CULTURA
Palabras finales XIX

El único y su mosquito

Célebre en el campo de la filosofía –también en la historia, la psicología y hasta la sociología–, Max Stirner, autor de esa catedral que constituye el libro “El único y su propiedad”, tuvo una muerte poco glamorosa a causa de un mosquito, esa pandemia de la humanidad que castiga desde tiempos bíblicos hasta el presente con el zika.

Trio de gigantes. Max Stirner conoció a Engels, que hizo una singular  caricatura de él, y también a Marx.
| Cedoc Perfil
En un sitio web donde se registran “las muertes más perturbadoras del mundo”, se incluye a Max Stirner (1806-1856), de quien se dice que murió de una infección tras ser picado por un insecto volador en el cuello. Otros dirán que fue una muerte absurda provocada por la picadura de un mosquito o mosca que le habría trasmitido el carbunclo, hoy conocido como ántrax, infección que puede presentarse como lesión en la piel similar a la picadura de un insecto. De todas formas, lo que parece destacarse es que se trataría de una muerte paradójica, como si un pensador y escritor de la estatura de Stirner hubiera merecido morir de un modo más heroico o al menos previsible.
Nacido como Johann Kaspar Schmidt en la ciudad alemana de Bayreuth, el autor de ese libro único en todo sentido que fue El único y su propiedad estudió Filosofía y Filología y frecuentó al grupo de intelectuales hegelianos Die Freien (Los Libres), que hacían sus tertulias en las cervecerías berlinesas de la década de 1840. Conoció a Marx y a Engels, este último autor de una caricatura célebre de Stirner, quien llevó el método dialéctico mucho más allá de Hegel, hasta un punto extremo, anómalo, desplegado en 1844 en ese libro cuya primera línea reproduce o más bien se apropia del verso de Goethe sin citar la fuente: “He fundado mi causa en nada”. Considerado por algunos como un eslabón perdido en la prehistoria del anarquismo, Stirner también superó el discurso libertario al dirigir su crítica no sólo contra Dios y el Estado, sino contra todos los grandes ideales que pueden sustituir a esos absolutos, llámense hombre, humanidad, patria, sociedad, revolución, incluso libertad, en tanto éstos serían sólo fantasmas, abstracciones, creencias o representaciones: “Nada está por encima de mí”.
¿Qué o quién era ese “único” de Stirner? Einzige en alemán sería “solo, singular, único” aunque no necesariamente Ich (yo), sea como yo romántico, metafísico o esencial. Y eigentum, si bien se traduce como “propiedad” o “patrimonio”, en Stirner no tendría el sentido de propiedad burguesa o hereditaria sino el de una apropiación sin cálculo, una autoafirmación que libera al sujeto de toda posesividad: “Todo interés hace de mí, cuando no sé desprenderme de él, su esclavo, y no es ya mi propiedad; yo soy la suya”.
De modo que, lejos de adherir al liberalismo, Stirner cuestionó esa propiedad liberal que se basa en la protección jurídica de las instituciones: “La propiedad burguesa se apoya únicamente en los títulos legales. El burgués sólo es lo que es gracias a la protección del Estado. Perdería todo si el Estado llegara a desplomarse”. O sea, los liberales pueden proponer un “Estado mínimo” y la erosión de la protección social pero a costa del mantenimiento de la policía estatal como última garantía, decía Stirner a mediados del siglo XIX, anticipándose a las críticas contemporáneas al neoliberalismo. En cuanto a los socialistas, para Stirner eran religiosos inadvertidos que pretendían imponer derechos y obligaciones colectivas e ídolos a adorar como la clase obrera o el pueblo, abstracciones que siempre exigen servidumbre.
El único sería lo contrario a todos esos “poseídos por los espíritus”. Su propiedad sería la reapropiación por parte del productor de todos los objetos y representaciones que él mismo ha creado, mediante un acto de desalienación, de reintegración a sí mismo de aquello que se ha sobreimpuesto a su existencia: “Yo soy el propietario de mi poder, y lo soy cuando me sé único. En el único, el poseedor vuelve a la nada creadora de la que ha salido”.
La publicación del  libro le costó a Stirner la inmediata pérdida de su empleo como profesor de Literatura en un liceo femenino donde se suponía que las hijas de familias ricas protestantes no podían ser expuestas a tales ideas. Casado con una asistente a las tertulias de Los Libres, Marie Dähnhardt, quien tenía una dote familiar abundante, pudo sobrevivir por un tiempo a la falta de trabajo pero las calumnias que circulaban sobre el posible matrimonio de conveniencia y otras incompatibilidades llevaron a que ella lo abandonara entre 1845 y 1847. Además, Stirner apostó al desarrollo de una empresa de distribución de leche a domicilio en carritos tirados por perros, en la que dilapidó las reservas provenientes de su matrimonio y contrajo deudas por las que fue llevado dos veces a la cárcel por un mes y tres semanas.
Luego vivió precariamente de algunos artículos y traducciones, sobre todo de la obra completa de Adam Smith al alemán, y empezó a escribir una Historia de la reacción, inspirada en la oleada revolucionaria de 1848 en Europa, de la que sólo publicó una primera parte en 1852. Murió cuatro años más tarde en una “casa de dormir”, que probablemente era un refugio para personas sin hogar, por la infección que le causó esa supuesta mosca o mosquito, o simplemente por haberse contagiado de alguna manera el ántrax proveniente del contacto con cadáveres de animales y sus cueros, una enfermedad común y corriente en zonas de tambos y corrales. O sea, una muerte no demasiado exótica para un alemán de su época.