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LA LENGUA ARGENTINA

Ponele

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Universal. La conversación es una negociación entre partes. | Shutterstock

La conversación normal es, entre otras varias caracterizaciones, una negociación. Como bien decía el maestro Paul Grice, entre dos –o más– individuos que se unen en un diálogo se da una especie de acuerdo tácito de respeto a ciertas restricciones conversacionales. Sin que quienes dialogan lo pacten explícitamente, la conversación se va desarrollando de manera tal que cada cual contribuye a ella para que evolucione en una cierta dirección. Si bien existen excepciones, este es en términos generales el principio que rige la mayor parte de las charlas espontáneas.
Esa negociación, entonces –como digo–, tiene un componente bastante universal, que se refiere a la cooperación individual al diálogo. Más aún, en la teoría griceana, hasta los casos de quiebre aparente de esa cooperación pueden ser analizados como normativos. Por ejemplo: alguien dice más de lo que habría que decir, o menos; alguien se expresa de manera vaga, o por el contrario da demasiados detalles; alguien dice algo que es a todas vistas mentira; o alguien dice algo que no tiene que ver con el tema de la charla. Cuando quien habla comete estas “transgresiones” de manera evidente como para que el interlocutor lo advierta, dice Grice, se está insinuando algo y se espera que esa insinuación sea interpretada.
A esta condición de la condición humana habría que restarle el componente personal. Todos conocemos a quien habla de más o de menos, se va por las ramas o exagera con los detalles sin siquiera darse cuenta. Y, claro está, a quien nos miente de manera flagrante, pero nos quiere hacer creer que dice la verdad. Estos no cuentan al hablar de insinuaciones.
Lo que sí cuenta en el asunto es el componente social de los usos locales. Cada grupo y cada región tienen sus modos exclusivos de proponer la cooperación cuando conversan. Es decir, los guiños característicos que se entienden dentro de esa especie de cofradía constituida por la pertenencia a una cierta comunidad. Cualquiera que haya viajado a otra región hispanohablante sabe que existen giros que se le escapan y que le suenan a gestos “cómplices” que lo dejan fuera.
 Es de esto último de lo que quiero ocuparme. En esa acción colaborativa que vengo delineando para hablar de la negociación que implica todo diálogo, las expresiones o locuciones locales que contribuyen a la negociación conversacional suelen ser originales y divertidas. Especialmente, cuando todavía no están extendidas. Especialmente, cuando resultan novedosas.
Desde hace un tiempo ha empezado a surgir en la charla cotidiana una expresión con un sentido no previsto en el diccionario: “ponele”. Aunque difícil de traducir en una palabra a otro idioma y acompañada siempre por una determinada entonación y una especie de asentimiento con la cabeza, “ponele” es una respuesta afirmativa que concede transitoriamente la verdad o la justeza de lo que acaba de ser dicho. Algo así como una complicidad por la que se insinúa “vos y yo sabemos que esto no es (exactamente) así, pero vamos a aceptarlo por el momento: suspendamos la obligación de ser precisos”.
“¿Así que estudiás Medicina? Sos médico”, “Ponele”. “¿Fuiste con tus viejos al Colón? Te gusta la ópera”, “Ponele”. “El pibe con el que saliste anoche ¿es lindo?”, “Ponele”. “¿Tenés buen promedio en la carrera?”, “Ponele”.
Con un significado que se aleja del “ponele” tradicional (“ponele sabor a tu vida”, “ponele menos sal al caldo”), “ponele” es una nueva marca de “distinción” en la conversación de los porteños –que siempre nos sentimos orgullosos de cómo hablamos–. Una señal de actualidad (¿juventud?) discursiva.
Y es una forma más (quizás esto sea lo más interesante) de evidenciar de qué manera económica negociamos los significados en nuestro diálogo. Un modo de decir “acuerdo, pero no del todo”. O de ceder terreno… ¿pero no cederlo? Ponele.


*Directora de la Maestría en Periodismo de la Universidad de San Andrés.