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Retrato de Ana

Hoy, 19 de octubre de 2016, hago un breve informe de Ana. Nació una mañana de agosto, y por eso suele decir: “Nunca tengo frío porque nací en invierno”.

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Hoy, 19 de octubre de 2016, hago un breve informe de Ana. Nació una mañana de agosto, y por eso suele decir: “Nunca tengo frío porque nací en invierno”. Le gusta mucho jugar con dos amigas que tiene desde la época de su primera experiencia escolar, lo que llama poderosamente la atención. Uno se pregunta si logrará mantener ese vínculo toda la vida.

Por algún motivo, viendo la television, tuvo conocimiento de la anacondas, serpientes gigantes que le generan admiración y terror. Cuando el padre viaja a algún lado, le pregunta: “Donde vas, ¿hay anacondas?”. Los mediodías, antes de salir para ir a la escuela disfruta de El Zorro, una serie más propicia para que le guste a un varón que a una nena. De hecho, hace poco, en una fiesta de disfraces del jardín se vistió del Zorro y hasta se pintó los bigotes: estaba genial.

Ana es muy social, y muy sensible: no soporta que alguien sufra en un cuento, una película o en la vida real, eso la hace llorar. Es una nena ligeramente más alta que la media –debido a su madre– y tiene una nariz ancha y una boca grande –debido a su padre–.

Ahora le faltan las dos paletas delanteras de los dientes. Su olor es particular, ya que deja rastros en partes de la casa y en el camisón que su padre atesora debajo de la almohada para, como Proust, olerlo y recordar a Ana cuando no la ve. Tiene un olor mineral que sólo puede ser identificado como el olor de Ana.
Ana es una parte de la naturaleza, una singularidad del ser. Algo hermoso de tocar son sus manos, tan pequeñas y suaves como las de la lluvia.