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Defensor de los Lectores

Palabras envenenadas

Arduo trabajo tienen las organizaciones y personas que enfrentan la dura, dramática, creciente violencia contra la mujer: el empleo de cierta terminología, de un lenguaje más fundado en el eufemismo que en la concreta y directa caracterización –sin cortapisas– de acontecimientos que conmueven a la opinión pública, contribuye a bajarle el valor a esos hechos y a la acción de quienes los provocan.

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ANAHI: “Hallaron el cuerpo” no significa “fue asesinada”. | cedoc

Arduo trabajo tienen las organizaciones y personas que enfrentan la dura, dramática, creciente violencia contra la mujer: el empleo de cierta terminología, de un lenguaje más fundado en el eufemismo que en la concreta y directa caracterización –sin cortapisas– de acontecimientos que conmueven a la opinión pública, contribuye a bajarle el valor a esos hechos y a la acción de quienes los provocan.

Para que no haya dudas desde el vamos: este ombudsman está escribiendo acerca del lenguaje que la mayoría de los medios eligió en días pasados para definir, titular e informar qué pasó con la adolescente Anahí Benítez, de 16 años, asesinada en Lomas de Zamora. Lo que transmitieron inicialmente (y también ayer) periodistas y órganos de comunicación fue que –palabras más o menos–“hallaron el cuerpo sin vida” de la joven. Decir esto, cuando ya estaba claro que había sido muerta con violencia por otra persona, redujo el valor de la noticia y sirvió para relativizar el hecho de que Anahí no murió accidentalmente ni de manera natural, sino que resultó víctima de un caso más de violencia de género. Fue muerta a golpes y asfixiada. Es claro que quienes eligieron ese lenguaje no lo hicieron con intención de actuar livianamente. Sucede que el eufemismo, ese mal que suele colarse en el trabajo de quienes ejercemos este oficio, parece crecer en dos sentidos: por un lado, con intención de suavizar acontecimientos duros para una (supuesta) mejor digestión de los consumidores de noticias; por otro, con la acción deliberada de quienes ocultan tras palabras (en apariencia) inocentes, hechos y decisiones que merecen un lenguaje más descarnado con la intención de desviar la atención de la opinión pública, la misma que sirvió para justificar torturas, crímenes, desapariciones, persecución durante la dictadura argentina y otras en el mundo y que aún hoy es aplicada para la vida cotidiana, política incluida.  

“Las palabras tienen a veces significados profundos de los que no somos conscientes, y que sin embargo conforman nuestra manera de pensar. Algunos centros de poder conocen muy bien estos valores de las palabras, y manipulan el lenguaje porque así consiguen manipular el pensamiento de quienes no reflexionan sobre su propio idioma”. Lo advirtió el periodista español Alex Grijelmo en su columna “Contra la palabra tregua”, citada por la Red Etica de la Fundación Nuevo Periodismo en una publicación de 2016. En el mismo texto, se formulaban interesantes preguntas que los periodistas debemos respondernos antes de emplear una palabra en reemplazo de otra por el motivo que fuere: “¿En qué ocasiones son válidos los eufemismos en el periodismo? ¿Deberían evitarse los eufemismos en las piezas informativas? ¿Podría decirse que los eufemismos buscan siempre ocultar o maquillar la realidad? ¿Cuáles son los peores eufemismos en los que cae la prensa con frecuencia? ¿Es válido decir que hay eufemismos buenos y eufemismos malos en el lenguaje periodístico? ¿En qué ocasiones es preferible usar la expresión retención en lugar de secuestro? ¿Son aceptables los eufemismos para evitar que una crónica roja suene demasiado burda o amarillista? ¿Se esconde un miedo tras el periodista que recurre a los eufemismos? ¿Siempre que se usan eufemismos hay autocensura?”.

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En mayo de 2016, el periodista español Carlos Miguelez citaba a su coterráneo Javier Marías en un artículo para el sito Periodistas-es.com. Marías había cargado contra la imposición de “vocablos artificiales, nada económicos, a menudo feos y siempre hipócritas, que tan sólo constituyen aberrantes eufemismos, como si no sufriéramos ya bastantes en boca de los políticos”. Y agregaba: “Cualquier cosa que se invente acabará por resultarle denigrante a alguien. Y, lo siento mucho, pero en español quien no ve nada es un ciego (no un no vidente) y quien no oye nada es un sordo. Lo triste o malo no son los vocablos, sino el hecho de que alguien carezca de visión o de oído”. Lo que parece una reducción excesiva se hace dramático cuando los eufemismos sirven para relativizar situaciones de magnitud tal como el asesinato de la adolescente en Lomas de Zamora. Decir que fue hallado su cuerpo sin indicar –fuera de dudas– que la asesinaron es una suerte de doble homicidio, mal que les pese a los que emplearon el eufemismo.

Escribió ayer en su muro de Facebook el escritor argentino Ernesto Mallo: “Quienes trabajamos lealmente con el lenguaje sabemos que no es una herramienta para conseguir un fin; nosotros somos el medio a través del cual el lenguaje se expresa. Existía antes de nosotros y seguirá existiendo cuando hayamos pasado al olvido”.

El pan, es pan. El vino, vino.