COLUMNISTAS

Teoría y praxis

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Recuerdo ahora la celebre frase de Gramsci sobre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, y le encuentro un inesperado eco con otras dos frases. Una de Theodor W. Adorno: “Donde no se quiere la utopía, es el pensamiento mismo el que muere”. La otra es de Max Horkheimer: “En el acto de pensar está encerrada toda la esperanza”. Ambas frases se encuentran en Hacia un nuevo manifiesto, traducido por Mariana Dimópulos, recientemente editado por Eterna Cadencia, en el que los dos ensayistas de la Escuela de Frankfurt dialogan –a modo de un punteo, un boceto, o casi telegramas– sobre la vieja tensión entre teoría y praxis. El aire en común con Gramsci se vuelve netamente frankfurtiano cuando notamos que en las dos frases aparece la palabra “pensamiento” (o “acto de pensar”). Es desde la teoría –el pensamiento– que se genera la esperanza, que se instala la utopía. Por afuera de la teoría –de la teoría crítica– “el pensamiento queda muerto en la duplicación” (la frase es de Adorno). Acontecidas probablemente en 1956, cargadas de referencias teórico-políticas a su época (en especial como rechazo tanto al marxismo soviético como al capitalismo de una burguesía que “convierte el pensar en facts”), leído hoy, en nuestro tiempo, aflora –al menos en mí– una leve melancolía: ¿cómo podemos pensar nosotros la tensión entre teoría y praxis en un tiempo en el que parece ya no haber teoría? Pocas épocas en la historia se han caracterizado por una violencia tan antiintelectual como la nuestra. Y cuando se habla aquí, entre nosotros, todo el tiempo, de populismo (entendiendo al populismo como la expresión del antiintelectualismo por excelencia) tenemos la obligación crítica de pensar en un mismo horizonte a todos los actores políticos del presente: el populismo atraviesa, o más aún, constituye, es la razón de ser del periodismo, del relato de los grandes medios, de la industria del espectáculo televisivo, de la publicidad. El populismo es el discurso de la época. La política es parte de este horizonte, pero el clima antiintelectual, y por lo tanto, banal, trivial, y profundamente reaccionario, no es sólo exclusividad de ella (cuando señalo a “la política” es porque, en relación al populismo que prohíbe el pensamiento crítico y estimula la chatura intelectual, la explicación exprés de temas complejos, y la claudicación ética, no veo diferencias entre Cristina, Massa o Macri). Por lo tanto, medio siglo después, no deja de ser interesante volver sobre esas conversaciones entre Adorno y Horkheimer, porque se sitúan en un polo diferente al nuestro. Para ellos, hay teoría crítica, pero no hay política. Horkeheimer declara: “No tenemos otra cosa [se refiere a la terminología de Marx] pero hasta qué punto debemos mantenerla. ¿Es actual la cuestión política en un tiempo en que no se puede hacer política?” A lo que Adorno, otra vez con un aire voluntarista a lo Gramsci, responde: “En este instante está todo cerrado, pero en cada instante todo puede cambiar”. Y agrega: “Esta sociedad no avanza hacia un Estado de bienestar social. Esta sociedad que va sujetando cada vez más a la gente, crece al mismo tiempo que su irracionalidad”. Hoy, la política se ha vuelto no lo que abre, sino lo que obtura, lo que disciplina, lo que coarta el deseo y lo que reprime. La política se ha vuelto definitivamente policía. ¿Y el pensamiento?