Después de manipular el cadáver de un hombre que murió como consecuencia de un traumatismo por objeto contundente en un aparente accidente vehicular, la antropóloga forense Trisha-Jean Mahon pasó a la siguiente camilla en la sala iluminada por tubos de neón de la morgue de Johannesburgo, Sudáfrica. Como muchos de los cadáveres que se hallan en el lugar, éste no tenía documento de identidad.
“Ah, tiene tatuajes”, dijo, observando de cerca las letras toscamente bocetadas en la pierna izquierda del joven. “¡Fantástico!”
Los tatuajes, el ADN y las cicatrices son las pistas vitales que Mahon, de 28 años, y su equipo de científicos forenses integrado en su mayoría por mujeres, reúnen en un intento de identificar a las miles de personas que cada año son sepultadas en forma anónima en Sudáfrica. Se considera que son en su mayoría migrantes que llegaron al país más industrializado de África en busca de trabajo, sobre todo a Johannesburgo, su centro económico.
La enorme cantidad de cadáveres no identificados que pasan por las funerarias sudafricanas constituye una carga para el Estado y plantea un dilema moral a los científicos forenses. Una vez que se entierra a las personas en terrenos de las afueras de la ciudad, después de tres meses como máximo, las probabilidades de identificarlas son prácticamente nulas.
“No podemos analizar casos antiguos. No tenemos una base de datos electrónica, trabajamos con papel”, dijo la patóloga forense Candice Hansmeyer, que fue clave para crear el proyecto piloto respaldado por el Comité Internacional de la Cruz Roja para mejorar la recolección y el almacenamiento de datos post mortem.
Una vez encaminado, la Cruz Roja espera desplegarlo en otros países africanos.
Datos de 11 morgues de Gauteng, la más poblada de las nueve provincias de Sudáfrica, ponen de relieve la magnitud del problema: no pudo identificarse un 5 por ciento de los casos el año pasado, es decir, unas 901 personas. Esto puede compararse con 31 cuerpos no identificados en Inglaterra y Gales, que juntos suman aproximadamente la misma población que Sudáfrica.
“Como nuestros pacientes están muertos, siempre vamos a ser los últimos”, dijo Vellema.
Pese a una media nacional de 56 homicidios y 40 muertes en accidentes viales por día, cada patólogo forense puede realizar sólo cuatro autopsias diarias y debe determinar sólo las causas de la muerte. Huelgas habituales y el mero volumen de los arribos hacen que normalmente deban lidiar con retrasos y refrigeradores ocupados a pleno.
A los ciudadanos sudafricanos se los identifica por sus huellas dactilares y quienes tienen antecedentes penales aparecen en la base de datos de la policía. Pero aunque los científicos forenses trabajan en contacto con la policía, ninguno de los dos servicios cuenta con recursos humanos suficientes, dijo Jeanine Vellema, responsable del departamento de medicina forense y patología de la Universidad de Witwatersrand que está a cargo de ocho de las 11 morgues de Gauteng.
“Dado que no somos una organización bien financiada, sólo podemos realizar la identificación hasta determinado punto”, dijo.
Esto se debe en gran medida al hecho de que la patología forense pasó de la policía al Departamento de Salud en 2006 y debe competir por financiamiento con otros servicios de esa área.