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Por qué Lula no es partidario de los piquetes

En su biografía "El hijo del Brasil", cuenta en primera persona por qué "la huelga que necesita piquetes no tiene organización".

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Lea su testimonio, en los días en que comenzaba a asomar como sindicalista.

Yo no soñaba con ser patrón. Soñaba con ser un buen operario. Ese era mi gran sueño. Las experiencias de las huelgas no me influenciaron más tarde, cuando me hice dirigente. Las huelgas son más o menos violentas de acuerdo con el grado de organización que uno tiene en el lugar de trabajo. Yo tengo conciencia de eso y sé que es así. Cuando se tiene mucha organización no hay violencia, uno no necesita exponer a ningún trabajador. Uno decide que nadie va a trabajar y nadie trabaja y listo. Ahora bien, cuando uno no tiene organización, va a una asamblea de un gremio que tiene 50.000 personas, y 500 tipos deciden hacer una huelga, la tendencia natural es que esa huelga sea violenta. ¿Por qué? Porque se trata se una minoría que está allá en la asamblea tratando que el gremio pare. Como la mayoría no participó de la decisión, es normal que uno tenga mucha resistencia, y entonces es necesario hacer piquetes.

Yo siempre decía que la huelga que necesita piquetes no tiene organización. Porque si tuviera organización, no precisaría piquetes. Uno coloca uno o dos tipos vigilando, cuando se necesitan piquetes es muy difícil mantener una huelga, cualquiera que sean las circunstancias. Si no existe el problema del huelguista exponiéndose ante los empresarios, exponiéndose ante la policía, existe el problema de la relación entre los propios huelguistas.

Cada vez que se hace un piquete se tiende a ser agresivo, a insultar, a decir malas palabras. Y eso va creado una animosidad entre los propios trabajadores. Durante mucho tiempo en el Sindicato de Sao Bernardo do Campo yo trabajé, con los compañeros más conscientes, la idea de la que no deberíamos ir a la puerta de las fábricas a crear animosidad con el rompehuelgas; lo que necesitábamos era hacerlo nuestro compañero en esa lucha.

Era necesario tener cuidado con las palabras que se usaban. Por ejemplo, uno va a la puerta de una fábrica - como muchas veces íbamos para evitar que los tipos hicieran horas extras - y uno suelta un “cornudo”, larga un montón de insultos. Yo constanté que eso no ayudaba: el tipo quedaba ofendido con el sindicato, ofendido con los compañeros y eso se transformaba en una cuestión de honor. El tipo no tenía que obedecer a nadie, porque había sido basureado. Entonces, yo siempre utilizaba como método dar palabras de aliento.

Recuerdo un día a Mercedes Benz para evitar que los trabajadores entraran a hacer horas extras. No me acuerdo bien la fecha, fue en 1980 y tantos, y en la puerta de la fábrica había unos 5000 trabajadores queriendo entrar para hacer horas extras. Había una gente agrediendo a esos trabajadores que querían entrar, diciéndoles alcahuetes y cosas por el estilo. Yo les dije que estábamos allí solo para decirles lo siguiente: "A nosotros no nos gustaría que ustedes entraran a hacer horas extras. Juro que nadie, nadie, va a ponerles una mano encima, nadie va a ofenderlos. Vamos a respetarlos igual si entran o si no entran; ustedes son trabajadores como nosotros. Yo sé que la situación económica a veces implica que el compañero quiera hacer unas horas extras para mejorar su ingreso, sé que muchos compañeros utilizan las horas extras para comprarse unos cigarrillos, para tomarse su cervecita o para pagar cuotas de algo que compró. Yo lo comprendo. El problema es que estamos en una guerra contra la empresa. Y si ustedes hacen horas extras ahora en marzo, le van a dar a la empresa las piezas que esta necesita en abril. Ahí va hacer lo que quiere. Por eso yo les pediría que no entraran, pero si ustedes quieren entrar, nuestra amistad va a ser la misma, el respeto por ustedes de parte de nuestro sindicato va a ser el mismo".

Y fue increíble porque no entró nadie.

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Lula, el hijo del Brasil. De Denise Paraná. Editorial El Ateneo.