El 3 de marzo es el día mundial de la vida silvestre. Pero de qué hablamos cuando decimos “vida silvestre”? ¿De bosques? Sí, porque los bosques cubren solamente el 31% de la superficie del planeta y de ese poquito sale mucho, todo el aire que respiramos, al agua que tomamos y los alimentos naturales -no procesados- que comemos. No podríamos prescindir de ninguna de esas tres cosas para existir o, al menos, para vivir en forma saludable.
En el siglo XXI hay 1.600 millones de personas que dependen de todo lo que sale de un bosque para seguir con vida. Y no nos referimos en forma exclusiva a los aborígenes, tradicionalmente vinculados a la producción agrícola ganadera, sino a millones de personas cuya vida está ligada al terruño de forma intensa. Entre ellas, los aborígenes sólo suman 70 millones.
En los bosques se encuentra una riqueza inmensa: el 80% de todas las especies de animales, plantas e insectos que conocemos o tenemos por catalogar.
Sin embargo, según datos provistos por el departamento de Desarrollo Sostenible de la ONU, en sólo cinco años, entre 2010 y 2015, el planeta perdió 3,3 millones de hectáreas de áreas forestales.
Y los espacios forestales van desapareciendo aún antes de que lleguemos a conocer para qué podrían servirnos tantos árboles: existen 80.000 especies de árboles, pero menos del 1 % de ellas fueron estudiadas.
Vida silvestre en peligro
Otro tanto sucede con las plantas. Tal vez para nosotros, la población urbana de las ciudades acostumbradas a la polución, las plantas no sean “gran cosa” y sólo les dedicamos una maceta en el balcón.
Sin embargo, es en un grave error porque el 80 por ciento de las poblaciones rurales en los países en desarrollo, dependen de medicamentos elaborados a partir de plantas y esa práctica ancestral es el abecé de la atención primaria de su salud. Además, la materia prima de gran parte de los medicamentos procesados en laboratorios provienen del reino animal, vegetal y mineral.
La naturaleza cura y en busca de esa terapia comenzó a desarrollarse hace más de un siglo la industria turística. Las montañas, las aguas termales e incluso las costas comenzaron a ser un hospital al aire libre para la población enferma y estresada.
Si de árboles y plantas aún sabemos bastante poco, imaginemos cuánto nos falta descubrir del mundo invisible de los microorganismos.
Vida silvestre: biodiversidad
La diversidad biológica es el mejor antídoto contra los desastres y ayuda a combatir el cambio climático.
¿Sería una utopía pensar que con menor degradación de suelos habría menos pobres en el mundo? No, si se reflexiona un minuto sobre algunas cifras provistas por la Organización de las Naciones Unidas en torno al tema:
- 74 % de los pobres del planeta sufren las consecuencias de la pérdida de terrenos cultivables.
- un tercio de la población mundial, 2.600 millones de personas, dependen directamente de la agricultura, pero la mitad de los terrenos cultivables (52%) son cada vez menos aptos para la siembra.
- El mundo pierde en su mayor parte, por sequía y desertificación.
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- En un año, hay 20 millones de toneladas de granos menos, por tierras que no pudieron cultivarse.
Vida silvestre y hambre
La deforestación y la desertificación (provocadas por actividades humanas y por el cambio climático) trajeron un dolor de cabeza para el desarrollo sostenible del planeta.
Por un lado, el planeta necesita bosques –el pulmón del planeta-, pero por otro lado, también necesita áreas cultivables.
En el año 2020, para recordar el Día Internacional de la Diversidad biológica, Naciones Unidas publicó el informe “El estado de los bosques del mundo”. Allí informa que, desde el año 1990, 420 millones de hectáreas de árboles se talaron para dar espacio a la agricultura y la ganadería.
Si no esas tierras, restaurar otras perdidas por desertificación o el motivo que fuere sería vital para impulsar la economía y reducir la pobreza.
Vida silvestre: los animales
Y el problema de la vida silvestre no es sólo la pérdida de verde. Según datos recientes, casi 7.000 especies de animales y plantas fueron denunciadas como parte del comercio ilegal en 120 países.
La caza furtiva de animales y el comercio ilícito de especies silvestres son otro gran problema que juega en contra de la preservación de la vida silvestre.
El 8% de las 8.300 razas de animales conocidas está extinto; y el 22%, en peligro de extinción.
Entre ellos se encuentran los peces, que son una fuente invalorable de proteínas. La mitad de la humanidad (unos 3.000 millones de personas) basa su dieta en ellos. Sin embargo, solo diez especies proporcionan alrededor del 30% de la pesca de captura marina y otras diez especies proveen la mitad de la producción acuícola.
Nuestro modo de vida va arrinconando a la naturaleza. La actividad humana ya modificó el 75% de la superficie terrestre. Lo que era desierto ahora es vergel; donde había un oasis, ahora sólo queda tierra yerma; si pasaba un río, el río se secó... y a la flora y la fauna silvestres les fue quedando un rincón cada vez más chico.
Vida silvestre: perderla es el peor negocio
Si el planeta pierde, perdemos todos. El Informe de Evaluación Global sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos de 2019 puso negro sobre blanco la necesidad económica de conservar ecosistemas saludables; si no es por amor a la naturaleza tendría que ser al menos, por interés económico: nos dan todo lo que precisamos para que la economía siga en marcha: trabajo, seguridad alimentaria, salud y calidad de vida.
Los cambios en la biodiversidad, nuestros hábitos de vída, nuestra irrupción en la vida salvaje –o viceversa- trajeron también enfermedades “nuevas” o al menos propias de otros círculos animales y otras latitudes: las enfermedades zoonóticas, las que se transmiten entre animales y humanos.
Nuestra invasión turística o económica de los ecosistemas altera la flora y la fauna y pone en circulación patógenos silvestres propios de ciertos animales que no son los humanos; por ejemplo, el Covid-19, que viajó hasta los humanos a través de especies “puente”.
Para detener en el mundo entero la pérdida de diversidad biológica, en el año 2050, se necesitarían entre 150.000 y 440.000 millones al año. Sin embargo, conservar la vida salvaje bien lo vale.
MM/FL