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El juego del cine

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Hasta hace poco pensaba, supongo que como la mayoría, que El último magnate, el libro póstumo de Francis Scott Fitzgerald, era la gran novela sobre Hollywood. Pero acabo de leer Cazador blanco, corazón negro, de Peter Viertel, y creo que Fitzgerald fue destronado con todos los honores. Peter Viertel, que falleció en 2007, trabajó con John Huston como guionista en varias de sus películas. Cazador blanco, corazón negro, llevada al cine por Clint Eastwood en 1990, cuenta lo que ocurrió en torno a la filmación de La reina africana, película que Huston se obsesionó por filmar en escenarios naturales, en el corazón del Congo. Sabía de la existencia de ese libro de Viertel pero ni siquiera estaba seguro de que hubiera sido traducido. Lo fue, y no sólo eso, sino que forma parte de la llamada Biblioteca Peter Viertel, de la editorial española Berenice. Dudo que el resto de su obra alcance la perfección de este libro, pero quiero leer todo lo escrito por este autor. Si nada alcanza la perfección de esa novela, tanto peor. A lo mejor, podría volver a ella al finalizar cada una de las novelas que Berenice vaya editando, para comprobar si todo se sigue sosteniendo por sus propios medios y si sigue causando los mismos efectos. Reconozco que aún estoy hipnotizado.

La novela gira en torno a las conversaciones que mantienen Viertel y John Huston, y de paso se mofa un poco del universo misógino masculino, denuncia el racismo existente en Africa en época de la descolonización de las últimas posesiones del Imperio Británico y describe la irracionalidad depredadora del hombre blanco, obsesionado por asesinar animales grandes y peligrosos para demostrar, y demostrarse a sí mismo, vaya uno a saber qué. John Huston fue el exponente más destacado de esa clase de personas que mandan todo y a todos a la mierda. Para sobrevivir con esa personalidad, uno tiene que haber nacido rico o tener mucho talento. Huston tenía talento. En la novela se dedica a violar constantemente las reglas no escritas que rigen el negocio del cine, les dice a sus jefes lo que piensa de ellos, insulta y maltrata en público a las mujeres, bebe en exceso y apoya las causas políticas correctas (no por convicción, sino para mantener su integridad y poder dormir en paz).

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En determinado momento, discutiendo el final de la película que pretenden filmar en Africa, Viertel le pide a Huston que no termine el film matando a la pareja protagonista porque los espectadores pagan por un final feliz. Huston se pregunta si alguna vez le habrían dicho algo similar a Stendhal, por ejemplo, o a Beethoven, a lo que Viertel rebate que el cine no es como la literatura o la música; que el cine, como el teatro, tiene que representarse ante personas vivas en un momento dado. “Yo no formo parte de mundo del espectáculo –dice Huston– ni tampoco tú mientras trabajemos juntos. Somos dioses, ¿o acaso no lo ves?, unos dioses de mierda que controlan las vidas de las personas que creamos. Ocupamos nuestros asientos en este lugar celestial y decidimos quién vive y quién muere. Es la única forma de participar de este juego. […] Y éste no es un juego en el que quepan las trampas. Eres un dios, y si haces trampas eres un dios de mierda”.