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secuencia repetida

Los miedos con que Cristina nos adorna el arbolito

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Durante 2014 el Gobierno intentó todo lo imaginable, y algunas cosas inimaginables, para no perder poder. Igual que en 2010, ignoró la voz de las urnas que en las legislativas le reclamaron cambios, desalentó las protestas en su contra dejando en claro que no iban a tener efectividad alguna, así como los planteos de sus propios aliados moderados, de modo de evitar la dispersión de sus apoyos hacia una zona neutral fuera de su control. En pocas palabras, aplicó la receta del castillo sitiado.

Con el agregado de que se trata de una fortaleza en perpetuo movimiento, hiperactiva. Lo vimos en la infinidad de medidas con que intentó mostrarse en la economía y la política haciendo sus mejores esfuerzos y avanzando, aunque con efectividad decreciente y pedaleando cada vez más en el mismo barro: a comienzos de año devaluación para recuperar la competitividad perdida, poco después pago de cuentas externas pendientes para tomar nueva deuda; elusión del fallo Griesa y polarización nacionalista cuando la Corte de Estados Unidos frenó ese intento, emisión monetaria acelerada para reanimar la actividad económica y emisión local de deuda y bicicleta financiera cuando esa reanimación falló; nueva ley de abastecimiento para endurecer el control de precios, mayor agitación contra los empresarios desde que la resistieron y la inflación continuó, promoción de un candidato propio para desplazar a Scioli y desactivación de la amenaza representada por el FR para la unidad peronista, presión sobre el gobernador bonaerense para que entregue todas las listas de candidatos una vez que lo anterior se frustró, desmantelamiento de oficio del Grupo Clarín, acorralamiento de los jueces con una reforma procesal penal que les quita atribuciones tras que ellos frenaran algunas de sus medidas anteriores y sobre todo empezaran a investigar en serio la corrupción, operación “ladrones somos todos” cuando advirtió que las investigaciones continuarían, etc., etc.

En todos los casos los acontecimientos siguieron una misma secuencia: primero sorpresa por la inventiva oficial, luego reacciones a favor y en contra, pero en general consenso de que nada podría detener al Ejecutivo ni mucho menos disuadirlo de seguir por su camino, con el paso de los días crecientes resistencias y obstáculos que hacen más y más improbable que se salga con la suya, hasta que él mismo deja de hablar del tema y lo tapa con una nueva sorpresa.

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Manteniendo así la iniciativa a lo largo del año logró postergar la entronización de Scioli como candidato a la vez oficial y autónomo, descargó en los empresarios, los holdouts y demás actores internacionales parte de la responsabilidad por los problemas económicos y mantuvo activo el ethos militante. Pero nada de eso basta para que logre el año próximo los objetivos propuestos: que CFK deje la presidencia con el consumo creciendo y un bajo desempleo, y que sus candidatos le aseguren una importante cuota de poder institucional remanente.

Con todo, no se resigna. Como con el tirano del castillo, que por más dislates que decida puede seguir contando con cierta cuota de obediencia pues sus súbditos imaginan que todo va a ser peor si las murallas ceden y se desatan el caos, el saqueo y cosas parecidas, el mayor aliado de CFK es a esta altura el miedo. Y hay que reconocer que sabe usarlo. Lo hizo con maestría en la denuncia de supuestas conspiraciones para desatar saqueos de fin de año, que atribuyó a la oposición y a medios de comunicación independientes. También respecto de la supuesta intención de aspirantes a la sucesión de eliminar “beneficios sociales”. Es evidente que con esto deja en claro que el modelo K es mucho más precario de lo que propagandizan sus medios. Pero esta contradicción es un costo menor frente al enorme beneficio que le brinda asustar a la gente respecto del futuro que le espera cuando necesite otro líder que la proteja. Y tal vez con ese miedo le alcance.

 

*Investigador del Conicet y director de Cipol.