DEPORTES

Funcion macrista

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La participación estelar de Mauricio Macri en la película de Rodrigo Vila, Boca Juniors 3D, más el hecho de estrenarse entre las PASO y las elecciones presidenciales –el 110° aniversario del club fue hace cinco meses–, nos habla de un producto que no ha podido vencer sus tentaciones extracinematográficas.
Macri fue el presidente de Boca durante una secuencia inolvidable de triunfos deportivos, por lo que el recuerdo de su gestión es merecido y no debería desembocar en ofensas ni censuras si se ajustara a una escala humana. Pero ocurre que la película recarga su importancia hasta el éxtasis. El Macri de la película ocupa el lugar de pionero, guía sociológico del barrio de La Boca, hincha número uno (si no único hincha) y artífice solitario de la gloria, algo en lo que el propio Macri insiste cuando a la hora de reconocer quiénes la hicieron posible se dedica a licuar la figura de Carlos Bianchi junto a las de Carlos Bilardo (porque trajo a Palermo) y Héctor Veira (porque trajo a Serna).
La ausencia de Bianchi –ni siquiera, como en los casos de Maradona y Riquelme, se lo rescata con su voz en off– es lo que revela a Boca Juniors 3D como una película que, lamentablemente, debe afrontar sus intenciones políticas en forma de problemas de cartel.
Dejando de lado este asunto, tan notorio que es lo primero que se ve, Boca Juniors 3D gira alrededor de Funes el Memorioso, un personaje de ficción con síndrome de Diógenes, quizás con un poco de Alzheimer, que rodeado de archivos recuerda lo que puede, a diferencia del Funes de Borges, que recuerda todo. 
De su memoria brotan los recuerdos, que continúan en el testimonio de varios ex jugadores. Aquí, Rodrigo Vila se aleja un poco de la espectacularidad autocelebratoria de sus materiales y rescata el testimionio de Tevez sobre el asesinato de un amigo, el de Rubén Suñé sobre su intento de suicidio y el de Navarro Montoya sobre la enfermedad de su hermano.       
Son episodios de derrota que alivian un poco la altisonancia de la película y la acomodan al nivel de la intimidad personal. También se observa algo de eso, aunque de  un modo indirecto, en la escena en la que Rattín y Marzolini bajan las escaleras empinadas de la Bombonera y se sientan a recordar el penal que Roma le atajó a Delem en 1962, auxiliados por imágenes hasta ahora inéditas del instante más estresante en la historia del club. 
Los que también bajan con Rattín y Marzolini son los años que pasaron desde 1962. La heroicidad del fútbol es patrimonio de la juventud. Se nota cada vez que la película va hacia atrás; y cuando más atrás va, más se nota. Si se dejan de lado los componentes secundarios de este circo que nos enloquece, si olvidamos todo lo que lo rodea, lo que queda son jóvenes representando con el cuerpo un drama de vida o muerte para luego vivir de sus recuerdos. 
Si hay algo que persiguen los héroes del fútbol es dormirse en los laureles. Esa especie de embalsamamiento al que los somete el retiro a muchos de ellos, y de los que la ropa deportiva que no pueden abandonar son el uniforme hecho identidad (lo vemos en Mastrángelo, en Suñé, en Perotti), es la única manera posible de vivir para siempre en la gloria. Para vivir en la gloria hay que negarse a salir de la gloria, y somos los hinchas (o las películas apologéticas como ésta) los que mantenemos al ídolo rodeado de merecida fatuidad cuando le pedimos que nos cuente por enésima vez aquel gol o aquella patada.    
Boca Juniors 3D asume el rol de ayudamemoria preguntándoles a los ex jugadores cómo fueron las cosas que recordamos mejor que ellos. ¿Para qué? No para que recordemos nosotros, no para que recuerden ellos: para que recordemos juntos. Lo hace utilizando métodos “expansivos”, como la tecnología 3D que despliega los planos y resalta los contrastes, el slow motion que les da suspenso a las imágenes que ya conocemos de memoria y, en algunos casos –como en el gol de Palermo a River por la Libertadores de 2000–, la pausa, una manera de interrumpir el flujo velocísimo de los hechos para que nos detengamos en ese instante milagroso en el que las cosas todavía no habían sucedido.
Pero también hay un uso clasicista de la tecnología, y ocurre cuando se muestra la Bombonera desde alturas y ángulos insólitos. Las historias de Boca no sólo sucedieron allí, sino que no salen de allí. Allí están todavía, como infiltrando el hormigón, y la película utiliza el prestigio majestuoso de esa arquitectura, un verdadero fantasma en actividad, para que nos “ubiquemos”.
El itinerario sesgado de Boca Juniors 3D respecto de los momentos que resalta y los que omite (se omiten todos los momentos malos, de los que también estamos hechos) y la parcialidad a la hora de decidir quiénes hablan en nombre de la historia del club no le quitan su eficacia a la hora de despertar emociones genuinas. En el cine, el que no lloraba por Palermo lo hacía por Maradona o por Riquelme (el único jugador al que se ve llorar, frente a su monumento). Como diría Celine: “Cada cual llora a su modo el tiempo que pasa”.     
   
*Escritor, hincha de Boca.