Cuál es la vida que queremos? Hoy leí en un diario  que un escritor austríaco, sexagenario, vive alejado en medio de un bosque donde sale a juntar hongos para comer. Y que también se cocina y lava los cacharros y las ollas, y cuando juega el equipo del que es hincha se va al bar de la estación de trenes y ve los partidos entre la gente. Escribe y lee sin que nadie lo moleste y sale a dar largos paseos. Su mujer vive en la ciudad, y él suele visitarla tres o cuatro veces por semana. Me pareció una vida genial. Mi padre me contó que antes de formar una familia llegó a vivir en la costa con una novia de juventud, pero algo no funcionó y se volvió a la ciudad. Tenía más de 30 años y pensaba que después de esa aventura fallida, se iba a quedar soltero para siempre. En esa época, tener más de 30 años era ya ser adulto y estar un poco pasado de maduro. Pero conoció a mi madre en un baile y formó una familia. ¿Le habrá gustado lo que eligió? ¿Alguien en otra vida continúa lo que nosotros dejamos sin hacer? En La última tentación de Cristo, una novela de Niko Kazantzakis que filmó Martin Scorsese y que causó gran polémica entre los muchachos que le pegan con la derecha –presentaron recursos de amparo para que no se exhibiera el film en nuestro país–, Cristo bajaba de la cruz justo cuando iba a ser sacrificado y se iba con María Magdalena. No quería ser el elegido, no quería morir y prefería –tentado por el Diablo– seguir una vida de hombre común. Es un momento importante de la fábula de Nuestro Señor ése en que se muestra como un ser vulnerable y lleno de pánico por tener que sacrificarse y morir. “El cáliz tan amargo” del que tiene que tomar es demasiado denso e inexplicable. ¿Qué es esa voz que escucha dentro de él y que le dice que es Dios hecho hombre? ¿Por qué a él y no a otro? Esta visión demasiado realista de Cristo le pone los pelos de punta a la Iglesia institucional que prefiere, siempre, la ciencia ficción. En el relato de Kazantzakis, cuando moría Magdalena, Jesús se casaba con Marta y tenía varios hijos y trabajaba de carpintero haciendo ruedas para los romanos, cosa que generaba el repudio de todos los judíos de su comunidad. Pero un día descubre que el ángel rubio que lo tentó con la vida común en realidad es Mandinga –qué gran papel que tiene el Adversario siempre en nuestro destino– y que toda esa vida es un sueño y entonces se despierta crucificado y acepta su destino, y vive su pasión redentora. Lo que para Cristo fue una tentación –vivir de manera anónima sin buscar trascendencia social, tener hijos, trabajar– es, para mí, la vida real, la que he elegido, la que me gusta: la tentación es la vida solitaria, la del escritor austríaco, la que abandonó mi joven padre. La tentación, parece, cumple el rol de afirmar o cuestionar lo que elegimos. Feliz año.